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La Catedral de Manizales, más cerca de cielo

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Ciento trece metros de altura acercan a los fieles a Dios.

Tal vez eso pensaban los manizalitas cuando decidieron construir la Basílica Metropolitana Nuestra Señora del Rosario de Manizales, su catedral.

He llegado hasta aquí bajo la promesa de una panorámica excelsa, desde la cual se divisan las cumbres de los nevados, y por mi gusto por la arquitectura.

Son las 9 de la mañana, y mi pinta de turista me delata, será que estar en short y sandalias a 15 grados de temperatura resulta un poco extravagante para los muy invernales transeúntes de la Plaza de Bolívar, en pleno Centro de la ciudad.

Dejando atrás el continuo murmullo, me dirijo hacia el enorme templo de hormigón armado de 2.300 metros cuadrados de área con puertas de bronce que allí se erige, y cuya construcción se inició luego de que el entonces gobierno de Antioquia creara el Distrito de Manizales, en 1849.

La vista es espléndida desde la Gobernación de Caldas, su fachada provee ese halo de misterio que envuelve las edificaciones antiguas, con sus colores terrosos y las torres puntiagudas que rozan las nubes. 

Una vez ahí, y luego de comprar el tiquete de ingreso, puedo iniciar el recorrido por la planta baja.

Al entrar a la nave principal, un suntuoso altar me atrapa con su baldaquino de 14 metros de altura revestido en laminillas de oro, que fue diseñado por la firma Rambusch de Nueva York, y está abarrotado con 64 santos tallados en madera hechos en Italia por la casa Stuflessu de Ortisei. Un punto de luz que atrae entre tanta penumbra.

Pero no pretendo molestar a quienes están rezando, así que me dirijo a una de las naves laterales que se divisa entre las espigadas columnas que le dan forma a las bóvedas, mientras observo esa cúpula hecha de relieves entrelazados que se bifurcan, un detalle que acentúa esa forma de cruz griega que tiene la iglesia.

Una vez llega el guía, puedo subir por el ascensor hasta la segunda planta y así evitar la vertiginosa escalerilla interna que carece de iluminación.

Desde los corredores se puede divisar el centro de la basílica y mientras inspecciono las fotografías antiguas de su construcción, escucho los relatos de nuestro acompañante.

Él indica que todo comenzó con una pequeña capilla y que fue un terremoto el que permitió la creación de la Catedral.

Advierte que la primera versión fue construida en 1.888 por el arquitecto Mariano Sanz de Santa María, quien decidió labrarla en roble y en nogal, y cubrirla “con cedro perfumado, como el templo de Salomón”, según recitan los registros históricos.

Pero dos incendios acabaron con nueve años de trabajo, y las ilusiones de un pueblo devoto que se crecía de manera exponencial.

La segunda obra fue un diseño del francés Julien Polty junto con la compañía italiana Papio Bonarda, aunque  fue el pueblo de Manizales el que logró la culminación del santuario en 1939.

El resultado fue un edificio neoclásico que conjugaba tres estilos, haciéndolo ecléctico, como una amalgama de elementos bien concebidos.

Gótico de apariencia, con pinceladas de bizantino y detalles románicos se conjugan en un obra de matices variopintos, pensada para impresionar.

Luego del recorrido por el improvisado museo, el cual registra los tres terremotos que ha sufrido la estructura, me dirijo al Café Tazzioli, bautizado en honor del escultor italiano Alideo Tazzioli, quien realizó la mayoría de estatuas que adornan las cuatro torres laterales y la torre principal, donde se encuentra el Corredor Polaco.

El ascenso al cieloLuego de dejar atrás la tiendecita de aire  europeo, subimos por aquella estrecha escalera que nos acerca a la cima.

Un tanto incómoda por la oscuridad que nos invade, ascendemos al tercer piso. Una vez en el balcón la perspectiva cambia y puedo divisar la multitud que reza al unísono.

Arriba, mientras la luz proyecta los juguetones colores de La Rosa (un rosetón o vitral calado de forma trilobulada), la pupila se dilata y el corazón se agita.Aún no he llegado al Corredor Polaco y sigo escalando peldaño tras peldaño hasta el siguiente nivel, el techo de la estructura.

Literalmente me encuentro parada en la parte exterior del edificio, el viento frío desacomoda mis cabellos y yo solo me aferro con fuerza a la baranda de metal, al tiempo que observo las calles aledañas con sus diminutos carros.

Es hora de treparme en una empinada y bastante rústica escalera, desde la que se divisa el abismo.

La adrenalina me invade, y cuando estoy caminando en el angosto pasadizo, nuestro guía proclama: “Antes había que gatear por el borde sin barandas de protección”.Si bien llego al pórtico de entrada, no me siento tan a gusto.

Ahora estoy en la cúpula central, un salón circular que tiene en su centro un tragaluz que permite ver el interior de la Catedral.

Estoy un poco más relajada, y puedo retratar las imágenes de San Juan Bautista, San Juan María Vianey, San Pedro Claver y Santa Rosa de Lima, que están dispuestas en las puntas de las cuatro torres laterales.

En ese momento, me percato de la escalinata de caracol teñida de naranja brillante que se envuelve en una espiral eterna hasta al punto más alto.

Lo único que hay después del mirador, al cual llaman el Corredor Polaco, es la cruz que reemplazó al Cristo Salvador de 6 metros de altura que coronaba la torre principal. Pero como las otras esculturas de Tazzioli, esta quedó averiada luego del sismo del 1962, aunque todavía conservan su cabeza.

Hacia allí me dirijo entre el angustiante crujitar de los 456 peldaños. En cada paso el aire me falta, solo pienso en vacío, y me arrimo a la pared sin asomarme por las ventanas.

Estoy muy arriba, casi a 102 metros de altura, y solo recuerdo las historias de los terremotos y las fotografías de sus destrozos, ya no es tan tentadora la panorámica de 360 grados que me han prometido.

Pero aún así, continúo mi travesía entre el sonido metálico que generan las 15 personas que suben a mi lado y la sensación de movimiento que generan. Y cuando menos lo espero, el resplandor del sol atraviesa la entrada y estoy ahí, viendo las montañas coquetear con el cielo.

Torre Lateral de la Catedral Basílica Metropolitana Nuestra Señora del Rosario de Manizales, y en una esquina la escalera que conduce del tercer piso hasta la cúpula central. Fotos Cindy Barrios Miranda
Torre Lateral de la Catedral Basílica Metropolitana Nuestra Señora del Rosario de Manizales, y en una esquina la escalera que conduce del tercer piso hasta la cúpula central. Fotos Cindy Barrios Miranda
Escaleras desde la cúpula central hasta el Corredor Polaco.
Escaleras desde la cúpula central hasta el Corredor Polaco.
El baldaquino.
El baldaquino.
Vista posterior del baldaquino y al frente el vitral La Rosa.
Vista posterior del baldaquino y al frente el vitral La Rosa.
Vitral lateral en forma de trébol.
Vitral lateral en forma de trébol.
Vista de la torre principal desde el Café Tazzioli.
Vista de la torre principal desde el Café Tazzioli.
Escalera para ingresar a la cúpula.
Escalera para ingresar a la cúpula.
Vista de la Plaza de Bolívar de Manizales desde la Catedral. En frente la Gobernación de Caldas.
Vista de la Plaza de Bolívar de Manizales desde la Catedral. En frente la Gobernación de Caldas.
La primera catedral de Manizales hecha en 1888, cuya replica se halla en el barrio Chipre. Fotos Cortesía/Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales.
La primera catedral de Manizales hecha en 1888, cuya replica se halla en el barrio Chipre. Fotos Cortesía/Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales.
Vista de la Plaza de Bolívar desde el Corredor Polaco, tomada en 1978. Cortesía/Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales.
Vista de la Plaza de Bolívar desde el Corredor Polaco, tomada en 1978. Cortesía/Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales.
La Catedral tres meses después de concluir su construcción en 1939. Cortesía/Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales.
La Catedral tres meses después de concluir su construcción en 1939. Cortesía/Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales.
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