Hay en Carlos Fuentes, siempre, una especie de irremediable optimismo que resulta contagioso. Cuando habla de lo que está escribiendo, o de lo que acaba de leer, o de lo que hará mañana, parece que estuviera diciendo: “Me saqué la lotería”. Con perversidad le cuento que oí a alguien, no hace mucho, decir que atacar a Carlos Fuentes se había convertido en el deporte nacional mexicano. Él se ríe, feliz: como chiste es excelente.
Él no tiene tiempo para atacar a nadie, en todo caso: con escribir, leer y viajar ya tiene de sobra. Pero la verdad es que se da tiempo para hablar de la gente que aprecia o admira: Cortázar, por ejemplo. Piensa que es, tal vez, el creador más alto de la lengua hoy en día, y también un ejemplo a seguir como hombre comprometido con su vocación, entregado de cuerpo y alma.
¿Cómo hace para estar en todo a la vez, para no ser tragado por la vorágine de la actualidad? Él se las arregla para leer todo lo que importalibros, revistas y artículos de periódicos, para ver todos los espectáculos de interés, viaja constantemente y mantiene una correspondencia amazónica, y nada de esto lo aparta de su trabajo como escritor, al que le dedica cuatro o cinco horas diarias. ¿Cómo hace? Él, claro, se ríe: es un secreto profesional, dice.
(Mario Vargas Llosa, “Diccionario del amante de América Latina, Paidós, 2005)
