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Revista dominical

Pablito Flórez sembró su guitarra

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Ahora
Ahora todo ha terminado, pero todo, también, ha comenzado. Este 14 de diciembre metido en agua, o, si se quiere, metido en abundantes lágrimas, falleció en Montería el compositor e intérprete Pablo Flórez Camargo, un clásico de la música popular latinoamericana y caribeña. Finalizó su vida física, pero empezó su inmortalidad. Era un hombre de esta agua y de esta tierra. Sembrado quedó él.  Y también su guitarra. Sus frutos, que son su música variada y expresiva, que van desde el paseo, el porro, la cumbia, hasta el pasillo, la ranchera y el bolero,  están diseminados por pueblos, veredas y caminos de toda la región  Caribe y sus alrededores geográficos y sentimentales. Y no puede ser de otra manera, los personajes y los temas de sus creaciones son tierra de esta tierra; encarnación de este pueblo.

Antes, cuando pulsaba la guitarra
Pablito Flórez, de quien no se puede hablar en pasado, es la canción encarnada. Nació en Ciénaga de Oro un 27 de junio de 1926. Hace más de sesenta  años  principió a  incursionar en todos los ritmos conocidos en el cancionero nacional. Desde el merengue  hasta el bolero. Su actitud creativa fue incesante. Todas las anécdotas y sensibilidades cercanas a su corazón las llevó a su guitarra y las convirtió en obras en donde lo popular con toda su carga nostálgica y picaresca se manifiesta con intensidad y con solvencia. Es decir, universalizó lo regional.
Su trabajo de músico juglaresco lo llevó metido en la sangre, y por ello su labor creativa no fue una imposición sino la expresión continuada y amorosa de una necesidad del yo profundo. Pablito Flórez componía y cantaba porque tenía  que vivir, y no conocía otra forma de permanecer en la existencia. En pocas palabras, la deuda de estar vivo, él la canceló con música.
Su creación, por mandatos del espíritu, se mantuvo y mantiene fiel a las expresiones de lo tradicional. Por ello, al lado del canto amoroso y del verso crítico e irónico, se encuentra la memoria vernácula o la comisura del humor. Pablo Flórez, con su arte, azota sonriendo y nos muestra, con sabrosura, cuáles son las matas de espino que le hincaron el alma. Y él no las cortó con machete, las zarandeó con música.
Su música, como ya es sabido, se codea con lo grandioso y se vincula con lo humilde. Y no es contradicción. Sus textos son sencillos y accesibles. Sus versos son narrativos, poéticos  y coherentes. En ellos se detecta una poesía natural, convincente y hermosa, y un trabajo artesanal que, mediante la práctica, ha insistido en confeccionar un discurso que entusiasma y embriaga a espectadores u oyentes, sin importar posición económica o lugar de origen.
Pablito Flórez echó mano de todos los recursos que le ofrecía su entorno social, natural y humano. Fue a la geografía y a la antropología; a la denuncia social y al humor. En sus cantos incluye a personajes sencillos del pueblo, a los nombres de comidas y chucherías, a la tierra, al río, a los animales, a la vegetación, a todo aquello que le  motivó la atención y  estuvo próximo a su vida. Su canto mezcla, rescata y valora, pues, todo el engranaje de naturaleza y de cultura que lo cercó y lo influyó como un follaje persistente y generoso.
Este maestro compuso, según sus propias palabras, y él tenía  por qué saberlo, más de mil canciones. Quizá su tema más conocido es La aventurera. Además de ser interpretado por su autor, esta historia de amores turbulentos ha sido grabada por Lucho Campillo, Julio Rojas, Oswaldo Rojano, Moisés Angulo y Totó la Momposina, quien hace  siete años la presentó en Londres. Leonor González Mina, La Negra Grande de Colombia, también ha cantado sus creaciones. Otro texto, que compite en popularidad con la anterior, es Los sabores del porro, en cuya letra se  establece una analogía entre  la comida típica del Sinú y el porro, pues canta un porro que se come, que se bebe, que hace parte de la bromatología regional. La han cantado decenas de intérpretes en todo el mundo.
Como se ha escrito, Pablo Flórez  incursionó con éxito en diversos ritmos. Señalamos, de pasada: porros, cumbias, paseos, merengues, fandangos, tangos, valses, pasillos, rancheras y boleros. Particularizamos. Una muestra nos indica: ranchera, Feliz golondrina; tango, Murió mi madrecita; fandango, Tres clarinetes; pasillo, Rosas de la tarde; porro, Los sabores del porro; cumbia, La cumbia está herida; merengue, María Marzola; paseo, Escuchando a Alejo; paseo sinuano, Amor del monte; y boleros, Ingenio viejo, La tragedia de Armero y Edita, que fue el primero que compuso cuando despuntaba 1946.
Por otra parte, debe decirse que este Pablo Flórez fue la alegría, la memoria, el baile, la conciencia, la crítica y las ganas de vivir. Éstas son algunas de las características de su música. En  su pentagrama no se consolidó  la tristeza. Sus temas pueden acudir al recuerdo o a la melancolía, pero allí frenan. Su memoria se entronca con los valores fundamentales de nuestra sociedad campesina y popular. Y en este sentido sus cantos tienen un alto contenido cultural y pedagógico. Nos muestra a ese campesino que ve los amaneceres de luz y los atardeceres de púrpura; que va al monte con machete, calabazo, zarapa y esperanza; que suda y muda de piel; que resiste el sol con un pedazo de sombrero concha e’jobo y una franela cuello de mondongo; que regresa por un camino largo y se tira en una hamaca de pita a vadear el calor que ha traído metido en el cuerpo y en el alma. Allí, después del sueño de mediodía, le llega el rumor del arroyo, el tono de una palabra misteriosa le retorna a la memoria; el lenguaje de la brisa que mueve las hojas y estremece las ramas le hace aparecer el recuerdo del amor que se fue o del amor que se anhela. Allí, descansando, el pecho le palpita, el ojo le camina, un universo extraño se le mete en la cabeza.

Pero la alegría que brota de la música de Pablo Flórez no es una alegría escandalosa. Sí, es una alegría que se oye, que se canta, que se baila, que se goza, pero que no despierta reacciones instintivas, salvajes o paleolíticas. Es, podríamos decir, una alegría genuinamente sinuana. Alegría autóctona, derivada con fidelidad de los ancestros. Lo que podría llamarse una alegría organizada.
Como es lógico, su música tiene influencias. En ella está lo caribeño (el punteo de la guitarra en el paseo El entierro de Pablo Flórez, es un buen ejemplo de la asimilación del son cubano) y lo nacional con lo pegajoso de Buitrago. Pero sus temas y su estilo pertenecen al bagaje de nuestra idiosincrasia. ¿Qué será lo que sepa o suene a sinuano, o a caribeño, que no transcurrió por las letras de este cantor o por las estancias de su corazón? Si se le pregunta, en un juego surreal, a qué sabe el porro, él contesta con una de sus obras: “mi porro me sabe a todo lo bueno de mi región /me sabe a caña me sabe a todo, /me sabe a fiesta, me sabe a ron, /me sabe a piña, me sabe a mango, /me sabe a leche esperá en corrá, /me sabe a china esparascá en fandango...”. Y, como complemento, en el tema El porro es el rey, Pablo responde mestizando lo individual con lo social: “El porro es rey en mi tierra /escudo de mi Sinú, /a él no me le hagan la guerra /porque es el cóndor de mi cielo azul. /En su pico lleva mi vida, /en su garra mi corazón, /no me lo manchen con intriga, /que es paz y bandera de mi región”. Y en la geografía de lo sensual surgiría un interrogante: ¿dónde sentimos el porro? Pablo, al parecer no lo ha escrito, pero con seguridad lo diría: lo sentimos en la boca, en los brazos, en los pies, en la cintura, en la verija. En fin, el porro es algo físico, es un placer regado en todo el cuerpo.
Si le preguntaban qué hacer cuando él muriera, y el día infortunadamente se cumplió, Pablo con toda la tranquilidad y el desparpajo posibles, contestaba en su canción: “no me carguen luto, /que vaya una banda tras el cajón, /una comparsa con vela y pito, /sobre la caja un bulto de ron, /que la Aventurera me tire un llanto /con un traje rojo adornao en florón. /No quiero muerto causar espanto, /la vida que llevo es obligación...”.
Frente a las cosas perdidas, y ante la crisis ecológica, Pablo tenía su respuesta cantada, que es una visión absolutamente válida: “...Cómo han cambiado los tiempos, las costumbres; /ya no encuentra un arroyo fresco el campesino, /el enemigo del árbol grande ha sido el hombre /empujao por el verdugo de su destino. / Se perdió la avispa amarilla fonda patio, / ay ya no vuela el grillo verde por la calle. / Por qué no dicen “tengo plata” los borrachos / para que vean que sí es verdad que el diablo sale”.
Pero Pablo no se quedaba en lo bucólico, en la anécdota, en el pretérito sentimental. Él sabía de los dolores del hermano  y sentía el correr de la sangre fraterna. En La cumbia herida, por ejemplo, promulga una voz de inquietante actualidad: “... mis campos eran sanos, / no estaban manchaos, / llegaron foráneos con el gras en la mano. / La luna está roja, será porque sufre, / como ave en congoja / que sube y que sube...”.
Dadas las anteriores circunstancias, y en lo que al Sinú se refiere, me atrevo  a clasificar las creaciones de Pablo Flórez en:
a)   Cantos de la tierra.
b)   Cantos de la nostalgia y el recuerdo.
c)   Cantos de la ironía y la picaresca.
En los cantos de la tierra sobresalen: Los sabores del porro, Cabeza ‘e gato y Cosas de ayer. En los cantos de la nostalgia y el recuerdo, se destacan: La aventurera, Me encontré con la aventurera, Nancho Bedoya y La cumbia está herida. En los cantos de la ironía y la picaresca, son demostrativos: El hombre aquel y El entierro de Pablo Flórez. Todo esto, fundido, nos da la imagen panorámica de una fuerza creativa que no deja ileso ningún tema que le pase por los ojos alertas o por la mente vigilante.
Visto lo anterior, podemos percibir que el trabajo musical de Pablo Flórez amplía sus horizontes, y que su labor de relacionar los tiempos presentes con los tiempos idos la realiza con un zaramullaje que le otorga convicción a sus historias, pues lo que hizo Pablo fue realizar una lectura específica de la historia individual y local que produce gusto y mantiene validez estética. En este sentido su producción creativa se vincula con la Sinuanología, que es la disciplina en construcción que estudia la historia y la cultura del Sinú.
Las letras de sus canciones son homenaje a una región que dio hombres que anclaban su coraje en las destrezas y el trabajo, en la palabra empeñada, y en el gozo de una vida donde todo estaba al alcance de la esperanza y de la mano. Esos tiempos y esos hombres parece que se fueron. Hoy, Pablo se ha ido al lugar donde están Guillermo Valencia Salgado, Alejo Durán, Francisco Zumaqué Nova, Lucy González y El Cabo Herrán, entre otros grandes de estos lares.  Sentado en su mecedora, en donde componía, sombrero en la cabeza y guitarra en la mano, Pablo ha levantado vuelo. Nos queda su alma vertida en música. Como el otro Pablo, el de Chile, puede  Pablito Flórez Camargo, el nuestro, aceptar y confesar que vivió, que ha vivido.
                                    Montería, diciembre 2011

El artista Pablito Flórez en su tierra natal: Ciénaga de Oro. Fotos Maruja Parra
El artista Pablito Flórez en su tierra natal: Ciénaga de Oro. Fotos Maruja Parra
El juglar del Sinú: Pablito Flórez (1926-2011).
El juglar del Sinú: Pablito Flórez (1926-2011).
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