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Emiro Bertel Torrente: Su pasión, hablar de deportes

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Pero más que un genio para los números, es un convencido de que la radio es cultura, por eso aprovechó sus habilidades como docente para educar a través de este medio masivo.
Eso era lo que lo hacía especial frente a otros colegas. Siempre estuvo interesado en ambas profesiones y sabía muy bien cómo complementarlas. Sin embargo, antes que maestro fue uno de los periodistas que más conocía sobre béisbol en la ciudad.
Desde niño se obsesionó con la idea de convertirse en narrador. Cuenta que utilizaba unas latas o algún instrumento que tuviera a la mano como micrófono para simular que estaba en una cabina de radio que él se inventaba, narrando un juego que sólo existía en su imaginación.
En 1969 estudió en la Escuela de Radiodifusión y Periodismo del profesor Ramón Ortiz. Ahí se preparó un año y se destacó dentro de su grupo de compañeros por tener unas de las mejores voces.
Aprovechó tanto su paso por esa escuela que el periodista Julio Pinedo, quien dirigía el programa Mundo Deportivo, lo invitó a que trabajaran juntos y así comenzó su recorrido por la radio cartagenera.
Años más tarde el maestro Luis Alberto Payares Villa le pidió que lo acompañara a presentar su programa Avance 71, que se transmitía por Emisora Fuentes. En ese espacio se dedicaba a llevar las estadísticas de cada partido, para hacerle contrapeso a las transmisiones de Napoleón Perea Castro, quien era el rey de la sintonía en aquel momento.
Le fue tan bien con Payares Villa, que éste lo invitó a que fuera su narrador suplente. Bertel aceptó la oportunidad y se caracterizó por innovar en ciertos aspectos de su narración que tuvieron buena aceptación dentro de los oyentes.
“Se me ocurrió decirle los segundos apellidos a los peloteros. Por ejemplo: Abel Leal Díaz, Humberto Bayuelo Zetién, y eso se puso de moda. Además que llamaba a la defensiva por sus nombres, porque ningún narrador tenía por costumbre hacerlo y eso le gustaba a la gente”, expresa Bertel.
Han sido múltiples las anécdotas que le han sucedido durante todo el tiempo que estuvo de lleno en los medios. Recuerda en especial una que le ocurrió en 1976.
“Cuando la serie mundial, vinieron por primera vez los equipos de China, Japón y Corea y me tocaba narrar esos partidos. Era una locura pronunciar ese poco de nombres enredados. Era muy difícil, aunque cuando ya los manejé sí disfrutaba hacerlo, yo me crecía porque los demás narradores se trababan”, cuenta.
Emiro no se considera un periodista especializado sólo en deporte, confiesa que tiene la facilidad de incursionar en otras disciplinas fácilmente, así como lo hizo cuando presentó “Recuerde, acierte y gane”, un programa cultural de la cadena Caracol.
“Como soy docente, me preparaba buscando en las enciclopedias, porque no existía el internet, y elaboraba un cuestionario para mis oyentes. Recuerdo que una vez pregunté que si sabían cómo se llaman los maderos en los cuales descansan los rieles de un tren. La gente llamaba insistente al programa y decían varios nombres errados. Se llaman durmientes”, aclara  el narrador.
El ridículo más grande que hizo en radio le pasó un viernes en la tarde en el que salió a tomar con un compañero que celebraba su cumpleaños. Bertel, a quien le tocaba narrar esa misma noche un partido en el estadio, se pasó de tragos. Cuando llegó a la transmisión no alcanzaba a ver la bola y cometió tantos errores en vivo, que hoy todavía se siente avergonzado.
A raíz de eso, escuchó los consejos de Luis Alberto Payares Villa, quien le tenía prohibido a su equipo de trabajo tomar licor en horario laboral.
Afirma que él nunca dejó la radio, más bien piensa que la situación cambió tanto para los periodistas, que a varios de ellos les tocó dedicarse a otras profesiones. En su caso particular ejerció la docencia, que era su otra pasión.
Sin embargo, hubo una situación que hizo que se decidiera totalmente a pensar en otra opción trabajo: “una vez un cliente me dijo que iba a colaborarme con una ‘cuñita’ para ayudarme. Eso me ofendió tanto. Yo no estaba solicitando ayuda, estaba ofreciendo un servicio”.
Y es que hoy considera que los periodistas más que profesionales terminan convirtiéndose en vendedores, mensajeros y cobradores, porque hay muchos clientes que no quieren pagar después de cerrar el negocio.
Sitúa la decadencia de la radio paralelo al momento en que se deja de jugar buen béisbol en la ciudad. Aquellos años en que al estadio 11 de Noviembre no le entraba un alma y que los peloteros se sentían en la obligación de no defraudar a la afición.
“Extraño mucho esa época. Eran llenos completos en el estadio. La gente tenía que hacer cola para ingresar y había algunos que se quedaban por fuera. Ahora regalan hasta las entradas. El año pasado dejaban entrar con un recibo de Surtigás, y, aún así, la gente no asistió. Eso da tristeza, los peloteros no se entregan de lleno con un estadio vacío”, dice.
Vive en el barrio Los Jardines con su segunda esposa: Antonia María Pereira, una maestra que conoció en la Institución Educativa Felipe Santiago Escobar, en Santa Catalina (Bolívar), donde lleva más de 30 años dictando clases de educación física.
Son en total 4 hijos los que tiene Emiro: Erick, Emily, Eyleen y Ellis. Todos empieza por la letra E y tienen cinco letras. Al narrador le interesaba dejar algo de él plasmado en esos nombres, sin tener que repetir el suyo.
Cree que pudo llegar más lejos en el deporte y vivir de eso, si no hubiera sido por sus padres: César Bertel y Carmen Torrente, quienes no lo apoyaron en su sueño de ser beisbolista.
“Mi papá y mi mamá no me dejaban jugar béisbol porque pensaban que iba a perder el año por estar pendiente al deporte. Yo me escapaba para jugar por mi cuenta. Comencé a jugar Sóftbol ya de 20 años. Fui selección Bolívar y estuve en una preselección Colombia, ¿qué tal si mis padres me hubieran dejado jugar béisbol desde niño?”, se cuestiona.

El padrino de los escenarios deportivos
Bertel se autodenomina el padrino de varios escenarios deportivos de la ciudad. Entre ellos figuran: el antiguo Estadio de Sóftbol de Chiquinquirá, el Pedro de Heredia, el de atletismo y el Coliseo Menor de Coldeportes.
Explica que los nuevos modos de llamar los escenarios no fueron producto de un capricho que se le ocurrió de un día para otro, sino de una reflexión que hizo acerca de quienes merecían llevar esos nombres.
En 1980, sugirió que el coliseo del Paseo de Bolívar, más conocido como el Coliseo Menor de Coldeportes, tomara el nombre de Bernardo Caraballo, en homenaje a esta gloria del boxeo colombiano.
“Pensé en Bernardo Caraballo, porque que este coliseo no tenía propiamente un nombre y era una forma de hacerle tributo a un boxeador que fue el primero en figurar en un ranking mundial y en ganar un título mundial. Aparte él vive cerca de ahí, en el barrio Torices”, explica.
Luego consideró que el Estadio de Sóftbol de Chiquinquirá también debería tener el nombre de alguien que representara a Cartagena y por eso pensó en Argemiro Bermúdez.
Si ya lo había conseguido dos veces, no veía forma por qué no le aceptarían cambiar el nombre del antiguo estadio de fútbol Pedro de Heredia, por el de Jaime Morón, el primer futbolista cartagenero que jugó en un equipo de profesional colombiano como era Millonarios en la época de los 70.
Así pasó con otros escenarios como el estadio Campo Elías Gutiérrez, en honor a uno de los primeros atletas que asistió a unos juegos olímpicos por Colombia.
Y finalmente  con el Coliseo Northon Madrid, de Zaragocilla, porque Northon, aparte de ser su amigo y colega, fue según él, el primer y único entrenador que hasta ahora le ha dado un título nacional masculino a Bolívar en mayores.
Para esta entrevista, Emiro nos recibe en su casa, acaba de llegar del colegio donde dicta clases y, pese al cansancio que se le ve en sus ojos, tiene toda la disposición para este diálogo. Es un gran conversador. Parece que siempre estuviera frente a un micrófono. Tiene una voz fuerte, buena vocalización y dicción.  Da la sensación cuando habla de estar impartiendo una clase en la que pretende que todo cuanto sea dicho, se comprenda en su totalidad.
Como buen maestro cree en los jóvenes y en su capacidad para robarse con su entusiasmo el mundo. Pero opina que las nuevas generaciones han dejado perder el amor que había por la radio.
“Uno se entregaba de lleno, era una pasión, independientemente si se ganara dinero o no. Los muchachos llegan y quieren tener todo fácil. Yo les aconsejo a las nuevas generaciones que deben hacer el curso, algo que nosotros llamamos ‘cargar ladrillo’, hasta que se den a conocer”, expresa.
Hoy con 63 años de edad, está a punto de jubilarse de la docencia y todavía guarda la esperanza de poder reincorporarse a una mesa de trabajo para hacer lo que más le apasiona: hablar de deportes.

Emiro Bertel Torrente
Emiro Bertel Torrente
Emiro Bertel con su hijo Ellis y su esposa Antonia Pereira.
Emiro Bertel con su hijo Ellis y su esposa Antonia Pereira.
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