Santa Rosa de Lima, un municipio de Bolívar ubicado a escasos kilómetros de Cartagena, es uno de esos pueblos que guarda en sus entrañas una historia rica, una tradición viva y un legado que lo ha hecho, poco a poco, ganar espacio dentro de la agenda cultural y turística del departamento. En esas ansias por recorrer los 46 municipios que conforman este bello territorio colombiano, emprendí un viaje hasta esta población que, aunque cercana a la capital bolivarense, sigue conservando el alma de los pueblos antiguos.
Recorrí sus calles polvorientas, caminé bajo su sol inclemente y enceguecedor, ese que a las doce del día pega con más fuerza y hace que cobre sentido la frase popular caribeña: “el sol pegao en la cara”. Pese a la temperatura abrasadora que ondea por toda la costa Caribe, el recorrido estuvo lleno de momentos gratificantes, aprendizajes y emociones. Era mi primera vez en territorio santarrosano, y el asombro de conocer, indagar y conectarme con cada detalle fue lo que me llevó hasta allá. Por eso, quiero que ustedes también vivan desde este campo la experiencia de recorrer uno de los pueblos más antiguos del departamento de Bolívar.
Primer encuentro: Centro de Cultura Carlos Gamarra
El punto de partida fue el Centro de Cultura Carlos Gamarra, donde me recibió con calidez Delcy Arroyo, coordinadora de cultura del municipio, con su comitiva. Ella fue mi guía y conexión directa con todo lo que estaba por descubrir. Gracias a su apoyo y gestión, me adentré por las calles llenas de historia, personajes y colores de este pueblo que aún conserva su esencia.
Primera parada: raíces vivas del pueblo Zenú
Frente a la alcaldía municipal, el recorrido comenzó con un encuentro cargado de sentido: varios integrantes del pueblo Zenú de Chiricoco nos esperaban en su stand, bajo un sol que ya a las diez de la mañana se sentía sofocante. Aun así, ellos estaban allí, con su lema bandera en alto: “Recuperando nuestras raíces”. Ese fue el mensaje que más resonó en mí.
El recibimiento estuvo cargado de identidad, respeto y memoria. En su stand exhibían piezas artesanales de gran belleza y significado: sombreros, pocillos hechos de totumo, manillas, bolsos, y una infinidad de elementos coloridos que no solo decoran, sino que cuentan historias. Historias que me llevaron a escucharlos, a querer entender su legado y a reconocerlos como parte fundamental del paisaje cultural santarrosano. No los vi ni los veo como producto turístico; los valoro como herederos de un conocimiento ancestral que debe ser protegido y visibilizado.
Segunda parada: el sabor de la tradición santarrosana
Después del encuentro con el pueblo Zenú, seguí caminando y el olor a fritura me guió hacia un puesto ubicado a pocos metros del Palacio Municipal. Era imposible pasar de largo. Allí estaban las clásicas santarrosanas: arepas de huevo, empanadas, carimañolas... El olor era un llamado inevitable.
La señora Sabina de unos 60 años nos recibió con una mirada cálida que inspiraba confianza. Al preguntarle cuánto tiempo llevaba allí, lo pensó un momento. Su puesto tenía historia, y no era fácil resumirla. Las personas alrededor murmuraban: “más de 20 años”, “yo venía cuando era niña”, y ella, mientras amasaba empanadas, reflexionó: “Sí, tenemos mucho tiempo aquí, este es un negocio familiar. La gente nos busca, vienen hasta en moto a buscar nuestros fritos”.
Y es que el sabor y la tradición se heredan. Esa mujer no solo freía empanadas; estaba amasando memoria, sosteniendo una historia familiar que ha alimentado a generaciones.
Al otro lado de la plaza, me encontré con los famosos chicharrones de don Ricardo, mejor conocido como “papá ahuelo”, otro referente gastronómico del municipio. Mientras se terminaba de instalar, me compartió con orgullo que gracias a su trabajo, su hija logró estudiar mecánica dental. “El año pasado todavía me ayudaba aquí, pero ya está trabajando en lo suyo”, me dijo, con una mezcla de nostalgia y satisfacción.
Tercera parada: fe y patrimonio
Otro de los lugares que marcó el recorrido fue la Iglesia Santa Rosa de Lima, el templo principal de la población. Una iglesia de fachada colonial, típica de los pueblos bolivarenses, que refleja esa herencia española que aún se respira en muchos rincones del Caribe.
El interior del templo transmite paz. Sus estatuas de bronce y su altar brillante reciben con solemnidad a los cerca de 200 feligreses que se congregan allí. Aunque en la actualidad Santa Rosa, como muchas partes de Colombia, es un mosaico de religiones emergentes, el catolicismo sigue teniendo una fuerte presencia. La historia que acompaña a esta iglesia dice que la Virgen apareció en una vereda y fue llevada hasta el templo, donde ahora se le rinde culto con devoción.
Cuarta parada: la banda que le da ritmo al pueblo
A pocos pasos de la iglesia, me encontré con una agrupación que emociona desde la primera nota: la banda de música de viento ‘24 de junio’. Esta está conformada por jóvenes entre los 18 y los 21 años, quienes no solo interpretan melodías, sino que llevan en sus instrumentos la historia de Santa Rosa.
La mayoría de sus integrantes tienen el apellido Chico, lo que nos habla de una banda que, además de musical, es familiar. Su líder, actualmente en España, continúa guiando a estos jóvenes con pasión y compromiso. Entre ellos destaca Ana, reconocida recientemente como la mejor platillera de la región en un concurso nacional. Su talento y desenvolvimiento con el instrumento son impresionantes, y es emocionante ver cómo, desde el arte, se construyen caminos de vida.
Quinta parada: letras, arte y juventud
Está penúltima parada fue también una de las más emotivas. En el lugar donde se encuentran las letras de Santa Rosa, varios jóvenes nos esperaban desde temprano, vestidos con trajes de lentejuelas y colores vivos, listos para cerrar con broche de oro el recorrido. Ellos, desde el arte y la danza, están construyendo un presente y un futuro lleno de orgullo cultural.
Dejando claro que los jóvenes santarrosanos están dispuestos a seguir impulsando sus raíces y proyectándose al resto de la región. A su vez, reconociendo que el arte es un motor capaz de transformar y dar sentido a vidas.
Sexta parada: el artista del pueblo
Esta última parada fue la reafirmación al arte, legado de un artista del pueblo que se ha dedicado a retratar las vivencias con diferentes técnicas artísticas, es el señor Pastor Ballesta, de 78 años quien abrió las puertas de su casa llena de color, cuadrados colgados de sus obras y las de su hija - quien también es artista- por toda la casa, inevitable no centrar mi atención en ese punto, se veía la precisión, el detalle y su esencia. Un hombre que se reconoce así mismo como un dibujante, pintor y escultor empírico.
Allí, en su hogar mostró un trabajo “secreto” con el cual se presentará en una exposición de talla nacional, en el lienzo se observaban infinidades de borradas marcadas como sinónimo de la vena perfeccionista que caracteriza a sus trabajos, aunque recalcó a lo largo de nuestros encuentro que “no es tan conocido en su pueblo”, no lo veo así, las personas que estaban en el lugar murmuraban “yo me acuerdo de un cuadro que usted pintó cuando estaba pequeña, nunca se me ha olvidado”, “recuerdo la calle que pinto hace años”. Un artista humilde que reconoce que el arte fluye a la par con la paciencia y el servicio.
Para mí, cerrar este recorrido por las calles santarrosanas en el hogar del señor Ballesta fue simbólico. Cada parada anterior fue una conexión con la raíz, y terminar con un referente artístico fue cerrar un círculo: presente, proyección y memoria.
Siempre será un gusto recorrer mi departamento, escuchar las historias de su gente, descubrir cuán diversos, multiculturales y resilientes podemos ser. Bolívar es un territorio lleno de colores, tradiciones, música, sabores y saberes. Cada municipio guarda un universo por descubrir. Esta vez fue Santa Rosa… mañana será otro. Porque Bolívar soy yo, eres tú, y son todos los que aman y trabajan incansablemente por visibilizar y potenciar su riqueza.