Un día no muy lejano, un interrogador inquieto indagaba sobre mis experiencias periodísticas y me preguntó, entre otras cosas sin importancia, la única importante: cuál, en mi concepto había sido o era el tema más difícil de enfrentar profesionalmente Sin vacilación le respondí: “La muerte... Sobre todo escribir sobre la muerte de aquellos que más hemos conocido y a los cuales se ha querido y admirado tanto...”
No creí entonces, cuando di esa respuesta espontánea y por lo tanto en cierto modo impensada, que a la vuelta de pocos días dolorosamente cargados de tantas muertes indeseadas, tendría que enfrentarme a una nueva e inapelable decisión del destino que interrumpía el maravilloso viaje por la vida de una mujer admirable a la que quería como a nadie y que como nadie me quiso.
¿Cómo, pues, escribir sobre su vida y sobre su muerte? ¿Cómo hacerlo? Enfrentando el hecho ineludible de su muerte con mucho mayor valor de aquel que ya me había permitido afrontar, en un cortísimo lapso, el dolor inmenso por la muerte de otros seres que habían estado tan cerca de mis afectos más antiguos, más permanentes y más inmensos.
Recuerdo ahora que cuando cumplí los siete años dijeron que yo había llegado al uso de la razón. Y la razón me dijo entonces- y que me perdonen quienes crean en otras razones- que mi madre era la razón de mi vida.
Y sentí miedo.
¡Fue una sensación inaguantable!
Era el miedo a que mi madre muriera antes de que muriera yo. Y ese miedo frío me fue acompañando por cierto tiempo hasta que de pronto fue disminuyendo en su intensidad agobiadora y fue cada día menos, cada hora menos, cada segundo que pasaba menos...
Fue ella, con su constante presencia, siempre audible, visible, sensible, la que rompió la gran barrera que el uso de la débil razón de todo ser humano- en su comienzo- construye contra el miedo. No siempre se logra derrumbarla.
Por eso, cuando su muerte llegó, cuando era inevitable que llegara, ya no tuve miedo. Ya no lo tenía hacía años...
Es la consecuencia de la órbita perfecta de su vida y de su muerte. Haberme preparado-habernos preparado-tan bien para que su ausencia fuera permanencia.
¿Y por qué lo es? Porque como dijo un gran amigo de tiempo completo: “Doña Luz vivió para sufrir y disfrutar con ustedes las buenas y las malas. En consecuencia, lo que deben es dar las gracias, en estos momentos irreversibles, por haberlas tenido al lado como insustituible compañera, por tantos años, por tan largo tiempo”. ¡Es exacto!
Como lo ideal no suele ser posible, aceptemos el veredicto del más alto tribunal que la ha declarado muerta. Lo acepto sin miedo, alegremente-si se me perdona y aunque no me lo perdonen- porque ella vivió para alegrar la vida de los demás aun en su muerte.
* Esta columna fue publicada el 23 de diciembre de 1986 en El Espectador, seis días después de haber sido asesinado por sicarios contratados por Pablo Escobar. El texto fue recogido en la antología “Tinta Indeleble”, Aguilar, 2012.
CÁTEDRA GUILLERMO CANO
La Cátedra de Periodismo Guillermo Cano Isaza, se lanzará este lunes 8 de octubre en la Universidad de Cartagena.
La artífice de esta iniciativa es la catedrática y docente de la Universidad de Cartagena, Sara Marcela Bozzi, directora de la Revista Unicarta y autora de una semblanza sobre el sacrificado director de El Espectador.
Este acto contará con la presencia de Ana María Busquets de Cano, esposa de Guillermo Cano, y sus hijos, se presentará la antología “Tinta indeleble”, que recoge columnas y crónicas de Guillermo Cano.
La Cátedra Guillermo Cano contará como docentes invitados a los periodistas y escritores Juan Gossaín, Carlos Villalba Bustillo, Marilyz Vallejo Mejía, Jorge Cardona, entre otros.
Esta cátedra se propone difundir el pensamiento del maestro Guillermo Cano Isaza, uno de los periodistas más importantes del Siglo XX en Colombia, por considerar que sus ideas continúan vigentes en pleno Siglo XXI, ya que abogó siempre por profundizar los procesos democráticos en el país y por erradicar el narcotráfico y la corrupción.

