-A mis 11 años. Yo nací en 1942. Seis meses después de haberse inaugurado la televisión colombiana, vi por primera vez algo que me impactó en un programa. Vi a un compañero de pupitre: Jaime Mariño actuando en un programa. Me pareció algo mágico. Siempre tuve la sensación de que los actores y las actrices que veía venían de lejos, y aquella experiencia fue iniciadora. El profesor José Agustín Pulido Téllez tenía dos programas en aquel entonces: “El mundo infantil”, un grupo escénico infantil, un radio teatro en el que participaban niños y niñas, quienes leían a viva voz los cuentos. Y otro segundo programa. “Ábrete sésamo” en Radio Nacional para televisión, y yo hablé con el profesor Pulido para que me diera un papel en una obra sobre el cruce de Bolívar por los Andes. Mi primer parlamento en la vida como actor fue: “Todo comenzó a la salida de los Llanos, ¿verdad profesor?”. Hicimos desde ese entonces, teatro permanente. Una versión rusa de Caperucita Roja, en la que yo hice el papel del Lobo. Hace poco mis hijos me hicieron una encerrona en el TPB, y me disfrazaron de lobo. Fue una sorpresa. El parlamento del lobo era ese: Tengo estos colmillos enormes para devorarte mejor. Fue mi primer papel en la vida. Desde ahí no he parado de trabajar en esto. A los 16 años fundé un grupo con un nombre pretencioso. Teatro Experimental e Independiente. Mi hermana Gloria trabajó conmigo en Los hijos terribles, de Jean Cocteau.
¿Qué hay de sus padres en su formación como director de teatro, cine y televisión?
-Hay mucho de mis padres en mí. A Jorge Elías Triana, mi padre, le debo el profundo amor a este país. Su concepción filosófica, política, artística. Era un demócrata, de mente abierta, ateo, nos transmitió su pasión por la cultura popular, nos legó en su pintura el paisaje de las campesinas tolimenses. Hubiera querido tener de él esa gran capacidad para la comunicación. Él sostenía diálogo con todo el mundo, con la gente de la calle y su entorno. A mi madre Aurora, le decíamos La Generala, por su sentido del orden y la disciplina. De esa mezcla de un padre artista y una madre disciplinada que era el polo a tierra del soñador, provengo yo.
¿Tuvo la tentación de ser pintor?
- De niño quería ser pintor y empecé a hacer varias figuraciones, una de ellas la titulé Sonámbulo en la cárcel en la que aparecía un prisionero sentado en la cama de su celda, con su suéter de rayas. Cuando firmé el cuadro pensé que podían confundirme con mi padre: J. Triana. Fue una pedantería mía. Entonces pensé que debía buscar un nombre. Mi verdadero nombre es Jorge Alfonso Triana. Pensé en mi abuelo materno que se llamaba Jorge Alí Varón, y entonces decidí llamarme Jorge Alí. Esa decisión la tomé a mis 8 años. Mi madre celebró mi auto bautizo. Llegué a pintar muchísimo y mi padre extrañó esas pinturas cuando dejé de hacerlo, y me preguntó por qué había dejado de pintar. Le dije que lo hacía de otra manera al encuadrar una escena, con la cámara, hay mucho de plasticidad y de arte pictórico en mi trabajo como director de teatro y cine. Muchos críticos dicen que mis películas se reafirman en lo visual, y hablan de la composición de la escena como si fuera un cuadro pictórico. Yo nací entre pinceles. Mi padre se reunía con amigos pintores y escritores en El Autómatico: Camacho Ramírez, Jorge Zalamea Borda, Mardoqueo Montaña, Diego Montaña Cuéllar, León de Greiff. Era el Grupo del Automático. Mi madre me enviaba allí como un anzuelo para rescatar a mi padre y yo me preguntaba de qué se reirán esos viejos pendejos. Siempre estaban riéndose.
¿Qué significa para usted recibir el Premio Víctor Nieto Núñez a Toda una vida en el Festival de Cine de Cartagena 2016?
-Es el Festival de Cine de Cartagena, el más importante que tenemos en el país, y este reconocimiento es además de un viaje, a una vida de cientos de actores y actrices, de fotógrafos, camarógrafos, maquilladores, técnicos. Lo siento como un homenaje al trabajo y no a la persona. Es un premio colectivo, no lo he hecho yo solo, y al viajar en el tiempo viendo toda esa memoria audiovisual siento que se ha trabajado mucho, nunca se ha dejado de trabajar. Ahora soy como una locomotora. Solo u n poco de azúcar alta, y es normal. Pero no arrastramos los pies. Estamos firmes y vitales. Lo más reciente es la dirección de “La luz de mis ojos”.
(Apenas el comienzo de un largo diálogo con un hombre de teatro y cine).

