comscore
Revista dominical

Ramiro De La Espriella: el subversivo de seda

Compartir

Era el primero de octubre de 1958 y el gobernador de Bolívar demoraba para instalar las sesiones ordinarias de la Asamblea Departamental. El reloj campaneó las cuatro de la tarde y entró al Salón Amarillo de la gobernación el único diputado liberal de la bancada que faltaba por llegar: Ramiro de la Espriella. Se sumó a los diputados Miguel Borge Escobar, Simón Bossa López, José Domingo Wilches Salas, Luis Mufarrij, Juan Raad y Manuel S. Nule Sabas. Preguntó: ¿Ya armaron la Comisión de la Mesa?

–No, te estábamos esperando, le contestó Borge Escobar.

–Perdieron el tiempo, replicó De la Espriella, yo ya no soy oficialista.

EL MOVIMIENTO DE RECUPERACIÓN LIBERAL

En efecto, De la Espriella acababa de integrar con Alfonso López Michelsen, Álvaro Uribe Rueda, Felipe Salazar Santos, Iván López Botero, Hugo Latorre Cabal, Jorge Gaitán Durán y Miguel Lleras Pizarro, basados en un plan de lucha que López Michelsen consignó en un documento político titulado “Consideraciones sobre la reforma constitucional por medio de la cual se establece la alternación de los partidos en la Presidencia de la República”, enviado desde México, un cuadro nacionalista con metas precisas contra el partido único del Frente Nacional.

El folleto que lo contenía fue un torpedo de alto poder contra lo que el núcleo de contestatarios liberales juzgó una institución restrictiva de la democracia teóricamente rescatada el 10 de mayo de 1957. Había nacido una disidencia con el apelativo de Movimiento de Recuperación Liberal, que crispó los dientes y sacudió la huesa mortal del presidente Alberto Lleras Camargo, suscriptor de los pactos de Sitges y Benidorm con Laureano Gómez.

EN TIERRA CALIENTE

A los dos meses, López Michelsen vino con su grupo a Cartagena y presidió una manifestación en la placita de San Pedro Claver. El diputado Miguel Borge Escobar había adherido al Movimiento y abrió plaza con un discurso contra la Gran Prensa, seguido de Uribe Rueda, Ramiro de la Espriella, Felipe Salazar y López al final. Ese día se proclamó la jefatura de Ramiro de la Espriella en Bolívar, en asocio de Luis M. Ricaurte Garrido, Miguel Borge, Alfonso Piñeres Torres y un estudiante con cauda universitaria y gestor errante de cultura autóctona, Hernando Santos Rodríguez

El perrenque de los discursos fue superior al volumen de concurrentes, pero de aquel pitazo de arranque salieron en 1960 un representante a la Cámara (Dela Espriella) y dos diputados a la Asamblea, el Cheva Verbel y Carlos Fernández Bobadilla. La elección de De la Espriella puso fin a la carrera parlamentaria de Salustiano Fortich Villarreal, uno de los veteranos del liberalismo del Bolívar grande.

EN EL CAPITOLIO

El recorrido incesante de los recuperadores por el país en 1959, dio frutos en la mitaca de 1960 en Antioquia, Atlántico, Bogotá y Cundinamarca, Bolívar, Caldas, Huila, Magdalena y Tolima. Estrenaron Cámara todos los fundadores ya citados y Nacho Vives, Juan José Turbay, Carlos Restrepo Arbeláez, Alfonso Barberena, Aniano Iglesias y Jaime Ucrós García.

Los talentos de la decena de parlamentarios nuevos se hicieron sentir con recios debates de control político y templadas objeciones a las iniciativas gubernamentales. Felices de haber superado el bautizo de fuego, se inclinaron más a la izquierda (influjo innegable de la Revolución Cubaba) y cambiaron el nombre del grupo por el de Movimiento Revolucionario Liberal (MRL). El distanciamiento ideológico de los lineamientos del bipartidismo inflexible no dejaba duda.

MALESTAR EN PALACIO

Al ver Lleras Camargo que le hacían una oposición con ideas que excluían el parmesano y las zanahorias burocráticas, entendió que los resultados de su gestión presidencial corrían el peligro de desdibujarse, como la reforma al artículo 121 de la Constitución, el estatuto antimonopolios, la Reforma Agraria, la estabilidad en la tasa de cambio y la política exterior. No le perdonó Lleras a quien compartió con él los años dorados de la jefatura de López Pumarejo, pergeñándole discursos al caudillo, la herejía de bombardear a su gobierno con tanto encono.

Por eso, probablemente, la élite criolla, engolosinada aún con la política de responsabilidad compartida, le organizó al primer presidente del Frente Nacional, desde un año antes de expirar su mandato, un homenaje con desfile triunfal por la carrera séptima de la capital, atiborrada de carteles y pasacalles con la leyenda insincera de “Gracias, Alberto Lleras”.

LA SORPRESA DE 1962

Muerto Alzate Avendaño  en las postrimerías del año sesenta, Mariano Ospina Pérez y Carlos Lleras Restrepo atornillaron la candidatura presidencial de Guillermo León Valencia. Pero el MRL, pagándole tributo a su nuevo carácter de revolucionario, resolvió atravesar la candidatura de su jefe a pesar de ser inconstitucional.

De la Espriella fue uno de los más agresivos impulsores de esa apelación inusual al constituyente primario. Fiel a su convicción de que las grandes gestas nacionales se gestan en el Caribe, pidió que el anticipo de la proclamación oficial, o sea el destape de la sorpresa, se llevara a cabo en Chambacú con López, Uribe Rueda, él, Jorge Child y Hernando Santos.

SIN SORPRESA

Sin sorpresa en los guarismos, ganó Valencia y perdió López, pero los jóvenes maduros del MRL sentaron su precedente revolucionario contra la alternación y fueron consecuentes con la tesis que los aglutinó en partido. Valencia, obsesivo con la milimetría, nombró sin consultar a nadie al experto Juan José Turbay –senador elegido por Santander– ministro de Minas y Petróleos, en representación del MRL. Ahí fue Troya.

Un presidente del partido contrario rompió el tabú del parmesano y las zanahorias. Los revolucionarios, por un ministerio sin mucho poder político, se partieron en dos líneas: la colaboracionista que aducía razones tácticas,  llamada blanda, y la de la dignidad con cero burocracia, autodenominada como dura, cuyas cabezas fueron De la Espriella y Uribe Rueda.

La amistad López-De la Espriella se desdobló en enemistad irreconciliable. López decía que De la Espriella se creía el jefe y De la Espriella pregonaba que López no servía para jefe porque su objetivo era buscar el poder a costa del Movimiento. Lo peor de todo fue que el ministerio de Juan José Turbay sólo duró cuatro meses y la sucesión dialéctica que reemplazaría al Frente Nacional como partido de masas tocó el principio de su fin.

CONCIENCIA SUBVERSIVA

De la Espriella comenzó a decir, ya como agente libre, en broma para que se le creyera en serio, que él era golpista y como tal ejercía en la clandestinidad con algunos generales y ex generales “alebrestados”. Gracias a su cátedra de ciencia política en la Escuela Superior de Guerra, sus vínculos con varias cúpulas fueron estrechos y al salir de sus clases con los oficiales de menor rango dictaba otras clases informales a los duros de tres estrellas, y todas conducían a convencerlos de que dieran un golpe. Como siempre –palabras suyas–, más iluso que pragmático.

Paradójicamente, contra el único gobierno que no conspiró fue el de su archienemigo López Michelsen, con la escueta explicación de que había que dejarlo terminar su mandato “oscuro” para que la historia lo condenara. Recuerdo haberle dicho yo, cuando me regaló su libro “Conciencia subversiva”, que nadie creería lo que dijeran esas páginas por haber sido con López un subversivo de seda, apoyado en un fallo incierto de la historia.

LIBROS Y PERIÓDICOS

Cuatro libros dejó Ramiro con el ya mencionado: Acercamiento a Núñez, Las ideas políticas de Bolívar y origen de nuestras instituciones, aparte de La baraja incompleta, que fue el de sus entrevistas a varios presidenciables de ambos partidos. Juntos fuimos veinte años columnistas de El Espectador y quince editorialistas, honor que compartimos, bajo la batuta de dos generaciones de Canos, con Fernando Plata Uricoechea y Jaime Pinzón López.

Cuatro lustros de mucha tensión. Los carteles de las drogas estaban en su esplendor y los partidos políticos se degradaban hasta la desmoralización, y El Espectador levantó las banderas contra el vicio y la corrupción política, contra el terrorismo y la delincuencia común. Rayos y centellas llovieron sobre el periódico por decir tantas verdades sin miedo a las consecuencias. No obstante, hubo grandes satisfacciones, y De la Espriella se arrepentía, al disfrutarlas y recordarlas con nostalgia, de no haberle dedicado al periodismo el tiempo que perdió en la política.

LA ÚLTIMA ESTACIÓN

La última estación de su fervor periodístico se cumplió en la Universidad Sergio Arboleda, en la dirección de la revista Crónica. Varias y sustanciosas ediciones adelantó con consagración y rigor, seleccionando material valioso sobre expectativas, proyectos y problemas del país a fin de que lo publicado contribuyera a un impulso realizador o a la superación de dificultades protuberantes.

Ya tenía 85 años cuando lo llamaron a esta nueva misión. No olvidaba, empero, una frase de Clemenceau que parecía guiar sus pasos de soñador impenitente: “Bella es la vida con sus cantos pero hay que ser capaces de un esfuerzo”. Se juntaron sueño y esfuerzo para deslizarle el último antojo a su vocación. Ahí murió, sobre el yunque.   

Ramiro De La Espriella. FOTOS ARCHIVO EL UNIVERSAL
Ramiro De La Espriella. FOTOS ARCHIVO EL UNIVERSAL
Claudia De La Espriella, Ramiro De La Espriella y Óscar Collazos.
Claudia De La Espriella, Ramiro De La Espriella y Óscar Collazos.
Carlos Gustavo Méndez, Narciso Castro, Rafael Ballestas y Ramiro De La Espriella
Carlos Gustavo Méndez, Narciso Castro, Rafael Ballestas y Ramiro De La Espriella
Únete a nuestro canal de WhatsApp
Reciba noticias de EU en Google News