Una terrible plaga que diezmaba a la población humana y amenazaba con matar a millones. Un héroe inesperado en un lugar impensado. Una lucha contra el reloj y contra la muerte que sin aviso previo hacía caer a las personas como insectos. Una solución revolucionaria y sus muchos detractores. Un triunfo de la ciencia y de la vida, y una nueva oportunidad para que el hombre sobreviva en el planeta. No, no es ficción, es uno de los capítulos más relevantes de la medicina y un ejemplo de la gran tenacidad e inteligencia del ser humano.
Todos estos elementos parecen sacados de un guion cinematográfico, pero, aunque debería al menos existir una película que recogiera los momentos difíciles de un periodo tan oscuro de nuestra civilización, por ahora no tenemos referentes destacados que nos permitan acercarnos a un episodio histórico de la humanidad, el cual tiene como protagonista a la Fiebre Amarilla y su terrible trayecto de muerte, pero también a un hombre que fue capaz de mirar más allá de las creencias y conocimiento de su época para descubrir el elemento clave en la búsqueda de una cura para el terrible “vómito negro”.
Primera Parte
Escena 1: Calles de La Habana
Caminando por una calle de la Habana republicana, devastada por las hambrunas de la postguerra y bajo el flagelo de la terrible plaga, el doctor Carlos Juan Finlay de Barrés trabajaba fuertemente y recogía material experimental que le permitiera encontrar una cura para tan mortal epidemia. Quien para entonces no sabía que se convertiría en el médico más representativo de su época y de su nación, siendo nominado siete veces al premio Nobel de Medicina, tenía la hipótesis, desde 1881, de que era un mosquito el culpable de transmitir tan voraz plaga.
Escena 2: Canal de Panamá
Los cuerpos muertos de cientos de soldados españoles, así como esclavos y nativos son amontonados en hileras y se suman a las decenas de miles que habían sucumbido. Los enfermos y quienes los tratan saben que en el momento que inicia el sangrado digestivo sus horas están contadas. El sitio de construcción, próximo a la selva, húmedo y cálido era el lugar perfecto para que la enfermedad se propagara. A merced de las picaduras en el día y la noche, el surco de agua era un lugar con altísimo riesgo para morir, por lo que la finalización del Canal de Panamá parecía un hecho improbable. Obreros americanos y franceses perecían por montones y no parecía haber solución para evitarlo.
Segunda Parte
Escena 3: Hospital
Finlay trabajaba noche y día de modo persistente para poder comprobar que el origen de tan temible enfermedad se daba a través de la picadura de un mosquito. Durante mucho tiempo fue ignorado e incluso su teoría era ridiculizada al punto que varios en la comunidad médica le apodaron “el hombre mosquito”. Sin embargo, él no hizo caso a estas palabras y con gran talento y brillantez expuso su teoría una y otra vez hasta que la envidia y la terquedad de quienes lo rodeaban cesó, pudiendo así finalmente admitir algo que para ellos era improbable.
Tercera Parte
Escena 4: Laboratorio y salón de clases universitario
En 1900, una comisión de Fiebre Amarilla del Ejercito de Estados Unidos, comandada por el coronel Walter Reed, llegó a la Habana para comprobar las investigaciones de Finlay, las cuales venían cargadas de varios conflictos éticos para la época. A pesar de la incredulidad y la envidia de otros médicos, el trabajo del galeno cubano era tan detallado y serio que pronto pudieron dar cuenta del éxito del tratamiento y las claves para prevenir y erradicar la enfermedad. El doctor William Crawford exaltó su razonamiento para seleccionar la Stegomyia (el mosquito) como agente transmisor de la Fiebre Amarilla y se refirió a los trabajos de Finlay como la mejor pieza clínica que se puede encontrar en Medicina.
Cuarta Parte
Escena 5: Canal de Panamá
El doctor Crawford implementó el uso de mosquiteros entre los obreros, la fumigación de los edificios, la irrigación con petróleo de los estanques y la eliminación de residuales de agua dulce donde se podían gestar larvas de mosquitos. Gracias a Finlay se pudo poner fin a una de las plagas más temibles y mortales conocidas en las zonas tropicales. Debido a su mente brillante y reticencia millones de vidas se pudieron salvar, al tiempo que el 15 de agosto de 1914 se abrieron las compuertas del canal, una de las obras de ingeniería más importantes del mundo que conecta comercialmente a las Américas con el resto del planeta.
Gracias a un insecto, más precisamente a un mosquito que genera una enfermedad mortal, hoy en día homenajeamos a los médicos un 3 de diciembre. Y es que en el Congreso Médico Panamericano que se reunió en Dallas, Texas, en 1953, se decidió hacer un reconocimiento al nacimiento del doctor Juan Carlos Finlay, médico investigador nacido en Puerto Príncipe, Cuba, quien fue el encargado de confirmar la teoría de la propagación de la fiebre amarilla a través del mosquito Aedes aegypti en una presentación que realizó en la Academia de Ciencias de la Habana el 14 de agosto de 1881. Gracias a este descubrimiento millones de vidas fueron salvadas.
La investigación de Finlay, quien comenzó a ocuparse de este padecimiento en 1865, fue determinante para tratar esta mortal enfermedad. Sin embargo, no sería sino hasta 20 años después de su presentación que sus estudios llamarían la atención de la comunidad científica. En 1900, los Estados Unidos enviaron a Cuba una comisión para investigar el tratamiento de la Fiebre Amarilla y confirmar la hipótesis del galeno cubano. 55 años después la Confederación Médica Panamericana (CMP) decidió que el Día del Médico se celebrara un 3 de diciembre para así rendirle homenaje al “hombre mosquito”, como le llamaban despectivamente sus críticos.
Hoy, en su día, saludamos a todos los médicos que día a día luchan contra el tiempo, el entorno y contra nosotros mismos para brindarnos siempre una mejor calidad de vida y ayudarnos a combatir las distintas enfermedades que nos acechan. Larga vida a la medicina.