Mientras Henry Char esté sentado a la vista de todos, no faltará quien le prodigue un saludo ruidoso o discreto, pero todos se sentirán con la inevitable obligación de congratularlo. (Lea más sobre Henry Char)
¿Cómo está Don Henry?
Bien y usted, mijo, ¿qué ha hecho?
Se levanta, va en busca del interlocutor y le da un abrazo leve, pero cálido. Luego, retorna al sillón en donde está conversando desde las 12 del día y les dice en voz baja a quienes lo acompañan:
No tengo ni idea de quién es ese muchacho. Pero así me sucede todo el día: la gente me saluda y yo respondo, pero a algunos los conozco y a otros no; o por lo menos, no los recuerdo.
Henry Char Zehlaoui tiene 86 años de nacido, 62 de vivir en Cartagena y una memoria prodigiosa para recordar hasta los detalles más ínfimos y remotos de su vida, tal como consta en una biografía que acaba de publicar, y que logró organizar, gracias a la colaboración de los periodistas Manuel Lozano y Gustavo Arango.
Pasadas las 12, decide hacer un recorrido con dos invitados por los peculiares recovecos de su recién inaugurado Hotel Arsenal Boutique. Sube a la piscina y desde allí señala el horizonte de la bahía plagada de veleros y de embarcaciones menores. Invita a un trago de cualquier cosa. Los invitados solicitan el menú, pero él lo tiene en la misma frase que terminó siendo el título de su biografía: Pregunte por lo que no vea.
Recuerda que arribó a Cartagena el 26 de mayo de 1951. Mientras muchos de sus coterráneos abandonaban la región del Medio Oriente, huyéndole a las guerras civiles, él lo hacía como un viaje de reconocimiento o de reencuentro con hermanos y familiares que llegaron a Colombia mucho antes que él naciera.
Venía de Siria, su tierra natal, pero encontró que en Colombia, y en especial en la Región Caribe, a todo proveniente de las tierras del Medio Oriente se le decía turco, “pero fue por culpa de la dominación del imperio otomano. Así que cuando uno sacaba sus documentos, por todas partes los papeles hablaban de Turquía. De manera que así era como uno se registraba cuando llegaba a otros países; y así se quedaba, como turco”.
A sus 25 años, bien pudo haberse quedado en Lorica o Barranquilla, pero Cartagena se le convirtió en un vicio, palabra que utiliza para resaltar que, a pesar de que encontró una ciudad estancada, el cariño de la gente, la calidez, el sortilegio tropical y la sencillez del común lo sedujeron. Y poco a poco se fue arraigando.
“Además añade, uno nunca es dueño de su destino. El que decide todas las cosas es Dios”.
Es por eso que, al menos, el 70% de su biografía podría considerarse también un fragmento importante de la historia de Cartagena, sobre todo en los tiempos de su llegada, cuando toda la actividad comercial estaba centrada en el Mercado Público del barrio Getsemaní, y el resto de la escena colonial parecía un barco encallado sobre un arenal de desaliño.
Don Henry había llegado portando tres idiomas en su memoria comunicativa: el árabe, el inglés y el francés. Estos dos últimos los estudió desde muy niño en el viejo mundo, pero el castellano, la lengua que encontró en Colombia, “la aprendí en el mejor colegio del mundo: detrás del mostrador de la cacharrería que fundaron mis hermanos. Porque a fuerza de tener que atender a tanta gente todos los días, conocí las palabras y las frases más necesarias para una buena comunicación. Antes de llegar a Colombia, me compré un libro con los vocablos y oraciones más comunes en español, pero fue el mostrador el que más me enseñó”.
No esconde que en los inicios de su aprendizaje, los mamadores de gallo del mercado iban a la tienda exclusivamente a divertirse con su extraña pronunciación: “turco, di piña”. Y él respondía: “pinia”. El tumulto insistía: “turco, di niña”. Y él replicaba: “ninia”. Las risas estallaban, pero él seguía despachando y sacándole partido a la tomadura de pelo.
Unos años más tarde, cuando ya había acumulado el suficiente capital como para expandirse como empresario independiente, abrió en la Calle Larga el primer negocio de autoservicio que hubo en Cartagena: el Almacén MAS. Ya en otras ciudades existía esa modalidad de comercio, pero fue en octubre de 1967 cuando los cartageneros vieron por primera vez un establecimiento en donde el cliente se auto despachaba y después iba a pagar a las cajas.
“La gente no estaba acostumbrada a eso. Figúrense que al final del día de la inauguración, los estantes quedaron vacíos, pero ni una moneda en las cajas. Los que vinieron se dedicaron a robar, pero no le dimos mayor importancia a la cosa. Seguimos vendiendo, como si nada”, narra y enseguida le recordamos lo del famoso incendio de la Calle Larga.
Mientras el propietario estaba en España, el MAS ardió durante tres días. Pero, como estaba cerrado, la gente se percató del incendio solo cuando vio una columna de humo saliendo por una de las oberturas del techo. Cuando los bomberos acudieron, era demasiado tarde: el fuego dio cuenta hasta de lo mínimo.
Después de recibir el aviso, Don Henry voló a Cartagena sin perder un segundo. Se descubrió que un cortocircuito había provocado la conflagración, pero las malas lenguas barajaban la teoría de que los mismos dueños habían quemado el almacén para esperar la indemnización de la aseguradora.
“Por la calle decían que no hubo cortocircuito sino un turcocircuito”, rememora agregando que el edificio en donde estamos conversando es precisamente el que sirvió para darle albergue al Almacén MAS antes de que terminara chamuscado por las llamas en 1971.
A lo largo de las 296 páginas de Pregunte por lo que no vea, el narrador recalca en la valoración superlativa de la familia, en la relación de los padres con los hijos y de los hermanos entre sí.
“Creo que por eso explica me sorprendí mucho cuando llegué a Colombia y encontré conceptos como el del hijo natural o el de la querida, porque eso no se ve en mi cultura. O no se veía cuando yo estaba pequeño. Para nosotros, la familia es una sola y debe permanecer compacta sean cuales sean las circunstancias”.
“He venido corriendo por el mundo desde niño, con las manos repletas de cariño, de tierra, de monedas. Ahora ya soy libre como el viento”, dicen las últimas frases de Pregunte por lo que no vea, un compendio de relatos en donde se ofrece el testimonio de lo que ha significado la gran familia del Medio Oriente para el desarrollo del Caribe colombiano y de toda la Nación.
Pero también se captan las maneras sencillas, afectuosas y descomplicadas de Henry Char, protagonista de gran parte de la marcha de Cartagena, quien dice creer que lo aprendido con los beduinos es la clave de la vida: “a las personas hay que valorarlas no por su apariencia, sino por su intelecto y su alma. La calidad humana no se vende ni se negocia. Aunque, inevitablemente, te encontrarás personas que pasaron por la universidad, pero la universidad no pasó por ellas.”


