Dos veces al día en el barrio Olaya Herrera suenan notas de acordeón.
A los vecinos les encanta oírlas en las mañanitas. Creen que esa música “se oye más bonito” sobre la Ciénaga de la Virgen, cuando el sol apenas se levanta con su luz blanca y nítida.
A algunos quizá no les guste o les aburra, sin embargo, a los niños de Olaya sí que los alegra. Sonríen escuchando a Jesús interpretar ese instrumento tan grande, ajustado a sus brazos.
Este ritual surgió hace solo cuatro meses, cuando la familia del pequeño se mudó allí, huyendo de las travesías diarias y el gasto que suponía vivir en un barrio como Villas de Aranjuez, casi a la salida de Cartagena.
Edilberto Manuel Ortega, me recibe con timidez y un discreto apretón de manos. Detrás viene el pequeño Jesús, su hijo, cargando un acordeón que casi le tapa la cara. Parece que hubieran diseñado en el rostro de Jesús la mejor sonrisa. Inspira ternura. Viste una impecable camisa blanca en contraste con un pantalón coral.
No camino hacia ellos... salto para no resbalarme con el barro que produjo la lluvia del día anterior. “Tiene la personalidad de un artista”, nota mi compañero fotógrafo.
Jesús Manuel Ordosgoitia Ortega tiene 11 años y es un músico empírico de acordeón. Aprendió en salas de internet cercanas a su casa, tocando bajito para no molestar a los clientes durante sus cortas sesiones de revisión de tutoriales en YouTube.
“De pronto no avanza tanto porque el problema en el internet es que él tiene que hacerle suavecito y ajá, no se concentra bien. Ahí no puede estar con la bulla”, dice Manuel, su padre. “Estamos haciendo lo posible para ver si sacamos un internet y eso... para que practique”.
A los siete años, la música de acordeón le trajo un sueño. “Había un señor tocando un acordeón en Sahagún, entonces comencé a hacer papelitos y me ponía a hacer como si fueran acordeoncitas”, dice Jesús, de pocas palabras y amplia sonrisa. “Él desde ahí se ponía a tocar con los archiveros... esos donde uno mete los papeles. Después le compré una de juguete, y de ahí sacaba notas ”, complementa el padre.
Con el tiempo y mucho esfuerzo adquirió su acordeón, que aunque de segunda, se convirtió en su fiel compañera.
La vena artística de Jesús viene de su abuelo, también llamado Manuel Ortega. “Él tocaba así... en las parrandas cuando tenía ganas”, recuerda Manuel.
“Me gustaría tocar con Silvestre y admiro a Iván Zuleta. Cuando uno está en el escenario se siente bien. Más o menos me dan nervios”. Se acomoda el acordeón e interpreta la canción tradicional Cumpleaños feliz, la primera que aprendió a tocar hundiendo botones “a la loca” hasta que salió la melodía.
Como “Limpiababas” tituló la primera canción que hizo hace poco. Más allá de su ingenio, la letra refleja su entorno... su diario vivir. “Ay, las mujeres algunas son muy malas. Son mentiras, son puras palabras. Ay, los hombres que están demoraos, ay les dicen “ahí viene el limpiababas”, canta el pequeño.
“Los maestros cuando lo reciben dicen que a él no es mucho lo que le falta. Es inteligente y se aprende fácil las canciones. En estos días tiene unas citas con maestros. Tenía un profesor pero no le duró ni quince días porque la hora costaba quince mil pesos, y ajá. Por ahí unos políticos dijeron que nos iban a ayudar con una beca, pero eso quedó en nada jovencita. Ahora vamos a hacer lo posible por conseguirle uno”.
La familia Ordosgoitia Ortega (llevan primero el apellido de la madre) es numerosa. La componen seis hijos: Eduard Sebastián, de 15 años; Angélica, de 14; Jesús, de 11; Cristian, de 10; Salma, de 8; y Víctor, de 6. Sus padres son Ivonne Ordosgoitia y Edilberto Manuel Ortega.
Jesús Manuel, quien adelanta sexto grado en la Institución Educativa Fulgencio Lequerica Vélez, quedó en tercer lugar hace poco, durante el concurso local “Imitando a Diomedes”, en el Outlet El Bosque.
No canta aún en grandes escenarios, pero anima fiestas infantiles en su barrio, ganándose la vida en estos “mini conciertos” privados.
Otra oportunidadEstá claro que Jesús sabe para dónde va, y quizá fue eso en lo que se concentró el Creador cuando le dio una nueva oportunidad para vivir. A punto de cumplir dos años, fue sometido a una cirugía a corazón abierto. “Presentaba desnutrición, se enfermaba y tenía diarrea y vómitos. Entonces lo llevé al hospital y la pediatra le encontró un soplo en el pecho. Después descubrieron que tenía dos huequitos en el corazoncito y dos válvulas tapadas”, explica su madre, Ivonne Ordosgoitia. “Jesús vivió en Sahagún unos dos años, porque después de la operación a corazón abierto tenía que estar bien cuidadito entonces se quedó allá con unos familiares”.
Ivonne tiene una voz suave y pausada. Hace 15 años el desplazamiento forzado obligó a su familia a salir de Catalina, un corregimiento de Sahagún, en Córdoba, donde cuidaba una finca. “Recibimos ayuda humanitaria unos 3 meses, después nos vinimos para acá. Soy docente. Antes trabajé en un colegio. Preparo niños con tareas dirigidas y clases de inglés. Estudié 8 semestres de licenciatura en Unicolombo por medio de los CERES. Hace más o menos 4 años empecé a estudiar y acá tengo un grupo de niños a los que les damos clases. También acá en la casa vendemos deditos de queso y el domingo vendemos fritos”, me explica.
El señor Manuel tiene un negocio de pizzas los fines de semana que funciona en su casa y algunas veces en la entrada del sector Porvenir, de Olaya. “Me dijeron que Jesús iba a ser grande”, dice el señor Manuel tocándose el pecho.
El niño por lo pronto, practica sin instrucciones y con las notas en su cabeza, dos veces al día, bajo la mirada atónita de cuanto visitante nuevo llega a su barrio. Ya tiene público, eso sí, pero espera que un día sean muchos más quienes lo aplaudan al coronarse Rey Vallenato.

