Hace un siglo, Paulina Beregoff, con talento y determinación, rompió los moldes tradicionales y, en la Universidad de Cartagena -entre controversias e improperios-, se convirtió en la primera mujer médica, docente e investigadora de Colombia.
El 17 de octubre de 1925, ante los profesores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena -Camilo Delgado, Miguel Lengua, Manuel Obregón Flórez y Rafael Calvo Castaño-, una mujer se levantó de su silla para defender su tesis de grado. Paulina Beregoff presentó su trabajo Acidosis como requisito para optar al título de doctora en Medicina.
La ceremonia se desarrolló con la misma solemnidad que había acompañado más de un centenar de actos similares desde el 19 de abril de 1837, cuando Andrés Fernández respondió al jurado y se convirtió en el primer graduado en Medicina de la institución.
Entre aquel día y el logro de Paulina transcurrieron 88 años, un lapso que separa al primer médico varón de la primera mujer en alcanzar ese mismo título en la Universidad de Cartagena.
En la década de 1920, Cartagena intentaba sobreponerse a los estragos de las guerras y las epidemias. Sus dirigentes buscaban nuevas salidas: el oleoducto, el puerto marítimo y la posibilidad de atraer visitantes. Sin embargo, la higiene y el saneamiento eran insuficientes, el leprocomio de Caño de Loro seguía activo y el ambiente era considerado insalubre.
Se sumaba una epidemia febril de causa incierta y alta mortalidad, que desbordaba la capacidad de los médicos de la ciudad. Ante la gravedad de la situación, el decano de entonces, el doctor Rafael Calvo Castaño, viajó a Temple University, en Pensilvania (Estados Unidos), a buscar apoyo científico.
Allí le recomendaron a una joven profesional recién graduada en Bacteriología, Parasitología y Farmacia. Para sorpresa del doctor Calvo Castaño, se trataba de una mujer: Paulina Beregoff, de ascendencia judía, nacida en la Kiev imperial, quien había migrado a Estados Unidos junto con su familia.
Pese a la resistencia familiar, Paulina impuso su decisión de aceptar el desafío. Acompañada por un chaperón hispanohablante, emprendió la travesía marítima de ocho días a bordo del SS Santa Marta, durante la cual aprendió sus primeras palabras en español.
Paulina Beregoff desembarcó en Cartagena en 1921 con entusiasmo y una maleta que guardaba los primeros insumos de laboratorio y un microscopio, los primeros que llegaron a la ciudad. Gracias a ellos, los médicos locales pudieron observar por primera vez, en muestras de sangre y secreciones, los microorganismos responsables de diversas enfermedades. Asimismo, aprendieron a diferenciar células normales y patológicas, un avance trascendental para la medicina local.

Paulina recorrió barrios, poblaciones vecinas y navegó por el río Magdalena. Recogió secreciones y biopsias, estudió parásitos, larvas y huevos, y adoptó posturas críticas frente a las precarias condiciones de vida que observaba, lo que provocó la incomodidad de algunos sectores de la sociedad cartagenera. Cuestionó el trato hacia los pueblos indígenas, expresó su preocupación por la contaminación ambiental de la bahía y elaboró sólidos argumentos sobre las enfermedades que encontraba.
Escribió en la prensa local sobre pobreza, tratamiento de aguas, gestión de basuras, compromisos sanitarios, higiene y medicina preventiva. Discutió diagnósticos y afirmó que la epidemia febril que azotaba a Cartagena se debía a la coexistencia de malaria y fiebre tifoidea en muchos pacientes.
Al finalizar su contrato y a punto de regresar a Estados Unidos, profesores, estudiantes y miembros de la sociedad cartagenera le pidieron que se quedara, estudiara medicina y continuara sus investigaciones.
Un día que marcó huella en la Universidad de Cartagena
El 14 de enero de 1922, Paulina se matriculó como estudiante en la Universidad de Cartagena. Fue ubicada en el tercer año de Medicina, al reconocérsele su formación y experiencia. Destacó tanto por su calidad académica que fue nombrada simultáneamente profesora de Parasitología y Bacteriología, además de investigadora en el Lazareto de Caño de Loro. También integró el grupo de estudiantes que fundó la Revista Pasteur, donde publicó su artículo “Relaciones entre la Entamoeba histolytica y la Entamoeba gingivalis”.
Su presencia en el ámbito médico generó resistencias. Sus opiniones fueron calificadas como despropósitos y ella, como una mala influencia para las mujeres nativas. Su condición femenina se convirtió en el argumento más recurrente para desestimar la validez de sus planteamientos. Cansada de las críticas, presentó su renuncia en agosto de 1923 con la intención de regresar a Estados Unidos.
La Universidad de Cartagena, sin embargo, no aceptó su dimisión. Respaldada por diversos sectores -incluida una nota publicada el 28 de agosto en el periódico La Patria-, decidió permanecer en la ciudad y continuar con sus tres roles: estudiante, docente e investigadora. A finales de 1925 solicitó adelantar los cuatro preparatorios, los aprobó, sustentó su tesis de grado y obtuvo el título de médica, hecho del cual el 17 de octubre de 2025 se cumple un siglo.
Cuando se conoció su graduación, no tardaron en aparecer los cuestionamientos hacia la universidad, calificando de anómalas las decisiones que permitieron su titulación, especialmente porque Paulina no contaba con diploma de bachiller -un requisito inaccesible para las mujeres colombianas en ese tiempo, que solo lograrían ese derecho una década más tarde-. No obstante, surgieron voces que defendieron la actuación de la facultad y la validez de los procedimientos adoptados.

Tras su grado, Paulina regresó a EE. UU., estudió nuevamente Medicina y afirmó que se le reconocía el aprendizaje adquirido en Cartagena.
Su paso por la ciudad dejó una huella profunda. A través de su trabajo, Paulina fusionó ciencia, compromiso social y valentía en un tiempo en que la voz femenina era desestimada. Tuvieron que pasar 31 años para que, el 5 de octubre de 1956, la Universidad de Cartagena otorgara el título de médica a Beatriz Haydar Ordage, la primera mujer cartagenera en alcanzarlo.