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Un viaje por Bolívar: música, ñame y leyendas que perduran

Un viaje por Bolívar revela su riqueza natural, cultural y ancestral: del ñame curativo al café de altura y la galleta que llegó al Vaticano.

Un viaje por Bolívar: música, ñame y leyendas que perduran

Algún lugar entre Santa Catalina y Galerazamba. // Foto: Oswaldo Mercado @co.coliso

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Si uno sale de Cartagena dispuesto a recorrer los pueblos del departamento de Bolívar, se encontrará con una sorpresa guardada desde que entra al bosque de Turbaco, se detiene en San Cayetano, prosigue los caminos del paisaje sinuoso de los Montes de María, Gambote, Mahates, Palenque, San Juan Nepomuceno, San Jacinto, y se desvía en busca del río Magdalena, haciendo una pausa en Magangué, hasta llegar a Mompox. Le puede interesar: Bolívar: en este departamento de Colombia conocerás el primer pueblo libre de América

No presentimos qué vamos a encontrar en el viaje.

El verdor del verano no es siempre el mismo y los matices de verde resplandecen con el destello de los cañaguates, polvillos o lluvia de oro, cuyo amarillo da una pincelada de luz sobre los montes. El viento arrastra el olor del fogón de leña.

Pescadores en el río Magdalena, en Bolívar. // Foto: Julio Castaño - El Universal
Pescadores en el río Magdalena, en Bolívar. // Foto: Julio Castaño - El Universal

El olor del ñame y el chicharrón detienen a los viajeros, al pasar por San Cayetano, a 55 kilómetros de la salida a Cartagena. El ñame sale del corazón de la tierra, en todas las formas inimaginables: ñame en forma de mujer acostada, ñame en forma de brazos y piernas, ñame con cara de caballo. Los sembradores de ñame proclaman en la trastienda que sirve para todo y no solo para comerlo. Sirve para la artritis, la menopausia, el calambre, el control del estreñimiento y otros milagros en veinte recetas para degustar.

Todo es posible allí, en los Montes de María, una inmensa despensa agrícola que incluye a 15 municipios compartidos entre Bolívar y Sucre, y punto estratégico con 16 exploraciones de gas y petróleo, 13 mil hectáreas sembradas de palma africana y cerca de 15 mil hectáreas de teca. Pero la desmesura y la escasez se abrazan. Lea también: ¡Bolívar, un departamento que nos enamora de verdad!

Allí confluyen 7 municipios de Bolívar y 8 del departamento de Sucre. Allí están por Bolívar: Marialabaja, San Juan Nepomuceno, San Jacinto, ElCarmen de Bolívar, El Guamo, Córdoba Tetón y Zambrano. Por Sucre: San Onofre, San Antonio de Palmito, Toluviejo, Morroa, Los Palmitos, Ovejas, Colosó y Chalán. Habitan descendientes indígenas zenúes, descendientes de la comunidad afrocolombiana y mestizos.

A setenta kilómetros al suroeste de Cartagena, está el Santuario Los Colorados, lo que queda de un bosque seco en una hectárea de tierra, en los Montes de María, en donde crecen los guayacanes y los guásimos, las bromelias, las ceibas amarillas, las palmas dechontaduro, las palmas de vino, las palmeras de niebla, los sietecueros y los tamarindos. Allí perviven el pajuil, la pavacongona, el mochuelo y el quetzal.

Al pasar por el Cerro de Maco, evocamos a Adolfo Pacheco, en la música que nació en aquellos cerros, en los que siguen creciendo hierbas altas que desafían los peladeros y el verano despiadado.

Un paisaje de los Montes de María, en San Jacinto. // Foto: Hermes Figueroa - El Universal
Un paisaje de los Montes de María, en San Jacinto. // Foto: Hermes Figueroa - El Universal

Cuando el juglar de los Montes de María subió al cerro, siendo un muchacho, lo atraparon los cantos de los mochuelos y el resplandor de un arco iris que surcaba los cuatro cerros: Capiro, Morena, Algodón y Maco.

Así nacieron dos de sus canciones célebres, del canto de un mochuelo y un arco iris como una inmensa hamaca de todos los colores, para mecer el Valle de Upar y los Montes de María. A caballo, y armados con machete y escopeta, subieron Adolfo y sus amigos, siguiendo el rastro de una puerca que se había llevado untigre. Durmieron a cincuenta metros, en lo alto del cerro, en la casa de Julio Torres. Toda esa aventura es hoy música, paisaje y reserva ecológica. Le recomendamos leer: San Jacinto, entre los ‘Pueblos Que Enamoran’

El cazador de Bolívar sabe que está prohibido cazar animales de monte como la guartinaja, el ponche, la iguana, entre otros animales en peligro de extinción, pero se sigue consumiendo clandestinamente.

El cazador dice que el venado, cuando lo persiguen, siente la alarma porque escucha por sus patas. Me muestra la pata delgada del venado y me señala el punto oscuro donde supone que el venado escucha. La pata momificada del venado, aún con su pelo, cuelga como un amuleto en la sala de la casa del cazador. En San Cayetano hay muchas casas que tienen patas de venado como amuleto. El cazador me dice con tierna ingenuidad: ¿Quiere usted llevarse esta pata?

Disfrutar de un café en las alturas de Bolívar

En La Cansona, a 839 metros sobre el nivel del mar, se producía el mejor café desde el siglo XIX, superior al que se cosechaba en Ocaña, Antioquia y la zona cafetera. Tres fincas cafeteras fueron célebres allí en la producción y exportación.

Allí, en La Cansona, el general Uribe Uribe instauró su campamento, y les dijo a sus amigos antioqueños que, si de veras querían conocer la tierra prometida, vinieran a los bosques de El Carmen de Bolívar. En una tregua con su ejército liberal, el general Uribe Uribe miró el horizonte desde la sombra de la enorme ceiba, y bebiendo sorbos de café, dijo al atardecer: “Si quiere conocer el paraíso, venga a disfrutar de un café en la alta montaña”.

Chepacorina: esta es la historia de la galleta más famosa de Bolívar

La galleta bajó de los Montes de María, cruzó el mar, y llegó hasta El Vaticano. La Chepacorina, tiene más de ochenta años de historia. Josefa Corina Ríos Torres, mujer de rasgos indígenas y cabellera negrísima, a quien todos llamaban Chepa Corina, empezó a vender la galleta, que aún no tenía su nombre en 1931, precisa el historiador Alfredo Ramos Patrón. En su panadería trabajaban Zaida Núñez, una madre soltera, y el joven Francisco Díaz, quien llevaba la leche a la panadería. Francisco se enamoró de Zaida. Lea también: Las chepacorina, un manjar más de moda que siempre

El nombre de Chepacorina surgió un día en que un borracho llegó a la panadería y señaló la galleta en el mostrador. “Véndeme una galleta de esas, una Chepacorina”.

El nombre resonó en el pueblo, que cada mañana empezó a nombrar a la galleta juntando los nombres de Josefa Corina Ríos.

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