La vida de Elver Salinas ha sido dura. A los 11 años, en su natal Caracas, Venezuela, este chico jugaba junto a otros amigos en una calle del barrio Antímano, cuando fue impactado por una bala perdida.
Elver no sintió la detonación. Hubo llanto, confusión y gritos y este niño quedó en medio de una balacera originada por un enfrentamiento entre pandillas. El proyectil se alojó en su cuello y tras varios meses en la clínica sus piernas no respondieron.
Desde entonces creció y entró a su juventud entre rehabilitaciones, ingresos a hospitales y búsqueda de medicamentos. “En Venezuela estuve en rehabilitación cuatro meses. Allí me enseñaron a bañarme, vestirme y hasta cocinar”, recuerda el joven, de 29 años, quien debido a la difícil situación en su país se vino a vivir al corregimiento de Hato Viejo, jurisdicción del municipio de Calamar, en Bolívar.
Su odisea
Elver depende totalmente de su madre y de su hermano. Su movilidad reducida lo obliga a permanecer la mayor parte del tiempo entre el piso y una cama prestada por una vecina. Expresa que le hubiese gustado terminar sus estudios, pero reconoce que en Venezuela “no recibió ningún tipo de ayuda”.
A su madre, Beatriz, la abandonó su esposo porque prefirió evadir las necesidades económicas que demandaba la situación de un hijo en estas condiciones. “El papá me abandonó desde que el niño tuvo el accidente porque yo le pedía las cosas que él necesitaba, pero prefirió alejarse”, dice la mamá.
En Hato Viejo comenzaron a llegar las primeras muestras de solidaridad por parte de vecinos y autoridades. La auxiliar de enfermería, Geraldine Cantillo, recuerda que conoció el caso de Elver hace cuatro meses y su historia de vida impactó su corazón.
“El caso del señor Elver lo conocimos aproximadamente hace cuatro meses. Cuando nos encontramos en el corregimiento de Hato Viejo y la secretaria de salud nos hizo un llamado para que llegáramos a su casa a hacerle una visita médica domiciliaria ya que se encontraba mal de salud y nos dimos cuenta el estado en que el joven se encontraba”, cuenta la auxiliar de enfermería.
Cantillo asegura que lo más doloroso fue identificar las condiciones humildes en las que Elver y su familia se encontraban. “Me conmovió demasiado. Me sensibilicé mucho porque se encontraban en un lugar deprimente. Fue entonces cuando pedimos ayuda a la Estación de Policía en Calamar y ellos accedieron a colaborar”.
Gran gesto
Es por esto que la Policía de Bolívar puso en marcha el plan de solidaridad para ayudar al joven que hoy sonríe en medio de las adversidades. Con el apoyo de la Fundación San Cristobalito de Guardia y otro grupo de ciudadanos altruistas, el área de prevención y educación ciudadana llevó hasta Elver una cama con su colchoneta, una silla de ruedas, ropa, zapatos, un ventilador y un mercado.
“Esto fue una bendición de Dios. Son cosas que uno tiene que agradecer en la vida. Recuerdo que muchas personas me decían que no creyera, que no me dejara tomar fotos porque me iban a utilizar, pero me han sorprendido. Gracias a la Policía de Bolívar por estar pendientes de mí. Yo dormía muy incómodo. La cama era muy incómoda”, describe Elver con alegría.
