Esta película sirve para aprender en qué consisten las prácticas de la política y el ejercicio del poder, en el marco de la democracia y sus instituciones, no sólo en los Estados Unidos del siglo XIX, sino que puede verse una correspondencia en el mundo de hoy. La décimo tercera enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, es la que formalizó la abolición de la esclavitud y se constituye, en la película, en un asunto de atmósfera dramática y, también, en el objetivo a conseguir por parte de miembros del partido republicano y por el presidente Lincoln, magistralmente actuado por Daniel Day – Lewis.
Su director, Steven Spilberg, privilegia en el relato fílmico el juego político, lo que se resume en una escena memorable protagonizada por Tommy Lee Jones, en el papel del congresista Thaddeus Stevens. Al final de la jornada de votación, Stevens pidió que le prestaran el texto de la enmienda. Acto seguido, el viejo Thaddeus llegó a su casa donde lo recibió su ama de llaves, una negra que se intuye ha sido su compañera de toda la vida. “Le traigo un presente” Dijo el congresista, entregando el papel a la mujer. Y continuó: “Aprobado por la corrupción, con la ayuda del hombre más pobre de América”. Después, juntos en la cama, ella leyó para el senador varias veces el contenido del texto, regodeándose en el privilegio de haber sido testigos de un momento histórico. Una escena que sugiere varias lecturas. El clientelismo, el chantaje, el tráfico de influencias, el cohecho, la compra de votos, las presiones indebidas, la lambonería, las mentiras a medias y, en general, los distintos aspectos de la dinámica política requieren sagacidad, sangre fría y sacrificio. Al final del día, lo que importa, es la voluntad en las decisiones para que prevalezca el interés general y hacia dónde se lleva a la sociedad con dichas decisiones. En ese sentido, la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos no es un asunto de poca monta; pues, marcó un punto de no retorno en la formación nacional de aquel país.
Otro aspecto muy destacable de “Lincoln” es la performancia actoral de Daniel Day – Lewis, en virtud de la construcción de un personaje que no le costaba trabajo el ejercicio de la política; pero, está ese otro aspecto de lo particular, que ciertos historiadores señalan como “la grandeza”. Y es que el “Lincoln” de Day Lewis era un hombre con profunda conciencia de su momento, que iba mucho más allá de lo coyuntural de la Guerra de Secesión. Un hombre que tenía clara la pregunta el poder para qué. Al respecto, vale la pena consultar en la revista Semana el artículo “Lincoln, el clientelista: La película de Spilberg evoca paralelos con la cuestionada reelección de Uribe”. El mecanismo político ha sido el mismo de siempre: en la Antigua Roma, en el Califato de Granada, en el Virreinato de Nueva España, en la Colombia que perdió Panamá en 1903, o en la Colombia que perdió el mar territorial de San Andrés en 2012. De manera que puede entreverse en esta película la importancia de la voluntad y el sacrificio, tanto individual y colectivo, en el destino que se construyen los pueblos. Uno puede darse cuenta en “Lincoln” que los negros ya tenían una conciencia política madura, para cuando suceden los hechos de 1865; si se quiere, la abolición de la esclavitud se venía practicando, al menos en el norte. Lo que estaba en juego era la libertad y la igualdad como proyecto social y como desarrollo del poder económico de los negros; una apuesta por la autonomía política y financiera.
La dupla de Sally Field, en su papel de Mary Todd Lincoln, y de Day Lewis, dan cuenta de un ámbito familiar lleno de angustias, sufrimiento, amenazas y muerte; pero, al mismo tiempo, hay entre ambos personajes mucha templanza y una gran capacidad de amor, para aguantar los avatares de la forma menos violenta que conocemos los hombres, para sobrellevar la pugna de intereses que, casi siempre, es de naturaleza cruel y despiadada.
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