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Justo Valdés: “Ahora escribo y leo mis canciones”

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Desde hace poco sé leer y escribir y es como si estuviera descubriendo un mundo que no estaba muy cerca de mis ojos en cincuenta y ocho años de vida. Todo ocurrió como la música. Como una sorpresa. Muchas veces se me ocurren las canciones cuando voy en los buses. Pero antes, cuando no sabía leer ni escribir, tenía que grabarla en la mente y dictarla al primero que me la copiara. Ahora yo mismo la escribo cuando se me ocurre una canción. Le voy a contar cómo ocurrió todo. Una noche, después de la cena, se me presentaron a mi casa las profesoras y hermanas Alexandra y Felipa Salgado y me dijeron que la Fundación Transformemos estaba invitando a quienes no sabían leer y escribir para que aprendieran gratis en el colegio Ana María Vélez. Les dije que yo quería aprender, pero no sabía cómo empezar. Ellas mismas me llevaron y me enseñaron el año 2009 a leer y escribir, en un curso diario de 7 a 9 de la noche. En este momento estoy haciendo el 6 Grado y espero terminar mi bachillerato para poderme sentar frente a un computador. No he entrado todavía a ese mundo, no sé lo que son los correos electrónicos ni mucho menos eso de poder hablar con alguien desde una pantalla de un computador, pero llegaré a aprenderlo así como pude entender el abecedario. No ha sido fácil para mí que sobreviví en los últimos treinta y un años vendiendo gafas en las playas de Cartagena. Y ahora me llueve la bendición de que las mismas profesoras que me enseñaron a leer, me brindaron la oportunidad de hacer el himno de la fundación y la de ser instructor de danza y música en Transformemos. Desde entonces, ya no vendo gafas. Esa es la primera historia, amigo periodista. Pero vayamos a la música. Todos me dicen Jelejele. Es mi nombre artístico. Mi nombre es Justo Valdés Cásseres. Nací en el barrio Tronconá, de Palenque, en 1951. Empecé en la música a los 13 años, de la mano de mi tío José Valdés Simancas, “Simancongo”, que dirigía el Sexteto Tabalá y tocaba la marímbula. Fue él quien me enseñó a cantar y a tocar la marímbula. Pero mi papá, Cecilio Valdés Simancas, “Ataole”, también cantaba y componía. Su canción “Ataole” pegó en el otro lado del mundo cuando la cantó Paulino Valdés “Batata”. Pero él no alcanzó a ver el larga duración, porque murió en 1980. En verdad, yo cantaba la música que oía en mi pueblo. Nunca imaginé conocer y ser amigo del músico africano Bopol Mansiamina, quien ha estado en Cartagena y Palenque. La noche del 30 de agosto de 1979 estábamos en San Francisco con varios amigos que fueron la semilla del grupo Son Palenque. Nos pasamos la noche y la madrugada cantando e improvisando canciones. Enrique Tejedor cogió una latica y empezó a sonarla al ritmo de lo que se nos ocurría. Luciano Torres sonaba las palmas y hacía los coros. Estábamos tan animados con todo lo que nos había pasado en la noche y en la madrugada, que decidimos que eso no quedara allí y se nos ocurrió que podíamos empezar algo que se llamara Son Palenque. Un día se estaba presentando Silvio Brito en la plazoleta de Telecom y me le acerqué al animador Armando López Buendía, para decirle que me diera la oportunidad de cantar algo la plaza. Él me miró extrañado y me preguntó: ¿De verdad eres cantante? Déjeme que le cante algo. Recuerdo que canté “Dame un trago”, y cuando terminé se me acercó Argelio Pérez, que era representante de la CBS, hoy Sony Music y me preguntó si había grabado algo. Fue el comienzo de la carrera musical. En sus inicios, m i gran amigo y músico Viviano Torres, era integrante de Son Palenque. Era corista y bailarín. Es uno de los grandes de la champeta criolla. Y en ese movimiento están grandes artistas y personas amigas como Louis Towers “El Rasta”, Melchor Pérez, Elio Boom, el apoyo de personas como El Chagualo, del picó El Rey de Rocha, Yamiro Marín “El Flaco”, Bazurto Social Club, y la mano que nos ha tendido la Fundación Transformemos Yo también he compuesto algunas champetas como “Yo soy el rey”, “Rescátame si puedes”, “La cama”, “Muévete”, “Kelly Joahana”, “La pollera”, etc. Grabamos en 1980 canciones como “Palo de mamón”, cantada por mi papá, “Aloíto pío”, una canción mía que quiere decir: Arroyito. Por aquellos días hicimos la letra y música de Benkos Biojó, el himno de Palenque. Mucha gente no sabe que es de Son Palenque, pero lo vamos a grabar nuevamente. Después vino el Festival Internacional de Música del Caribe en el que nos presentamos dos veces. Patricia Archibold nos invitó después al Festival de la Luna Verde San Andrés. Grabamos seis largas duración y tres más con el Chagualo, el Rey del Picó del Rey de Rocha. Una de las canciones que hemos incluido en nuestro trabajo es “A pilá el arroz”, que es un canto fúnebre, de tradición palenquera, que se canta el último día del velorio y los que lamentan al finado golpean con un palo como si estuvieran pilando, como si estuvieran en una mano de pilón. En el nuevo trabajo musical que tenemos hay bullerengues, lumbalúes, chalupas, cantos bantúes y palenqueros. Están las canciones “Sambaulé”, un tema mío que suena en Inglaterra; “Calabongó”, de Pánfido Valdés; “Yominindo”, de Enrique Tejedor; “El Matiumbá”, canción mía; “Guachimbongó”, de Leonardo Herrera “Payito”; “Chimbumbe”, entre otras. Son Palenque está viviendo un nuevo momento. Ha ido a París, a Santiago de Chile, a Suiza, y estos momentos hay una posibilidad de nuevas grabaciones con Lucas Silva y a través del cartagenero Rafael Ramos que está realizando un trabajo como gestor y empresario musical. En casa están felices porque aprendí a leer y escribir, porque fui invitado por el director de cine Ciro Guerra a aparecer como el profesor de música que le echa como si fuera un amuleto, la sangre de las lagartijas a los músicos en la película “Los viajes del viento”. Todo empezó a cambiar. Ahora sólo vivo de la música y de mis horas como instructor musical. Algunos de mis hijos como José Rey Valdés, Justo Valdés Jr, Ariel Valdés, John Jairo Valdés y la más pequeña que tiene cinco años, Liz Vanessa Valdés, siguen el camino de la música. Esta es la historia que estoy viviendo. Escribo y leo mi música. Como un niño que estrena alfabeto.

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