De esos suspiros fuertes de “ya no puedo más”, murmurando entre videollamadas, correos urgentes, noches partidas por el insomnio y cuerpos que empezaron a fallar bajo el peso de una exigencia normalizada disfrazada de éxito, nació el soft living, o “vivir suave”: una corriente que no pretende hacer la vida más bonita, sino más habitable.

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El UniversalNo surgió en Tiktok ni en Instagram, surgió del agotamiento. Nació en una generación que, en medio de la precariedad laboral, la hipervigilancia, la incertidumbre económica y un mundo que nunca se detiene, decidió por fin empezar a frenar.
A simple vista podría parecer una moda digital pasajera, otra palabra viral que el internet convertirá en tendencia y luego olvidará. Pero basta mirar con más calma para entender que su origen no es superficial, sino sociológico, psicológico y profundamente humano. En este nuevo mundo en el que lo normal se volvió vivir en “modo supervivencia”, muchos jóvenes empezaron a preguntarse qué significa vivir… más que sobrevivir.
Producir = existir
Durante más de una década, la hustle culture (cultura del ajetreo) se instaló como mandato colectivo. Trabajar más, dormir menos, rendir siempre. La autoexplotación se volvió virtud y el descanso una “pérdida de tiempo”. Lea: Maluma anuncia su propio pódcast de salud mental: “Quiero romper tabús”
Diana Cecilia Gómez, conocida en la comunidad digital como @dianycgomez, es psicóloga clínica y lo explica con claridad: “La hustle culture instala la idea de que ‘valgo según lo que produzco’, activa el sistema nervioso en un estado de alerta constante, elevando cortisol y afectando sueño, regulación emocional, memoria y funciones ejecutivas, es contraproducente”.
Es una descripción fisiológica del colapso y su práctica clínica confirma el diagnóstico con jóvenes y adultos drenados, irritables, viviendo en automático: “He atendido numerosos casos de jóvenes y adultos que llegan con fatiga persistente, irritabilidad, desmotivación, y dificultades de concentración. Son cuadros compatibles con agotamiento emocional y, en muchos casos, burnout clínico”.

Este nuevo movimiento es mucho más que una moda y la ciencia respalda estas observaciones; la hiperconexión laboral, la inseguridad económica y la precarización han disparado los índices de ansiedad, trastornos del sueño y renuncias silenciosas alrededor del mundo. Se ha convertido en un mecanismo de supervivencia.
“No surge como una simple tendencia, sino como un cambio social profundo. Migramos de la productividad tóxica hacia un enfoque mucho más saludable, donde el bienestar ya no es un lujo sino un requisito. Es una respuesta adaptativa”, afirma la experta.
Ascender ≠ éxito
Cada vez más personas, especialmente jóvenes, dicen que ya no quieren cargos altos. Esos que antes eran el ‘Olimpo’ profesional, la meta que validaba una vida entera, hoy para muchos suenan más a castigo que a premio.
El prestigio ya no es suficiente si viene acompañado de estrés crónico, una generación entera está reescribiendo su relación entre trabajo y valor personal. La pregunta ya no es “¿cómo llego más alto?”, sino “¿a qué costo?”. Y es que ¿de qué sirve tener dinero si no hay tiempo para disfrutarlo?, ¿de qué sirve ser el más alabado en tu oficina, si estas perdiendo a tus seres queridos en casa?
Diana Gómez coincide con esta lectura, el verdadero cambio no es falta de ambición, sino madurez emocional. Líderes más humanos y puestos que ofrezcan bienestar sobre renombre son parte del desafío laboral del futuro.
Aunque el término soft living es reciente, sus componentes tienen décadas de respaldo científico. Las prácticas centrales: descanso deliberado, micro-pausas, límites, desconexión psicológica, ritmos sostenibles y autocuidado cuentan con evidencia robusta en psicología.
Gómez lo explica así: “La evidencia muestra reducciones en agotamiento emocional, menor sintomatología ansiosa y depresiva, mejor recuperación cognitiva y cambios fisiológicos asociados al estrés, como la disminución en niveles de cortisol”.
¿Pereza disfrazada?
El ataque más común hacia el soft living es llamarlo “flojera”. Psicológicamente, esa afirmación no tiene sustento y la Dra. Diana nos lo aclara: “La pereza evita responsabilidades. El soft living reorganiza las responsabilidades para hacerlas sostenibles. No es ausencia de acción, es acción intencional. Las personas que lo aplican suelen tener límites más claros, mayor capacidad de priorización y menor impulsividad. Y eso implica trabajo psicológico, no evasión”.
Otro mito frecuente es pensar que vivir suave solo es posible desde un lugar privilegiado de la sociedad, pero el soft living real no depende del dinero. “No depende de ingresos altos; depende de intención, límites y autoconciencia”, concluye.
La experta ofrece herramientas aplicables incluso en entornos exigentes:
* Microdescansos conscientes de 1 a 5 minutos.
* Reducir la multitarea para recuperar enfoque.
* Límites pequeños, no solo grandes. Por ejemplo, no responder mensajes fuera de horario cuando sea posible.
* Ciclos de trabajo más cortos para disminuir desgaste.
* Autocuidado como prioridad: comer a tiempo, dormir lo necesario, pedir ayuda.
No es una vida sin obligaciones. Es una vida más amigable. Quizás el soft living no prometa una vida perfecta, sino una más humana. Una vida que permita respirar. Una vida donde el descanso no sea negativo y el tiempo propio no sea un lujo para unos pocos.
Diana Gómez deja la frase que podría resumir toda esta revolución silenciosa: “Vivir suave no significa vivir sin responsabilidades, sino hacerlo sin desgastarse. Y la ciencia respalda esa diferencia”. Lea: Más Sanamente: el proyecto que cuida la salud mental infantil en Cartagena
Al final, vivir suave no es huir del mundo, sino aprender a habitarlo. Es aprender que la vida no tiene que sentirse como una maratón a la que entramos sin haber calentado lo suficiente. Que crecer no debería doler tanto. Que el éxito no solo se mide en altura, sino en bienestar. Y que, tal vez, el futuro no está en vivir más rápido, sino en vivir mejor.
