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Facetas

Una visita a la bruja

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¡Ay, no! Cada vez las adivinas o brujas han perdido más la mística y parecen gente normal.

Yo sí extraño la bola de cristal, el olor a incienso, a tabaco, las imágenes espeluznantes en la pared, las velas y el excéntrico turbante sobre la cabeza de la hechicera.

Por lo menos, la que me tocó me recibió en short de jean y una blusa escotada roja. No hay derecho. Pensé que mi primera vez sería algo más enigmática y misteriosa.

A *la profe Salomé la contacté por teléfono y, luego de decirme que tenía la agenda copada, y que todo se manejaba por citas, me atendió ese mismo día. Preguntó sobre qué hablaríamos (me cogió fuera de base) y le dije que acerca del amor, que conocí a alguien y que quería saber qué tantas posibilidades tenía con esa persona.

Llegué justo a tiempo a la cita; y, por desgracia, una señora algo humilde (lo digo por su ropa y apariencia física) me robó el turno. Con el ánimo de mantener la intimidad con su cliente, la adivina puso una silla al final de un extenso pasillo y me dijo que la esperara ahí. Lo más extraño es que desde ese lugar se escuchaba con exactitud toda la consulta.

Por lo que entendí, la mujer tenía un entierro, algo así. Al parecer, alguien le había echado algún maleficio y la bruja intentaba sacárselo a punta de unos baños que ella misma preparaba.

Se despide de la ansiosa mujer y me invita a pasar. Tiene por costumbre acompañar a sus clientes hasta la puerta. Durante ese lapso, me percato que la sencilla mujer ha dejado sobre la mesa de consulta un billete de 50 mil pesos.

La adivina se apresura a recoger el billete y sonríe, mientras esconde el dinero en un viejo cuaderno. Por un momento se me olvida que finjo ser una clienta, y antes de que ella lance el primer interrogante me adelanto a preguntarle por el tiempo que lleva ejerciendo la brujería.

-¿No venías a preguntar por el amor?-(Recuerdo que eso fue lo que acordamos por teléfono) Sí, conocí un chico hace poco y tengo dudas.

Antes de empezar con la lectura, se disculpa por la ropa que trae puesta. Asegura que ni para eso le queda tiempo.

“Mamita, tocó vestirme así para que me alcanzara el tiempo para atenderlas a todas. Mucho trabajo, gracias a Dios. ¿Se la leemos a él? ¿o a ti y preguntamos por él?”, pregunta.

Asiento con la cabeza sin dejar en claro cuál de los dos interrogantes respondo. Me acuerdo que estoy ahí por un supuesto hombre que amo y no me da las señales indicadas, de modo que pienso en el último chico con el que salí y sobre él baso toda la consulta.

Pregunta mi nombre completo y el del supuesto chico. Con mi nombre no logra conectarse; con el de él, sí. Pregunta que si prefiero leerme las cartas o el tarot. Por descarte, digo que lo segundo. Me pide que divida la baraja en tres y saque una carta. Se nota que soy muy novata en todo esto y me dice que si estoy mintiendo, ella lo descubrirá.

Entro en pánico, pero ella sonríe. Tiene una risa chocante, que a cualquiera lograría exasperar. Comienza a describir, con un acento de algún pueblito del interior del país, hechos de mi pasado, presente y futuro. Siempre pregunta si está en lo cierto o no y cuando niego con la cabeza, se enoja, pero vuelve y sonríe.

“Tuviste una relación con un pelado, pero hubo una traición (lo niego). Claro que sí. Es más, la relación se acabó por usted. Aquí la que fue infiel fuiste tú”, asegura.Dice, además, que el trabajo nunca me falta, pero que en los lazos del amor siempre me equivoco. Sale la carta del arrepentimiento y afirma que soy una mujer muy indecisa y que casi siempre me echo para atrás en mis decisiones.

Por otra parte, me informa respecto a una mujer que está cerca de mí y que me envidia, que debo cuidarme de ella. Pero lo mejor está por venir: “Veo un matrimonio. ¿A usted le pidieron la mano? Porque veo que se va a casar”.

!Oh, Dios mío, me casaré!(pienso). En ese momento tocan a la puerta. En esta ocasión, es una mujer de unos 28 años de edad y tez morena. Luce de mal humor. Creo que pensaba que la adivina estaría sola, así que “La profe”, como la llaman por cariño, lleva a la joven al mismo pasillo donde me puso a esperar cuando llegué. Ella también debe estar escuchando toda mi consulta.

Retomamos nuestro diálogo y me dice que ese matrimonio se puede lograr con el chico que recién conocí. Sobre él tratará esta segunda ronda de barajas.“Uy, cómo te gusta ese pelado. Yo no sé, pero me parece que él tiene un hijo (me decepciono como si me estuviera revelando una triste verdad). Aquí marca un niño. Económicamente, está muy bien. Tiene carro. Él es muy coqueto. Es un mentiroso, mamita. Tiene mucha parla para envolver a las mujeres. Este chico te dice muchas mentiras”, asegura.

Me dice que he conocido otro joven casi al simultáneo, pero que este muchacho sí me conviene, que tiene las mejores intenciones, aunque no cuenta con tanto dinero como el primero y no me tiene tan emocionada.

“Si me dejaras hacerle un trabajito que consiste en quitarle lo mentiroso, te casarías con él, porque este pelado está emocionado contigo, pero su estilo de vida no lo deja”, dice.

Me explica que el trabajo que pretende hacer es por medio de unos potecitos (no sé a qué se refiere). A esos potecitos se les agregan algunos elementos que ella tiene y se le reza a un tal San Marcos de León. Eso me sale en 100 mil pesos. Parece que es mi día de suerte, porque generalmente cobra hasta 500 mil pesos por ese trabajo.

Necesito baños de amor...

Considera que también debo darme unos baños para incentivar el amor. Con tres será suficiente. Debo llevar pétalos de rosas rojas, cintas del mismo color y se le ora a la Diosa del amor. Esos baños me salen en 120 mil pesos.

“Te salen a ese precio, porque tú estás muy bien. No te voy a engañar, porque me engaño yo. Tienes un aura muy bonita, pero siempre estás cruzada en el amor”, afirma.

El valor total es de 220 mil pesos, los cuales puedo pagar en cómodas cuotas. Creo que le caí en gracia a la mujer.

Justo en ese instante le entra otra llamada. Se demora muchísimo en el teléfono y hace cara de estar confundida. Mientras habla, la analizo por completo. Es muy joven, podría tener 35 años. Es rubia y su piel está llena de tatuajes. Es desaseada. Lo digo por el aspecto de su casa. No tiene muebles, solo unas sillas plásticas y una mesa en ese mismo material. Todo ahí parece un caos, que nada tiene que ver con lo humilde que luce la vivienda.

En el ambiente hay un olor que no nos abandona. Es como a incienso combinado con algo más fuerte, pero desagrada. Hay dos niñas que aparecen a veces en escena. Sospecho firmemente que son sus hijas. Una de ellas está sin camisa y carga un gatito; la otra, acaba de llegar del colegio y se ve desaliñada y mugrosa.

Una vez cuelga el teléfono, me dice que era un cliente de su vecino, quien también es brujo, y la estafó. Sin embargo, a ella no le interesa tener problemas con su colega y no atenderá esa consulta.

Cuando está por finalizar la sesión, me pregunta que porqué nunca consulté sobre mí, que lo más importante, antes que cualquier hombre, somos nosotras mismas. La verdad es que no me interesaba abrir más esa puerta; y, sin ser muy supersticiosa, creo que así como existe el bien, debe existir el mal.

Vuelvo a repartir en tres el tarot y me dice que llevo una vida muy tranquila y que Dios me ha dado todo cuanto he querido. También habla de un familiar que está enfermo. Se refiere a mi trabajo, afirma que las cartas le dicen que escribo mucho, que a veces estoy bien, pero que en el fondo me siento sola.

Es mucha información. No hay una secuencia en los hechos que menciona.

“Sobre el amor, te puedo decir mucho más. Las cartas dicen que no ha llegado el hombre que realmente te gusta; y el que te mueve el piso, es un mentiroso”.

Insiste en que tengo un aura positiva. Me asegura que pronto emprenderé nuevos rumbos y hasta consolidaré estudios superiores. Cree que en el trabajo me va a ir mejor de lo que me va y que hasta un aumento de sueldo llegará (ojalá esta nota la esté leyendo algún superior).

Cuando la llamé, pensé que fanfarroneaba en cuanto al número de clientes que dice tener. Pero después de ser interrumpida en tantas ocasiones, me percaté que hay demasiada gente que confía ciegamente en este tipo de creencias.

Y no tiene que ver con el estrato, clase, cultura o nivel de educación, porque la profe atiende consultas de personas supuestamente distinguidas, hasta las que viven en los sectores más deprimidos de la ciudad.

Sus clientes, en su mayoría, son mujeres desesperadas, quienes creen que en el azar encontrarán las respuestas a interrogantes que ni siquiera se han sentado a intentar solucionar.

Con frecuencia acuden a ella mujeres que desean amarrar a un hombre cueste lo que cueste. Existen las que creen que les echaron algún maleficio; y por eso, tanta mala suerte. Las que sienten que no avanzan. Las que no consiguen trabajo. Las que el marido se les fue con otra más sexy; y, sobre todo, están aquellas que dejaron de creer en sí mismas para poner toda su confianza en un ser un humano con sus mismas o más bajas capacidades.

“Mamita, yo soy vidente. Heredé este don de mis abuelos y de mi padre. Todo lo que te digo es verdad. No gano nada con mentirte. ¿Para que salgas diciendo que te engañé? Tú misma me puedes traer más clientes”, dice como tratando de convencerme.

Le prometo que la llamaré nuevamente para ponernos de acuerdo con lo de los potecitos y bañitos que me urge recibir.

Mientras voy en el taxi, camino a la redacción de este diario, con un dolor de cabeza terrible, reafirmo que soy del tipo que prefiere mantenerse alejada de esas prácticas y esperar a que el universo y mis propias habilidades me muestren cuál es el rumbo. De ese modo tengo la conciencia tranquila, y buen billete que sí me ahorro.

La profe Salomé cree que heredó el don de ser vidente de sus abuelos. Ilustración: Emmanuel Vidal.
La profe Salomé cree que heredó el don de ser vidente de sus abuelos. Ilustración: Emmanuel Vidal.
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