Él lo recuerda perfectamente: esa explosión fue desastrosa. Entonces funcionaba el hospital Santa Clara (hoy Hotel Sofitel Legend Santa Clara) y hasta allá llevaban los muertos incluso en carretilla.
“Yo tenía como 17 años y estaba en el mercado cuando sentí: ¡pum! En ese momento nadie sabía qué era lo que había pasado. A mí no me pasó nada porque yo estaba un poco retirado. Gracias a Dios tenía mi carretilla y andaba de un lado para otro... ¡tú sabe’ cómo e’!”.
El que habla es Alcides Fuentes Iriarte. Describe un día nefasto para Cartagena: el sábado 30 de octubre de 1965 ocurrió una fuerte explosión en el mercado de Getsemaní, donde ahora queda el Centro de Convenciones Julio César Turbay Ayala. Alcides, carretillero hace 52 años, se salvó de morir en esta tragedia que dejó más de cincuenta muertos y decenas de heridos.
Alcides trabaja desde los 16 años por las calles de Getsemaní como vendedor ambulante y así ha sostenido a su familia. Hoy ya tiene 68 años y sigue en la lucha, con su desparpajo y peculiar forma de asumir el mundo.
Es de piel negra y mide alrededor de 1,65 metros. Lleva la cabeza cubierta por un sombrero de tela que deja ver su cabello ya teñido por el paso del tiempo, zapatos deportivos, pantalón clásico y una camiseta tipo polo, encajada. Quien lo ve con su carretilla no alcanza a imaginar la historia de la que ha sido testigo este hombre que arribó a Cartagena desde el corregimiento de Rocha (Arjona, Bolívar) siendo un niño.
***Son las 3:30 de la tarde. Hoy no cumplió su rutina diaria. A esta hora debería estar cobrando los plátanos que repartió por la mañana en la Calle de La Magdalena, donde empieza su recorrido, Calle del Guerrero, Callejón San Juan, Callejón San Antonio, Calle La Sierpe y los alrededores del Parque del Centenario, por el contrario, está sentado en uno de los patios del Palacio de la Inquisición en un homenaje a su gremio, organizado por las fundaciones ArtCartagena y Afrocaribe.
Se muestra muy agradecido con su trabajo y recalca una y otra vez que le ha ido muy bien con su negocio, tal vez sin darse cuenta que su carretilla no solo lo salvó de aquella explosión en 1965, sino también de pasar hambre junto a su familia y, seguramente, de tener problemas con la Oficina de Espacio Público del Distrito.
“Siendo niño empecé a sufrir de epilepsia. Me acuerdo que la primera vez que me dio -una crisis- había comido bastante: patilla, maíz verde y dulces. Me puse a correr con un poco de pelaos con unos caballos que nos inventábamos con varas de matarratón y de repente me empecé a sentir mal. La gente decía que era la lombriz, pero de ahí en adelante me pasaba lo mismo hasta dos y tres veces al día. Mi mamá me llevó donde el doctor Manuel Lefranc y donde el doctor Jaime Fandiño, que fue quien me terminó de curar. Mi trabajo con la carretilla, el ejercicio que hago diario con ella, me ayudó mucho a salir de eso”.
Alcides se queja de no haber podido continuar en el colegio debido a la enfermedad que afortunadamente ya superó.
“Cuando vivía en Rocha, tenía como nueve años, me daba clases un profesor de allá y él le dijo a mi mamá que me buscara un colegio acá en Cartagena porque yo sabía demasiao. Imagínese que a mí los demás pelaos me ponían cebo (bromeaban), diciéndome el maestro chiquito. Total que me trajeron para Cartagena y me matricularon en el colegio San Francisco, que quedaba ahí donde está la Universidad Rafael Núñez, por el Centro de Convenciones, pero no pude seguir estudiando porque comencé a sufrir esos ataques. Hoy fuera un profesional, porque la inteligencia me sobraba”.
Quizá fue esa inteligencia la que heredó su hijo Cristian Fuentes, de quien se muestra muy orgulloso. Se le ilumina el rostro cuando menciona que el menor de sus cuatro hijos se graduó como comunicador social de la Universidad de Cartagena y hoy estudia en Ecuador gracias a una beca.
Cuando dejó la carretilla...
El 22 de enero de 1978 comenzó el traslado del mercado de Getsemaní a Bazurto y aunque Alcides no era un vendedor estacionario se fue a probar suerte en la nueva central de abastos. Al poco tiempo regresó como el hijo pródigo.
“Conseguí un puesto allá, pero por ahí no pasaba casi gente y lo que ponía no se vendía casi. A veces compraba 100 o 200 cocos y duraba hasta una semana para venderlos, lo que iba vendiendo me lo iba comiendo y me quedaba sin el plante (capital), así que dije que no podía seguir con ese negocio, regresé a Getsemaní y me levanté los clientes de los restaurantes. No me cambian por nada. La gente de Getsemaní no quiere fiesta conmigo, inclusive, muchos creen que vivo en este barrio porque no salgo de por ahí”.
Mientras culmina el homenaje a los carretilleros de La Heroica, Alcides repasa los clientes a los que les debe cobrar para ir a descansar en su casa, en Daniel Lemaitre, donde vive desde agosto de 2011 tras resultar damnificado por la falla geológica en el barrio San Francisco.
Alcides quedó sin casa, y como otras personas y familias damnificadas, vive arrendado mientras recibe un minúsculo subsidio de parte del Distrito que no alcanza para mucho, pero lo más importante, para él, más allá de quejarse por lo que el destino le ha dado, es seguir guerreando en su carretilla, su amiga y eterna compañera de batallas.
LOS CARRETILLEROS
Poema de Gustavo Tatis
Detrás de cada carretillero vuelan miles de sueños en Cartagena de Indias.
Son las manos invisibles del amanecer que llevan frutas, verduras, legumbres, los sabores de los cuatro puntos cardinales del Bolívar Grande: el plátano del invierno de mayo, la yuca harinosa de las Sabanas de Bolívar, el arroz sinuano, el maíz de los Montes de María, el ñame de San Juan Nepomuceno, el queso de San Onofre, el ajonjolí de Sincé, el bollo de mazorca de Arjona, el suero "atollabuey" de Sincelejo, la panela de hoja de Sahagún, el queso de capita de Mompox, el enyucao de San Basilio de Palenque; el mango Papo de la Reina, de Mahates; el coco de Maríalabaja, el hielo de los tiempos de Nena Uparela; la magia viva, usada y ancestral del bleo chupa para el mote de queso; y el jengibre para el calentillo de los duelos y los manjares de Semana Santa.
Viaja Cartagena de Indias y el Caribe en una carretilla, y las manos que la impulsa son un cortejo de muchachos, guardianes del día y la noche, rumbo al mercado y la tienda del barrio. Una carretilla vacía es lo más parecido a un hombre solo. El carretillero se asoma y en la luz de la madera se refleja como un manojo de sueños a punto de ser descargado. Así la carretilla con el tiempo se parece a quien la empuja, como si fueran madera del mismo sueño.
