Cambiar de casa es un proceso que suele asociarse con el estrés. Sin embargo, no todas las mudanzas se viven igual.
La doctora en psicología de la Universidad Europea, Mariola Fernández, explica que la importancia de diferenciar entre una mudanza programada y una inesperada. La primera, al ser planificada con tiempo, genera estrés, pero es “mucho más regulado”. Por el contrario, las mudanzas inesperadas pueden desencadenar ansiedad e intensificar el estrés al máximo.
“El problema aparece cuando surge un cambio de paradigma en nuestra vida y hay que mudarse de manera imprevista. Ahí, el estrés se incrementa notablemente y puede aparecer ansiedad, porque es una situación que no se puede controlar y muchas veces no tenemos recursos para afrontarla”, señala Fernández. Según la experta, nuestro organismo entra en “estado ansiógeno” y si este se mantiene, puede derivar en bloqueos y dificultades para tomar decisiones.
Para las mudanzas programadas, la clave es la relajación física: planificar el tiempo, hacer pausas frecuentes pero cortas, poner música alegre y mantener un ambiente distendido ayudan a sobrellevar la carga. “El consejo está orientado a cuidar la parte física, a dejar descansar el cuerpo”, añade Fernández.
¿Cómo afrontar el estrés de la mudanza?
En el caso de mudanzas inesperadas, el desafío es mental. La mente comienza a analizar lo ocurrido y puede percibirlo como catastrófico. Aquí, la respiración diafragmática es fundamental para calmar el sistema nervioso y permitir tomar decisiones desde un espacio racional. “Nuestro cerebro solo puede procesar en su parte más desarrollada cuando la primaria está relajada. Primero hay que calmarse para poder ver opciones y tomar decisiones”, asegura.
Una vez en el nuevo hogar, el reto se traslada al interior: la invasión de cajas. Fernández aconseja adoptar la paciencia y no querer organizarlo todo de inmediato. Se debe priorizar lo urgente: utensilios de cocina y objetos de higiene personal. “No tiene sentido colocar un jarrón si aún no tienes listo el baño o la cocina. Hay que avanzar de lo más urgente a lo menos urgente”, subraya.
La psicóloga también destaca la mudanza como una oportunidad para hacer limpieza emocional y material. Muchas personas se aferran a objetos que ya no utilizan, dificultando el proceso. “Es momento de sentarse y reflexionar qué cosas son compañeros de viaje y cuáles son cargas innecesarias”, afirma. Recomienda realizar un ritual de cierre para despedirse de aquellos objetos con valor sentimental pero que ya no forman parte de la vida cotidiana.
“Se trata de no caer en el síndrome de Diógenes. La idea es avanzar ligero, desprenderse de cargas y seguir el camino”, concluye Fernández. De esta forma, la mudanza se convierte no solo en un traslado físico, sino también en una oportunidad para renovarse emocionalmente y empezar una nueva etapa con menos peso y más claridad.