Soy más liberal que el putas.
Creo en Dios y en la madre Bernarda.
Salí de mi casa el día que me casé.
Nunca me he mortificado por nada.
Los médicos dicen que tengo el lomo como el marfil porque está perfecto. Tengo la espalda, el cuerpo y la mente como nuevos porque toda la vida me he cuidado. Tengo el alma joven.
Como de todo: carne salada, queso, mantequilla, papa, plátano amarillo y verde, ñame. La yuca casi no porque es puro almidón.
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Habla Digna Ramos y da cátedra de vida a sus 107 años.
Sus cabellos blancos le brillan en la cabeza, sus ojos azules y profundos miran más allá del ojo ajeno. Le quedan pocos dientes, suficientes para alimentarse bien. Escucha muy poco, hay que gritarle a veces. Ya siente el dolor del tiempo, sin vuelta atrás. Pese a sus miles de horas en la Tierra, mantiene la fuerza en sus brazos casi intacta, porque toda su vida tejió y bordó, y aunque camina, las piernas están frágiles.
La encuentro sentada en una mecedora de madera tejida con palma. Vive en una casa vieja del barrio Tacarigua, en la que sus hijos tiraron las paredes de concreto y pusieron paneles de yeso, con tal de que ella se sintiera más fresca. Cumple cada 15 de mayo y contra todos los pronósticos de longevidad en Colombia y el mundo ella sigue viva. En nuestro país, según el DANE, la esperanza de vida para las mujeres es de 83 años.
Ese domingo, en su cumpleaños, se levanta a las siete de la mañana, más temprano que nunca, pues suele despertar a las diez. Cuando la despiertan antes de su hora, advierte: “no me molesten que yo sé a la hora que me tengo que levantar”.
Se arregla el cabello, usa su mejor vestido, se perfuma y se sienta en la sala a esperar la visita de sus hijos (tuvo cuatro, uno murió), quince nietos, treinta bisnietos, diecinueve tataranietos y catorce “salta corrales”.
Para vivir una vejez feliz no se necesita mucho, dice. Lo básico es el amor propio y mantener a la familia unida…y estar agarradita de Dios.
Mantener a la familia unida. Ese es el secreto de su alegría. Digna está rodeada de su gente, y además, la cuidan dos enfermeras. Cuenta que por lo único que se preocupó en su vida, fue por crear lazos fuertes entre sus hijos. “Nunca me separé de mi familia. Mis hermanos y yo éramos muy unidos (tenía seis, todos murieron de más de cien años)”.
Entro a su cuarto, de cuatro por tres metros, y lo primero que veo es un retrato hecho a lápiz de ella colgado arriba de la cabecera de su cama, y al borde del cuadro está puesta la estampita de la Madre Bernarda, su santa querida.
Sabe que Dios es su amor, pero dice que la santa es su compañera. He aquí otro secreto de vida.
Reza, Digna persigue a Dios y eleva su clamor al cielo, la mayoría de las veces la veo con el padre nuestro en la boca, no porque esté asustada, es porque está agradecida por los años que ha vivido. En su nochero tiene todas las cremas, el polvo y el perfume que le regalan, pero también un rosario que cumple casi con ella.
Todavía guarda cosas que se trajo hace cincuenta años de su natal Ciénaga de Oro, Córdoba, donde aprendió de la “verdadera política, no la de ahora, que deja a todo el mundo sin empleo”, precisa.
-Hablemos de su partido político, ¿Cómo así que es más liberal que el putas?- le pregunto.
-Claro, es que así era antes en mi pueblo. Allá vivíamos en un paraíso. No se me olvida cuando los godos mataron a Gaitán. Él era la esperanza. Ese nueve de abril de 1948 no recuerdo dónde estaba, lo que sí recuerdo es que llovió en el pueblo. Desde ahí se cayó todo en Colombia y en Ciénaga más. Las personas tuvieron que irse del pueblo porque comenzaron a matar sin piedad. Yo me quedé, pero me vine a Cartagena después, para que mis hijos estudiaran- contesta.
No tiene ninguna enfermedad, ni siquiera las más típicas a su edad: presión o diabetes. Su nieta, Miriam Páez, cuenta que un día licuaron su sopa preferida. Tenía carne salada, ahuyama, plátano verde y amarillo. Y Digna tiró el plato al suelo cuando no sintió el bastimento y peor, su carne.
“Es que acaso soy bebé para que me licuen la comida”, dijo indignada. Al sol de hoy, no hay dieta que la restrinja, come lo que le provoque, a la hora que le provoque, como le provoque. Y dice Miriam: “nosotros estamos para complacerla”.
Nunca se tomó un trago de ron, ni se fumó un cigarrillo. Recomienda a sus bisnietos que tampoco lo hagan.
Al comienzo de su vida, Digna vivió en la finca de su papá, donde tomaba de los árboles cualquier tipo de frutas. Las carnes y el pollo lo cogían de ahí mismo. “La comida no traía el montón de conservantes que ahora tiene. Todo era natural”, dice Páez.
Katia Barrios, su terapeuta física, lleva dos años ayudándole para que no se tulla. “Es muy colaboradora, juiciosa, se esfuerza por cumplir con todos los ejercicios que le asignan”, expresa Barrios.
Digna es una mujer de carácter firme, pero también es muy dócil y tranquila. Zaida Cárdenas, su hija, dice que nunca la vio exaltada. Su oficio de tejer, bordar y hacer calados desarrolló en ella la paciencia y la quietud que la mujer de hoy necesita.
Sonriente, Digna disfruta de las expresiones de cariño de la gente que asiste a felicitarla, y mientras tanto le preguntan los nietos, ¿cuántos años cumples abuela? Ella responde: “¿cuántos voy a tener?¡Ochennnnta!”.
Tal vez Digna, detenida en esa edad, siente que todavía le faltan veinte para llegar a los cien que siempre quiso cumplir. A la hija, madre, abuela, bisabuela y tatarabuela: ¡Feliz cumpleaños!



