El nombre Piedad Bonnett identifica a una mujer que emprendió mediante la palabra escrita una de las aventuras más nobles del pensamiento humano: la literatura.
Para ella esa vocación y oficio ilumina la realidad y dice mucho sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea.
Esa literatura en manos de esta colombiana ya universal, nacida en Amalfi, Antioquia, ha sido una tarea creativa forjada con tesón, disciplina y sin pausa, para expresar desde géneros distintos la razón de estar en su tiempo. En diversas formas ha cuajado temas que no solo han sido buenos en sí mismos sino en los vehículos atinados que su autora les ha prestado para que cobren identidad propia.
Con una vasta bibliografía que va desde la poesía con los libros “De círculo y ceniza” (1.889), “Nadie en casa” (1.994), “El hilo de los días” (1.995), “Todos los amantes son guerreros” (1997”, y “Tretas del débil” (2.004), pasando por la dramaturgia en la que se destacan las piezas teatrales “Gato por liebre”, “Que muerde el aire afuera”, “Sanseacabó”, y “Se arrienda pieza”, hasta una no menos fecunda incursión en la narrativa con las novelas “Después de todo” (2.001), “Para otros es el cielo” (2.004), “Siempre fue invierno” (2.007), y “El prestigio de la belleza” (2.010), Piedad Bonnett no ha dejado de ser fiel a las obligaciones de la inteligencia por lo que hoy no es arbitrario afirmar que en su prolífica producción no hay obras menores.
Hoy Piedad Bonnett goza de amplia difusión y aceptación en España, país que le concedió un merecido reconocimiento a su libro “Explicaciones no pedidas” con el premio de Poesía Americana Casa de América, 2.011. En estos poemas la autora transforma lo cotidiano en sublime con una voz lírica que es crítica, es ironía, es desencanto, pero nunca cae en fugas idealistas porque los efectos verbales y rítmicos florecen de una manera espontánea desde lo recóndito del sentimiento más intimo. La complejidad de la existencia humana está presente con una visión poetizada de la misma. Y así como nos dice en “Cicatrices”:
“No hay cicatriz por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin…;.”.
Otros textos susurran bajo sus pliegues sutiles lo que escribió en el prefacio de sus “Baladas líricas” William Wordsworth:“el deber de la poesía es tratar las cosas no como existen en sí mismas, sino como parecen existir ante los sentidos y ante las pasiones”. Eso precisamente es “Explicaciones no pedidas”, la consumación de la fuerza del sentimiento sin que lo anecdótico o autobiográfico limite su trascendencia hacia lo humano universal. Estos versos de Piedad Bonnett son una especie de invitación a descender hacia las tensiones más dramáticas de la vida para luego emerger iluminados.
No le pedimos hoy a Piedad Bonnett explicaciones, pero si la oportunidad de responder unas preguntas cuyas respuestas seguramente serán de mucha complacencia para sus lectores de siempre y los que ya desean iniciarse en la comprensión de la dinámica existencial que propone su obra.
¿Cuándo descubriste el interés por la escritura?
—Tendría unos once o doce años cuando descubrí el placer de versificar. A los trece ya intentaba hacer poemas “serios”. Desde entonces supe que quería estudiar literatura, porque quería hacerme escritora.
La poesía fue el género literario que primero cultivaste como escritora. ¿Por qué?
—La poesía es un instrumento de desahogo muy frecuente en la adolescencia. La mía era tormentosa, llena de rebeldía, dudas, inseguridades, y la poesía me sirvió para lidiar con mis fantasmas.
¿Qué lecturas han sido esenciales en tu formación literaria?
—A esta edad, ya son infinitas. Silva, León de Greiff, Barba Jacob, fueron influencias en la adolescencia temprana. Luego fueron los novelistas del siglo XIX. Más tarde Machado, Proust, Isak Dinesen, Truman Capote, Faulkner…; Recientemente Hrabal, Sebald, Bernhard, Coetzee. La lista es enorme, pues la formación literaria nunca termina.
Dicen que una buena novela debe ser una transposición poética de la realidad. Siguiendo ese concepto es fácil pensar que no fue difícil para ti incursionar en la narrativa…;.
—Es una transposición poética en el sentido más amplio. No significa, pues, que una mente poética, inclinada al pensamiento simbólico, se sienta cómoda en la novela. Puede ser o no ser. La poesía exige una libertad asociativa que la novela no necesita. En cambio, la disciplina, la complejidad de pensamiento, el manejo riguroso de los hilos narrativos, son virtudes que debe tener un novelista. Para mí la poesía es una pasión, la novela un vicio.
Siempre hay una huella íntima del escritor en su obra. ¿Tus poemas y tus novelas son recreaciones de tu intimidad?
—No siempre lo son de mi intimidad, pero sí de mi experiencia. Escribir es de algún modo trasponer y distanciar.
El día que te anunciaron el premio a “Explicaciones no pedidas”, otra noticia trágica tocaba a tu puerta. ¿Es posible compartir con los lectores esa experiencia?
—Es tan sencillo como saber que la vida es eso: dolor y felicidad, imbricados en proporciones diferentes. Esta vez la metáfora fue tan perfecta como cruel: el dolor por la muerte de mi hijo anuló abruptamente lo que antes era felicidad.
Qué cambió en ti después de eso…;
—Tal vez el verso de Borges lo diga mejor: “Ya no seré feliz…;” No hay madre que pueda ser enteramente feliz después de perder a un hijo en plena juventud.
* Glenda Vergara Estarita es una de las finalistas del Premio Nacional de Cuento, convocado por La Cueva.



