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Córdoba, ciudad romana y mora

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El solsticio de verano me sorprendió en Córdoba, antigua ciudad romana del siglo II a.C. que despunta en colores miel, al pie de Sierra Morena, cordillera del Sur de España.

Como todas las ciudades viejas, tiene una muralla de protección, y dentro, la imponente Mezquita que asoma desde todos los puntos, hoy Catedral y uno de los monumentos más asombrosos del viejo mundo pues supone una simbiosis de elementos y estilos orientales y occidentales. 

Sus 23 mil 400 metros cuadrados, 856 columnas, capiteles romanos, griegos, visigodos y árabes, la hacen la mezquita más grande del mundo islámico y el templo religioso más grande del mundo, capaz de hacer retroceder a sus habitantes a los tiempos del emir de Córdoba Abderramán I, quien inició su construcción en el año 785.

Sobre las cinco de la tarde del viernes 20 de junio, los cordobeses iban y venían en círculos variables, quizá recorriendo los mismos caminos de fenicios y griegos, primeros pueblos que se asentaron en la península durante los siglos VIII y IX a.C.

La vida en este atrayente paraje situado en una depresión a orillas del Río Guadalquivir tiene un sabor a aceituna y vino tinto, a metrópoli y a pueblo estancado en el tiempo que se pierde en los recovecos de la Córdoba romana, musulmán y cristiana; mientras todos los turistas pasean en enjambre.

Luego de admirar un poco la ciudad, busco un hostal económico. Pregunto a los cordobeses y sigo las indicaciones de caminar por callecitas estrechas hacia un hotel llamado Al-Katre, la evidente herencia árabe hace fascinante al lugar. Como no tengo reserva me dicen que no hay cama disponible dada la afluencia que genera un evento de flamenco que se desarrolla en las noches del fin de semana.

La chica de la recepción dice que lo siente, pero que pruebe suerte en un hostal llamado Hotel Osío, que se sitúa muy cerca de la Plaza Abades. En aquel albergue me hospedo por fin por 14 euros la primera noche y 18 la segunda, siendo el sábado el día de mayor concentración de personas por la cantidad de conciertos que se disponen en tarimas instaladas por toda la ciudad.

Una vez alojado, salgo a dejarme maravillar por los famosos y embrujados Patios de Córdoba, profusamente decorados con flores rosadas, rojas y blancas. A la vuelta de la esquina menos pensada su gastronomía de salmorejo, berenjenas fritas, flamenquines y vinos amontillados.

Como es el solsticio de verano, el día más largo del año, no anochecerá sino pasadas las diez de la noche, y un espectáculo de música andaluza revisa mis sentidos en un bar de la Plaza Séneca. Pido un tinto de verano con limón y la agrupación de El Calli plantea un espectáculo de palmas, guitarra, coros y un bailarín que zapatea en una plataforma de madera al ritmo de un flamenco antiguo y profundo.

Los rasgueos de acordes inusualmente agudos, las voces como quejidos y desgarros gitanos, maravillan, especialmente, a las cordobesas, consideradas las mujeres más guapas de Andalucía. El atardecer anuncia la noche que se resquebraja en callejuelas de importantes nombres de filósofos, poetas, políticos y toreros.

Alrededor de la Mezquita se sientan turistas de todos los confines del mundo, beben como peces y lo mismo disfrutan de conversaciones multiculturales como de las cervezas y tortillas. Todos parecen muy amables y dispuestos a entablar una charla con desconocidos. Casi nadie parece consciente (ni hace falta) de estar sentado sobre adoquines y bordillos que a principios del siglo XIX sufrieron el asedio de la ocupación francesa, de la constante lucha y oposición que encontraron allí los ejércitos napoleónicos.

Hace hambre, y una brisa fría y espaciada recorre la ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994. Pido un gazpacho y una ración de jamón ibérico y otro tinto de verano.

Al fondo del recinto el barman habla del desastre de actuación de la Selección Española de fútbol en el Mundial de Brasil y aparece de pronto Juliana, una paisa colombiana que se anima a hacer comentarios sobre el buen equipo nacional que nos representa. De inmediato me meto en la charla y una sonrisa pícara y un guiño de ojo recibo de su parte. Me acerco para preguntarle sobre su procedencia aunque su acento antioqueño, tan inconfundible, me lo ha dicho ya. 

Dice que trabaja muy cerca pero no especifica el tipo de labor que hace. Trabaja en una casa cercana y me invita, cuando yo quiera, a tomarnos una copa. Adivino sus intenciones y hablo un rato más con ella en claro coqueteo mutuo. Me advierte que está con su prima y que debe regresar con ella. Enseña, contoneando sus caderas, el camino a la esquina donde ella y su prima se ganan la vida de la manera más antigua.

Recorro el Puente Romano sin dirección específica, sin más ánimo que el de cruzarlo y soslayar las calles repletas de bares y tiendas de souvenires españoles. La Regadera, Café Jazz, La Taberna del Frío, son algunos nombres de los lugares de copas más llamativos de Córdoba que, según testimonios arqueológicos, llegó a contar con alrededor de un millón de habitantes hacia el siglo X, siendo la ciudad más grande, culta y opulenta de todo el mundo.

Son ya las 2 de la madrugada y la ciudad resplandece todavía. Me detengo en Café Jazz, pues me lo ha recomendado la mujer del albergue donde me quedaré durante las dos noches de mi visita. Las luces rojas y esféricas del bar me trasladan a un bar de la Calle de la Media Luna de cuyo nombre no quiero acordarme.

Pasadas las tres de la mañana y varios vasos de Jack Daniels regreso al hostal. Caigo enseguida rendido en una habitación compartida, bonita, que tiene cinco camas vacías, sobre las cuales dormirán unos estudiantes norteamericanos la noche siguiente.

Queda aún mucho por ver. Me han hablado de la Judería, un encantador barrio blanco lleno de flores, testimonio del núcleo judío que existió en la época romana y visigoda. No vine a dormir así que me levanto a las 9 de la mañana en busca de la aventura aún no descubierta, de la percepción inacabada, de las mujeres de ojos almendrados y vestidos ceñidos que pululan las calles.

La Mezquita de Córdoba.
La Mezquita de Córdoba.
Interior de la Mezquita.
Interior de la Mezquita.
Puente romano.
Puente romano.
Muralla romana.
Muralla romana.
Callejuelas.
Callejuelas.
La ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.
La ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.
Judería.
Judería.
Río Guadalquivir.
Río Guadalquivir.
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