En aquellos días en que las letras de la mayoría de las canciones, incluidos muchos vallenatos, tenían sentido y expresaban nobles y hermosos sentimientos, se solían encontrar verdaderas crónicas cantadas llenas de costumbrismo que adentraban al oyente en ambientes mágicos de su propia existencia.
Esa especie de nostalgia que hoy acompaña a muchas personas adultas que vivieron esa época gloriosa de la poesía y costumbres cantadas, es la que hace recordar cuando se vivía no solo digna, sino desprevenidamente. Era un mundo que, sin estar globalizado y tecnificado como hoy, daba buenas oportunidades para sentirse feliz y vivir a plenitud.
Una de las agrupaciones vallenatas que tiene a su haber su buena cosecha de canciones costumbristas que hoy, si se analizan debidamente, muestran cómo ha cambiado la vida y las costumbres de los pueblos es la de Los Hermanos Zuleta, quienes acaban de ser homenajeados en la última edición del Festival de la Leyenda Vallenata.
Son muchas las canciones de Los Zuleta que narran historias con las que más de uno se sentiría identificado. Pero hay una en especial que puede considerarse el compendio o gran resumen de cómo los tiempos modernos acabaron con muchas costumbres que acompañaron a generaciones enteras que, por ignorancia o comodidad, se “comían el cuento” de muchas historias fantasiosas que se suscitaban en cualquier esquina de pueblo, sin hablar de los de las ciudades, cuyos habitantes se privaron de historias que marcaron la existencia.
“Costumbres perdidas” es esa canción, del compositor Dagoberto López, cuyas estrofas están llenas de verdades y añoranzas de que muchas veces el tiempo pasado sí fue mejor. (Escuche aquí la canción Costumbres Perdidas).
I
“Las costumbres de mi pueblo se han perdido. Ya no braman los terneros en los corrales,no se quieren como antes los compadres, ni respetan los ahijados a los padrinos. Ya no se sabe cuál es el padre o el hijo”, dicen las dos primeras estrofas de la canción.
¿Respetar a padrinos? Si ahora casi ni se respetan a los papás porque estos, por afán de no sentirse adultos, terminan creyéndose los hermanos de sus propios hijos, ganándose su irrespeto y conduciéndolos al mundo donde niños y jóvenes no saben respetar a nadie. También porque por la falta de tiempo, muchos padres terminan con la falsa idea de que una forma de compensar a su prole es dándole todos los gustos, aunque en estos vaya la falta de respeto y consideración hacia los adultos. Punto para Los Zuleta.
II
“Se acabaron esas noches de vigilia, ya no salen aparatos en los caminos, ya no existen los amores escondidos ni se roban los besitos en las esquinas”.
¿Qué tal? ¿Amores escondidos? ¿Besitos robados? Si ahora todo está dado, comenzando por muchos bailes, para que cualquier relación amorosa, por muy temprano que se inicie, termine en sexo, con las consecuencias de todos sabidas y que son las que tienen reventadas todas las estadísticas de embarazos adolescentes. En Cartagena, si bien las adolescentes embarazadas entre los 15 y 19 años pasaron de 3 mil 890 en el 2014, a 2 mil 800 a octubre de 2015, según el Dadis, las estadísticas siguen siendo altas. Otra costumbre perdida…
III
“Ya no brillan como antes los luceros, ya no aúllan los perros en la madrugada. No se bañan los niños en los aguaceros ni le cantan bonito a la enamorada”.
¿A qué enamorado se le ocurre hoy dedicar una de esas canciones que hablan de sexo casi explicito o con doble sentido a una enamorada? Tampoco es común hoy que un padre deje bañar a un hijo en un aguacero por aquello de la “lluvia ácida”, cuando antes, no bien había comenzado a llover y ya muchos menores correteaban de un lado a otro, buscando “chorros” en las diferentes casas. Aunque para ser sincera, niño que no se bañe en aguacero no tiene infancia.
IV
“Se acabaron esas bellas alboradas. Ya no existen las noches de luna llena. Las campanas de mi pueblo ya no suenan, anunciando que llegó la madrugada”.
Poesía pura. Lástima que ahora muchas generaciones inmersas en las redes sociales o en las mensajerías instantáneas (WhatsApp) no puedan ni quieran descubrir la magia de una alborada musical, de esas que en muchos municipios todavía se niegan a desaparecer y que sirven de preámbulos a los festejos patronales. Los pueblos (municipios) no deberían haber perdido su verdadera esencia, esa que los caracterizaba, como fue la de divertirse con sus propias costumbres antiguas y hasta pasadas de moda si se quiere, pero al fin y al cabo costumbres que marcaron la vida de centenares de personas.
V
“Ya ni siquiera pelean los hombres en mi pueblo a las trompadas”.
¿Trompadas? Esos tiempos se acabaron. Ahora cualquier discusión termina en balacera con muertos de por medio. La intolerancia es a todos los niveles, incluidos los planteles educativos, cuyas aulas se convierten, por obra y gracia de la descomposición social, en espacios de violencia. Además, los ejemplos son claros cuando célebres fechas, como Amor y Amistad o el Día de la Madre, se convierten en puntos rojos para las estadísticas de violencia que suelen llevar ciertos organismos. Las armas de todo calibre reemplazaron las trompadas hace rato.
Todo está consumado
¿De qué están privando ahora los adultos a los niños? Muy seguramente de ese contacto con la vida costumbrista que es el que forma y robustece (cuerpo y espíritu), para dejarle el paso expedito a unas redes sociales o nuevas tecnologías que terminan desdibujando cualquier buena intención que se tenga.
Bien valdría la pena recuperar muchas costumbres perdidas, sobre todo esas que por muy viejas que sean siguen marcando derroteros de normas de vida y buena conducta. Los valores son los valores. La humanidad lo agradecería. Entre tanto se puede decir con toda confianza y sin el menor asomo de vergüenza que “Mejor yo sigo con mis costumbres perdidas…”.
