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Viendo parir en Cartagena

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“Por favor, sácamelooooooooooooooo”, escucho recién entro a la sala de partos de la Maternidad Rafael Calvo.

Me entran unas ganas inmensas de salir corriendo y de abandonar esta nota, mientras una dulce doctora me da una bata, un par de guantes, un gorro y hasta unos forros para mis pies. Me vuelvo un ocho intentando ponerme toda esa indumentaria.

-Es una niña de 15 años. Ya está por parir- me dice la mujer, como justificando los alaridos.

La adolescente no ha parado de quejarse y llorar. Está haciendo una pataleta cual niña chiquita; y, bueno, lo es. Mas todos lucen tranquilos en la sala, no parecen perturbados con los gritos de la paciente.

“Ufffff, mija, hay días en que son hasta 18 mujeres pariendo aquí. Esto es una locura”, dice una enfermera que se acerca.

El lugar es muy sencillo y sobrio. Hay tres áreas, una al lado de la otra: trabajo de parto, atención del parto y atención del puerperio, donde se hace la inducción a la lactancia. En la primera, hay cerca de cinco camas. No sé cómo hacen cuando las pacientes sobrepasan ese número. Casi todo es blanco con azul, hay un olor fuerte, como a sangre, pero combinado con alcohol para disiparlo, creo.

Por la bata que me hicieron poner, la chica que está en trabajo de parto se confunde, y cree que soy una doctora más. Me ve, sonríe y se calma. Su nombre es Nellys, es su primer bebé y no se hizo controles durante el periodo de gestación, lo que hace que su embarazo sea de alto riesgo.

Conmigo hay un ginecólogo, una enfermera, una auxiliar, el médico general y un residente, que parece que sabe más que todos ahí. Este último me explica que lo único que llevó Nellys a la clínica fue una ecografía del 16 de diciembre de 2014. Se desconoce cuántas semanas de embarazo tiene.

No hizo ningún curso prenatal, no sabe cómo debe respirar durante el parto y qué debe hacer para colaborar más con los médicos. Ella sólo desea que el bebé nazca. Está desde las 9 de la mañana esperando y nada que Joan David quiere salir.

El papá de Joan David no se ha aparecido por allí. Tiene 20 años y vive en el barrio El Pozón. No están muy bien desde que se enteró que iba a ser padre.

En ese cuarto se vive una angustia terrible. Nellys sólo tiene un familiar lejano que la acompaña, pero aparece y desaparece. Quizá si su familia estuviera con ella en estos momentos, todo sería más llevadero.

Las contracciones no paran. Nellys  dice que son diez veces más fuertes que un cólico menstrual:

“Es el dolor más fuerte que he sentido”, expresa sollozando.

Cierra sus ojos, respira profundo y se tranquiliza. La dejo descansar. No sabe que esa angustia la acompañará hasta las 9:05 de la noche, cuando por fin nazca Joan David. A sólo unos pasos de ella, está Cristín Pérez, quien hace un poco más de una hora que dio a luz. Tiene a su bebé al lado y está embobada contemplándola. Tampoco se realizó los controles durante el embarazo, no tenía la más remota idea del sexo del recién nacido. Por eso aún no le ha puesto nombre.

Acaba de cumplir 21 años, vive con su pareja y el acuerdo era que si tenía un niño, el papá elegiría el nombre. Pero si era niña, ella lo haría. Hasta ahora, el más opcionado es Luna.Me despido y la doctora me informa que están preparando una paciente para una cesárea. Como vamos a salir de esa área, tenemos que quitarnos la indumentaria y ponernos una nueva. Mientras esperamos fuera de la sala de cirugía, hay una joven de 21 años en una silla de ruedas, quien, al parecer, acaba de parir. La reportera gráfica de este medio se le acerca:

-¿Ya tuviste a tu bebé?- pregunta emocionada.-No, lo perdí.

Hay un silencio incómodo. Sorprenden la frialdad de sus palabras y lo relajada que se ve.

En la sala de cirugía ya están preparando todo para el nacimiento de Davián. Inés María, su madre, está demasiado calmada, y eso que es su primer bebé. Frunce el entrecejo con cada una de mis preguntas. Se ve que le molesta mi presencia, aun cuando me ha dicho lo contrario. Tiene 19 años y le tocó el parto por cesárea. Sufre de presión alta.

A lo que la doctora que me ha acompañado en el recorrido me explica que los casos en que se debe realizar una cesárea son: cuando la paciente llega por urgencia, por hospitalización, consulta externa o cuando en trabajo de parto se presenta alguna complicación que ponga en riesgo la vida del recién nacido.

El anestesiólogo ayuda a Inés María a sentarse. Le pide que se relaje y le pone una inyección en la columna. Ella sigue como si nada. La acuestan y al rato comienza a quejarse. Asegura que va a vomitar y hace unos ruidos que preocuparían a cualquiera, menos a este grupo de médicos.

Todos tienen muy buen humor, se la pasan haciendo bromas. La única con temperamento fuerte es la instrumentadora quirúrgica. Hace que tanto la reportera gráfica como yo nos sintamos de más. Le llama la atención a la fotógrafa unas diez veces. Pero es totalmente comprensible: a alguien le toca poner la disciplina en esa sala.

La misma mujer abre la puerta y sorprende a un par de residentes que están algo así como rifándose quién asistirá al doctor.

-Ajá, no se peleen por entrar- expresa de forma irónica.

-Yo lo haré- dice la chica.

Una auxiliar le quita la bata a Inés María y deja su enorme vientre y vagina al descubierto. Le aplica una solución antiséptica y a los pocos minutos la presión arterial de la mujer comienza a normalizarse. Ya pueden empezar el procedimiento.

Le hacen una incisión en el abdomen, justo encima de la pelvis, llegan a la fascia (estructura de tejido), siguen al músculo, luego encuentran el útero y hacen una nueva incisión y extraen el feto sosteniéndolo por la cabeza.

Se escucha un grito seco que anuncia que una nueva vida ha llegado. Aunque ese cuerpo médico atiende cerca de 400 cesáreas al mes, se ven tan emocionados. Es como si celebraran cada nacimiento. Es imposible no conmoverse con el cuadro.

El ginecólogo le corta el cordón umbilical al pequeño y se lo pasa de inmediato a una médico general que ha estado de pie, en una esquina, esperando a que nazca. Ella lo limpia muy superficial y sale corriendo para mostrárselo a la madre. La simpática doctora le dice:

“Ujumm, pero está bien hechecito”. Y todos se sueltan a reír.

La doctora lleva al bebé a otra habitación y allí realiza la limpieza y otros cuidados que requiere. El bebé se ve tan blanco y llora, mientras una sutil sonrisa parece que se dibujara en sus delgados labios. Es perfecto.

Son cerca de 400 cesáreas las que se realizan en la clínica cada mes. Fotos: Lorena Henríquez/ El Universal/
Son cerca de 400 cesáreas las que se realizan en la clínica cada mes. Fotos: Lorena Henríquez/ El Universal/
Nellys en la sala de parto.
Nellys en la sala de parto.
Luna nació por parto natural.
Luna nació por parto natural.
Davián nació por cesárea.
Davián nació por cesárea.
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