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Sucre

Otoniel, el fabricante de canoas que mantiene a flote la vida en Jegua

Esta es una comunidad resiliente que ha sabido adaptarse a las inundaciones para salir adelante.

Otoniel, el fabricante de canoas que mantiene a flote la vida en Jegua

Otoniel Viloria Rivera, se dedica a fabricar canoas. // Manuel Santiago Pérez. El Universal.

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Desde tempranas horas los habitantes de Jegua se preparan para la pesca. // Manuel Santiago Pérez. El Universal.
Desde tempranas horas los habitantes de Jegua se preparan para la pesca. // Manuel Santiago Pérez. El Universal.
Otoniel pule la madera de campano para fabricar las canoas. // Manuel Santiago Pérez. El Universal.
Otoniel pule la madera de campano para fabricar las canoas. // Manuel Santiago Pérez. El Universal.
Las mujeres también utilizan muy bien sus canoas para movilizarse en sus calles inundadas. // Manuel Santiago Pérez. El Universal.
Las mujeres también utilizan muy bien sus canoas para movilizarse en sus calles inundadas. // Manuel Santiago Pérez. El Universal.

A primera hora, hoy como todos los días, Otoniel Viloria Rivera se dirige a su taller de carpintería. Allí, fabrica canoas, embarcaciones casi de supervivencia y por ello, de gran demanda para los pobladores del corregimiento de Jegua, en San Benito Abad.

El taller, pese a las inundaciones subsiste, aunque no ha sido fácil, pues la emergencia invernal hace tres meses lo hizo mudar hacia la plaza principal, ante la falta de tierra firme donde trabajar, pero mejor así, porque quedó al lado de la Iglesia, la “casa de Dios”, que también sobresale en medio de las aguas.

En una tarima que hace parte del parque principal trabaja este adulto mayor, quien ha dedicado toda su vida a la carpintería, y a elaborar estas pequeñas embarcaciones de madera que tienen forma alargada y angosta.

“Ya tengo 74, toda mi vida me he dedicado a esto. Aquí vivo con mi hermana, tuve siete hijos, ellos viven en Magangué, Bolívar”, dice muy pausadamente, revelando con ello la enorme experiencia que le han dejado los años.

Elaborar una canoa lleva entre dos y cuatro días, dependiendo si se utiliza maquinaria de ebanistería, o como dice don Otoniel, “a pulmón, con herramienta manual”.

Y es que vivir en el corregimiento de Jegua, obliga a sus habitantes contar en el hogar con una canoa para navegar en medio de las calles, las cuales se convierten en ríos cuando se inundan, durante el invierno.

Ya tengo 74, toda mi vida me he dedicado a esto. Aquí vivo con mi hermana, tuve siete hijos, ellos viven en Magangué, Bolívar”.

Otoniel Viloria

En esta zona del San Jorge, las inundaciones son comunes desde siempre, por ello, sus habitantes se han adaptado y hoy son un ejemplo de resiliencia.

“Desde antes de nosotros, de nuestros padres, de nuestros abuelos y ahora a partir de nuestros hijos y nietos, y todo el tiempo, ha sido y será así. Muy pocas veces no se ha inundado este pueblo”, recalca este carpintero.

En estos momentos ya tienen cinco meses rodeados de agua, aunque el nivel está bajando, no se hacen muchas ilusiones, porque ya pronto se inicia la temporada de lluvias de octubre y esta sube nuevamente.

Desde que se llega a este poblado, lo único que se observan son las pequeñas embarcaciones, una escena común que da vida, en medio de la tragedia invernal.

Menores de edad, jóvenes, adultos y ancianos, saben utilizar las canoas, por lo que se mueven de un lado a otro como pez en el agua.

Una canoa, más que un lujo para las familias que la poseen, es un bien preciado y aunque adquirirla representa una inversión importante ya hace parte de las necesidades de cada hogar.

Las canoas son construidas en madera de Campano que se consigue en esta región del San Jorge, pero algunas veces escasea.

Su costo varía entre $600 mil y $800 mil, y casi todas las familias poseen una. Algunos las pagan de contado, unos lo hacen por cuotas, y otros son subsidiados por distribuidores pesqueros.

La vida en Jegua transcurre en las viviendas, unas artesanales y otras de material, con las marcas en sus paredes, del nivel de las aguas del San Jorge que siempre los acompaña.

La mayoría de estas casas lacustres están dotadas internamente de tambos, donde los habitantes se resguardan de las consabidas inundaciones.

Los lugareños llegan en canoas a visitar a sus vecinos y también salen diariamente a comprar los alimentos en las pequeñas tiendas que hay.

Los hombres se dedican a la pesca y salen de faena, el resto de la comunidad pasa su día en las casas trabajando desde temprano: tejen atarrayas y chinchorros, cortan madera, organizan los pescados en cavas para llevarlos a comercializar y así se ganan la vida.

Esto es a lo que se dedican, se han acostumbrado a trabajar para salir adelante, pese a las necesidades y dificultades que afrontan.

Don Otoniel recalca que ellos siempre han trabajado y aunque es deber del Estado atenderlos en las necesidades básicas, ellos no se quedan de brazos cruzados esperando las tan anunciadas ayudas, y “si llegan son una Bendición de Dios”.

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