Cuando supo que El Festival no solamente tenía su edad sino que también había nacido bajo el signo de piscis en los primeros días del mes de las aguamarinas y de los narcisos, comprendió por qué estableció con éste una fascinante empatía. Nunca había asistido al evento por no residir en la ciudad, pero la primera vez que lo hizo su impresión fue igual de emotiva a la que tuvo en la niñez remota cuando en una breve estancia en Barranquilla un mayor de su familia le guió a través de la penumbra refrigerada de un teatro hacía una hilera de sillas, dispuestas bajo su techo abovedado. Hasta entonces en su pueblo los sitios donde se proyectaban imágenes eran al aire libre, y el espectáculo no podía llevarse a cabo con la complicidad de la luz del día.
“Era tan pequeña y delgada que mi cuerpo apenas si podía hacerle contrapeso al asiento, y mis pies no alcanzaban a tocar el suelo”, recuerda, y no hay un atisbo de duda al citar el título de la película: “El niño y el toro”, dice, y explica que en esa época las producciones de hacía una década se recibían acá como auténticas novedades.
Ahora ella y el Festival Internacional de Cine de Cartagena están próximos a cumplir 53 años en el marzo que se avecina y la común circunstancia de haber remontado ambos el medio siglo de existencia es el pretexto para retroceder en el tiempo y verse ahí, de nuevo, frente al hombre que lo concibió. “Víctor Nieto”, dice, y de inmediato aclara que no se acuerda de los pormenores de la charla, pero sí del énfasis con el que aquel defendía su obra.
“Como a un hijo al que se desea ver crecer, desarrollarse y dar frutos. En ese sentido creo que su aspiración quedó satisfecha porque el cine del área latinoamericana no sería hoy lo que es si no hubiera tenido exhibición en esta respetable vitrina”. Le pregunto si eso no es lo que contribuye a que mucha gente vaya a los festivales no a ver películas, como señala cierto sector descontento de la prensa.
“Habrá personas que tengan por oficio precisamente eso, y con ese fin justifiquen su asistencia. Es que desde que los hermanos Lumière presentaron su primer documental en El Gran Cáfé del Boulevard de los Capuchinos en París, se sospechó que aquello podía convertirse felizmente en industria”. La respuesta la da convencida, y como si en su mente se hiciera de repente la luz, agrega: “Ya me acuerdo; don Víctor quería saber si yo pensaba, mientras veía cine, que en la pantalla no estaba ocurriendo absolutamente nada. Le dije que no. Entonces me miró complacido y me dijo que la grandeza del séptimo arte consistía en eso. En persuadirnos de lo contrario por medio de historias reproducidas en fotogramas de forma tan rápida y sucesiva que causan una ilusión del movimiento”.
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