Oliviero Toscani está sobre el bien y el mal.
El fotógrafo italiano, reconocido principalmente por sus controvertidas campañas publicitarias para la marca de ropa Benetton, goza de una irreverencia nefasta que a cualquiera lograría exasperar.
La gente que asistió al Congreso de Mercadeo y Publicidad Incluyente, que se realizó recientemente en la ciudad, lo pensaba dos veces antes de pedirle una foto. Hubo unos más intrépidos que asumían el riesgo de acercarse, pero en sus rostros se les veía un aire de resignación: era como si supieran de ante mano que serían rechazados por la estrella.
Luego de fotografiar a un paciente terminal con sida, a una mujer de luto que lloraba la muerte de su hijo, a la modelo francesa Isabelle Caro (famosa por su extrema delgadez al padecer un trastorno alimentario), a parejas de homosexuales y lesbianas, a mujeres de distintas etnias en momentos comprometedores y hasta convictos condenados a la pena de muerte, dice no sentirse un tipo polémico. Es más, la sola palabra le genera malestar.
“Para mí, ninguna de las fotos que he tomado han sido polémicas. No estoy interesado en buscar el consenso. No soy publicitario. No me importa que el mundo sea racista o cerrado. Yo fotografío lo que el mundo es desde siempre. Nunca me pareció extraño hacerlo, siempre ha sido muy normal”, expresa.
Lo dice porque desde niño aprendió de su padre a ver las cosas como en la realidad son: sin adornos, aunque a muchos les pareciera cruel. Tampoco se convirtió en fotógrafo por algún hecho en especial que le haya sucedido. Es lo que veía en su casa, lo que aprendió.
“Para mí, es muy normal dedicarme a esta profesión. Así como Mozart fue hijo de un músico; y Charles Chaplin, de un actor cómico, yo soy hijo de un fotógrafo”, explica.
Afirma que cuando va a tomar una fotografía, lo último que privilegia es la cámara. Cree que el objeto y la historia que cuente es lo fundamental para conseguir una buena imagen. En los temas sociales, en los tabúes, en lo que nadie ve, pero se sabe que está ahí; en los escándalos y en lo marginal, justo ahí, están los relatos extraordinarios.
“Soy un poeta, y la cosa más importante dentro de la poesía no es la pluma (risas). La posibilidad de captar la esencia, de mostrar a los otros cómo veo. Cada visión es única. Cada hombre tiene su visión de la realidad. Ningún ojo puede ver desde este punto de vista (se toca el ojo derecho)”.
El célebre fotógrafo nació en un hogar católico, pero sin prejuicios morales. Eso lo ayudó a formar un carácter fuerte, estricto y atrevido. Es muy seguro de sí mismo y, cuando habla, por lo general, tiende a subir el tono de la voz, como si estuviera a punto de anunciar una verdad absoluta, universal, única.
Aceptó la propuesta del congreso organizado por Chao Racismo, porque vio una oportunidad interesante para reafirmar que la publicidad del marketing sí crea discriminación.
“Lo que he entendido hasta ahora es pura mierda. Es el racismo del no racismo. Esa gente que dice: 'Ay, no. Yo no soy racista. Tengo amigos negros'. Esos son dos veces más racistas. Es como si dijeras: 'Tengo amigos estúpidos'. No hay que especificar en nada de eso. Esa gente es doblemente excluyente”, dice airadamente.
A Toscani parece no importarle agradar a la gente. Se muestra tal y como es. Se ve que es un hombre de extremos: o lo odias o te cae muy bien. Creo que la primera opción es más factible.
