Mañana será lo mismo. Con mal tiempo no se puede encender el fuego y desde que salimos de Palos nos hemos llevado a la boca, muy pocas veces, comida caliente. Por lo general a las once de la mañana se sirve un plato de anchoas o sardinas o un guiso de garbanzos o lentejas y a veces carne salada y galleta marinera.
Zarparon el 3 de agosto de 1492 desde el puerto de Palos de la Frontera, Andalucía, Sur de España. Los preparativos habían sido arduos. Conseguir las embarcaciones y la tripulación le resultó muy difícil a Cristóbal Colón pues era un desconocido para la gente del mar de la zona.
De las tres naves que harían el viaje, dos fueron le entregadas en Palos, en virtud de un castigo que pesaba sobre el puerto y que, por Real Provisión (leída el 23 de mayo de dicho año en la iglesia de San Jorge) obligaba a las autoridades a cederlas. La tercera fue arrendada a Juan de la Cosa, Maestre de la Santa María, embarcación Nao de la que Colón sería en principio Capitán y después Almirante.
Al son de cantinelas comienza nuestra rutina diaria, en la nave capitana, a la que llamamos La Gallega, después de las primeras oraciones antes del alba, las cubiertas ya están bien fregadas con agua salada y duras escobas. Comienza el ajetreo de maniobrar las velas para aprovechar mejor modo los vientos que a veces son esquivos. Nuestras conversaciones se hacen en una jerga que se aplica a todo y es para iniciados. Con “saca la cebadera” se pide una caja de conservas, “pon la mesana” es la orden para comer que da un oficial, “daca el pañol” para pedir una servilleta.
Colón pudo contar con dos carabelas, La Pinta y La Niña, y una nao de mayor tonelaje, la Santa María. Por intermedio de los frailes del Monasterio de La Rábida, también situado en Palos de La Frontera, el almirante conoció a los prestigiados marinos del clan Pinzón, de Palos y a los Niño, de Moguer. Los Pinzón resultaron decisivos a la hora de reunir a los que se requerían para tripular los barcos y el avituallamiento necesario para tan larga expedición. En la tarde del 2 de agosto embarcaron las tripulaciones. Al día siguiente, bien temprano, comulgó Colón y se embarcó en seguida. En el nombre de Jesús dio la orden de levar anclas y largar los aparejos. Faltaba media hora para la salida del sol y los gallos de Palos no cantaban aún.
Últimamente sólo pienso en comida porque el mar océano es terrible e implacable, muy diferente a la mar que te pintan en las canciones y del que hablan los poetas. La gran fuente de diversión son los “jardines”. Sentados en los asientos perforados colocados en proa y popa, los simples marineros, los oficiales, y el mismísimos Almirante, rendimos a diario nuestro homenaje a los cielos y a los vientos, recibiendo muchas veces el frío azote de una ola en partes muy sensibles de nuestra anatomía, en los “jardines” toda majestad se pierde. Allí todos somos iguales.
El 9 de agosto de 1492, la flotilla al mando de Colón llegó al archipiélago de Las Canarias. La parada fue más larga de lo previsto por el Almirante, puesto que en el trayecto desde Palos a La Pinta se le había averiado el timón y La Niña no navegaba a la velocidad necesaria, debido a un velamen poco apropiado. Dotaron a La Pinta de un nuevo timón y fue necesario calafatear (cerrar las junturas de las maderas de las naves con estopa y brea para que no entre el agua) su casco, mientras a La Niña se le colocaron velas cuadradas en remplazo de las velas latinas y se le agregó un mástil. También se cargaron víveres frescos, leña y agua.
Toda la operación tardó casi un mes. Por fin el sábado 8 de septiembre los barcos zarparon hacia lo desconocido. A partir de este día, Colón comenzó a dar cuenta de su periplo en un diario, legado a la posteridad gracias a la transcripción que hiciera posteriormente el padre Fray Bartolomé de Las Casas. Respecto a este día dice así: “Tres horas de noche, sábado, comenzó a ventar Nor-deste y tomó su vía y camino al oeste; tuvo mucho mar por proa, que le estorbaba en el camino y andaría aquel día nueve leguas (aproximadamente 50 kilómetros) con su noche. El viaje de localización había comenzado.
Con buen tiempo después de haber limpiado y pulido todo quien no está de guardia conversa con sus compañeros, pesca o trata de lavar su ropa con el agua salada. Al caer la noche, somos llamados para las oraciones. Allí entonamos mal que bien el “Salve Regina”. Se apaga el fogón y comienzan los guardias de la noche. El silencio se apodera de la nave. De tanto en tanto, se quiebra con los llamados del grumete de guardia: ¡Ah de proa, alerta, buena guardia!
En su tiempo libre los marineros dormían, intentaban pescar y se divertían. Jugaban a los dados, contaban historias, cantaban y protestaban por la duración del viaje. Se lavaban poco, pero, a veces, saltaban por la borda para nadar en el mar. Con mal tiempo no se podía encender el fuego por lo que tenían que conformarse con comida fría. Casi todos los marineros eran muy religiosos y rezaban a Dios y a los santos pidiendo un buen viaje. Cada tarde entonaban el Salve Regina
Llegada de los españoles
El 12 de octubre de 1492 Colón llegó a las islas que hoy conocemos como las Bahamas. Atónitos, los nativos contemplaban a un grupo de seres blancos y barbudos que les hacían gestos y vociferaban en una lengua desconocida. Colón tomó la iniciativa e intentó establecer contacto con el cacique de la isla. Se trataba nada menos que del primer encuentro entre habitantes de la vieja y desgastada Europa y de la América indígena. Este hecho, tan significativo para toda la humanidad, se repetiría en adelante en todos los lugares poblados por las múltiples culturas americanas.
Los españoles no llegaron a las islas asiáticas de las especies pobladas por indios, sino que hallaron el continente americano, denominado luego Indias occidentales, habitadas por taínos, aztecas, mayas, incas, mapuche, chibchas, entre otros muchos. Se estima que los taínos que habitaban las Bahamas adoraban un gran espíritu que vivía en el cielo de donde pensaban, en principio, que venía Colón. Creían que en la tierra estaban rodeados por otros espíritus, los zemis. Algunos eran fuerzas de la naturaleza, otros eran fantasmas de sus ancestros. Los hogares de los taínos eran cabañas de madera con paredes de caña y tejados hechos de hojas. No llevaban ropa. Se pintaban el cuerpo con colores y dibujos.
En enero de 1493, La Pinta y La Niña levaron anclas y enfilaron rumbo a Europa. Pero las peripecias de este primer viaje colombino aún no terminarían. El jueves 14 de febrero, cuando faltaba poco para llegada una violenta tormenta hizo que las dos carabelas perdieran el contacto. La Pinta, comandada por Martín Alonso Pinzón, se alejó para siempre y Colón nunca más volvería a ver a quien había sido su mano derecha. Pinzón, en vez de intentar reunirse con el Almirante en Azores (grupo de nueve islas portuguesas), continuó su periplo por el océano, movido por la ambición de llegar primero a España con las noticias de su descubrimiento. Sin embargo el destino quiso otra cosa. Pinzón arribó al puerto de Bayona (Galicia) y luego se dirigió a Palos, adelantándose a Colón, a pesar de ello, la corte real le negó una audiencia, y a los pocos días Pinzón falleció a causa de una enfermedad desconocida.
Colón entra en Palos el 15 de marzo, 32 semanas después de su partida. La Niña, mientras tanto, salvó con muchas dificultades la tormenta. Colón incluso llegó a temer lo peor y lanzó un pergamino con el relato de su viaje al mar, con la esperanza de que quien lo hallase lo hiciera llegar a los reyes. Por fortuna, el reducido grupo pudo continuar su viaje hacia las Azores, donde repusieron sus fuerzas.
Se engalanó la ciudad como para una fiesta, y cuando el Almirante y su séquito llegaron a las afueras lo recibieron altos cortesanos. Al penetrar en el salón del trono se levantaron los soberanos, y cuando Colón quiso arrodillarse y besarles la mano, le hicieron que se levantara y sentara en una silla cerca de ellos. Colón fue el único al que se le permitió permanecer sentado ante su presencia.
Entonces les hizo el relato del viaje y de las islas con su fresca vegetación, y sus habitantes desnudos… les presentó a los indios casi desnudos, quienes rezaron el Ave María y se santiguaron. Sus hombres traían jaulas con cacatúas, grandes ratas indias, pequeños perros que no podían ladrar. Abrieron barriles con extraños pescados en salazón y arcas con algodón, áloe, especias y pieles de grandes iguanas. Les mostraron arcos, flechas y porras, y el Almirante les habló de los caribes devoradores de carne humana o caníbales, y de las sirenas frente al monte christi, pero aseguró que no había visto ninguno de los monstruos que los cosmógrafos creían existentes en las islas al fin de la tierra. Luego les mostró el oro: coronas de oro, grandes máscaras decoradas con oro, ornamentos de oro batido, pepitas de oro, polvo de oro. Los soberanos se arrodillaron, y con ellos todos los presentes, dando gracias a Dios que había puesto todas estas cosas en sus manos. El coro cantó un Tedeum, y las crónicas dicen que todos los ojos se llenaron de lágrimas de indescriptible alegría.
Después de haber arribado a la península en marzo 1493, Colón fue a descansar dos semanas a La Rábida. Allí esperó por su audiencia en la corte. El relato de Björn Landström sobre el recibimiento de Colón por parte de los reyes católicos Fernando e Isabel, de Barcelona, es muy ilustrativo respecto a lo que sucedió en aquel instante.
EpílogoA pesar de su fuerte implantanción, el cristianismo no logró arrinconar del todo a los dioses nativos. Se produjo un sincretismo religioso con identidad propia. Los artesanos locales se adaptaron a los nuevos estilos aportando su ancestral forma de hacer.Antes de la llegada de los españoles, ya existía en América una artesanía del telar y del hilado. Cuando las carabelas llegaron a Guanahani, entre otros presentes, sus habitantes obsequiaron a los tripulantes con ovillos de hilo de algodón bellamente coloreados.Colón vivió su momento de mayor esplendor y gozó durante este tiempo de todo favor real. Los reyes se mostraban contentos con su hazaña, alegría que aumentó tras la dictación de las bulas por parte del papa Alejandro VI.



