Sandra tiene cara de muñeca, pero ni un pelo de débil.
Le tocó llegar a este mundo acompañada. Ese primero de marzo de 1982 nacieron en Medellín las gemelas Toro. Les llamaron Sandra y Ángela.
Crecieron sanas y fuertes. Ángela fue siempre la señorita delicada, la princesita. A Sandra, en cambio, le encantaba saltar. Su juguete favorito era un parque que quedaba frente a su casa, en el barrio Pedregal de “Medallo”. No era sino que doña Blanca -mamá- se descuidara para que ella se escapara para brincar como loca. Sí tenía muñecas y chócoros, pero esos juguetes la terminaron aburriendo.
A las Toro les encantaba el deporte. Practicaron de cuanta cosa en el colegio —natación, atletismo, capoeira y karate, por ejemplo—, pero Ángela tiró la toalla cuando era adolescente. Sandra sí fue constante.
“Siempre he estado obsesionada por el movimiento. Me encanta el deporte y a mi hermana le gustaba, pero no tanto, así que cada una escogió su rumbo. Hoy ella es promotora de ventas y yo pole dancer”, dice Sandra.
Y ahora no se vaya a imaginar una stripper.. No. Para Sandra el pole dance (baile en barra) es mucho más que un baile sensual. Es su forma de vivir. La disciplina que le ayuda a volar.
Y tanto respeto le inspira este deporte que Sandra lucha para que se incluya en la prestigiosa lista de Juegos Olímpicos, como la gimnasia y el fútbol. “El camino es difícil, pero quién dijo miedo”, añade.
Desplazados y bailarinesSandra estudió física y trabajó siete años en Legión del Afecto, un proyecto de atención a desplazados. Ahí conoció la cara más maluca de Colombia: la violencia. Recuerda bastante a don Ambrosio, un campesino estigmatizado por las Farc y por los paramilitares, un desplazado que tuvo el coraje de luchar por su pueblo. “A pesar de todo lo que le pasó, siempre fue un hombre demasiado humilde y servicial. Era como el papá de todos en su pueblo...no lo volví a ver más después de mi salida de la Legión”, relata.
Sandra conoció la cruda guerra, pero su obsesión por el movimiento jamás murió, así que poco a poco fue dejando la Legión del Afecto y comenzó a cursar licenciatura en danzas. Y aquí viene el pole dance:un buen día de 2010 una amiga suya llegó entusiasmada a mostrarle un video de YouTube. Eran imágenes de una mujer contorneándose en el pole. Ese momento sería crucial.
“Me pareció tan raro, pero tan divertido —recuerda—, como ya yo hacía acrobacias en tela entonces dije: ‘me le mido’. Pensé que en Medellín no había academias, pero busqué y encontré dos. De cumpleaños, la misma amiga me regaló la inscripción a una de ellas. ¡Fui a la primera clase con una pena inmensa! Por la fuerza que tenía, la dueña de la academia me vio y me preguntó: ‘¿tú qué haces?’. Le respondí que estudiaba danzas y me propuso que fuera instructora de pole dance. ¡Cómo! Le dije que no sabía nada de la disciplina y ella me dijo que tranquila, que pronto aprendería y así fue. Empecé a dar clases muy básicas y me enamoré perdidamente de este arte. Entrenaba viendo videos y desde entonces estoy metida en esto de cabeza. Dicto talleres y entreno”.
En 2011, empezaron a hacer campeonatos en Colombia. Ese año Sandra participó y le fue pésimo. “¡No quedé de nada! Era lo más malo de lo que había en Colombia en ese momento”, asegura entre risas.
No fue un nocaut, más bien fue una bofetada para aprender cada día más. Y aprendió tanto que el año siguiente se presentó de nuevo y ganó el campeonato nacional. Se fue para Argentina a representar a la patria y llegó a semifinales. Nada mal. (Video: Sandra Toro en Elévate 2015).
Desde entonces recorre el mundo representando a Colombia y enseñando que el baile de barra es mucho más que un instrumento para despertar deseo sexual, para atrapar hombres o un “gancho” de bares.
“La gente tiene una venda en los ojos bien oscura y casi siempre se queda con el referente amarillista del pole dance. Es respetable la decisión de quienes lo asumen como un baile erótico, pero no hay que demeritarlo porque requiere unas destrezas que son completamente equiparables a cualquier deporte Olímpico. Necesitas fuerza, flexibilidad, resistencia y muchas habilidades más para practicarlo. Ya se reconoce como un deporte y estamos luchando para que se incluya en los Olímpicos. Se está reglamentando para que se reconozca su rigor”, apunta.
Para ella cada figura es tan valiosa como un gol. Tan gratificante como jonrón. Fundamental como un saque ganador en el tenis. Meritorio, como un giro para un gimnasta. Falta ver si el Comité Olímpico piensa lo mismo...
Mientras tanto, Sandra comparte con siete alumnas de Flash Dance Academy, en Bocagrande, cerquita del Mar Caribe y lejos de su Medellín del alma. Hay música electrónica y cámaras y viejos rollos fotográficos. Muchas cámaras antiguas en una vitrina, diría yo más de cien. Luces rojas, azules, blancas. Espejos por doquier.
La veo contonearse con tanta facilidad en el pole que por un momento pienso que puede volar. Es como una mariposa sin alas, pero poseída por la fuerza y flexibilidad.
Sus alumnas quedan boquiabiertas y se esfuerzan al máximo por imitarla. En su cuerpo, los movimientos parecen sencillísimos, como un juego de niña, como si cualquier persona en el mundo pudiese hacerlos con un mínimo esfuerzo...y no. Las chicas, bañadas en sudor y llenas de moretones, no desfallecen, tampoco la igualan.
Y ya casi al final de la tarde la escucho decir: “Niñas, ¿no es esto como volar?”.










