En los últimos años, y de acuerdo con algunos acontecimientos que han alterado el orden público, en el municipio de Turbaco se ha venido vocalizando la palabra “pandillas”, un término que normalmente se asocia con el medio citadino, y muy poco con las zonas rurales.
El mismo término se pronuncia entre los pobladores de Arjona, el municipio más cercano a Turbaco, donde situaciones de inseguridad parecen estar siendo perpetradas por grupos de jóvenes dotados con armas blancas, de fuego y motos.
Los turbaqueros, pidiendo las reserva de sus identidades, afirman que, aunque a lo mejor no sea tan acertado hablar de “pandillas”, es innegable que la seguridad ha ido desmojorando de una manera progresiva, sin que se trate de una fenómeno exclusivo de uno u otro sector.
“En todo el pueblo --afirman-- hay inseguridad. Hace treinta o cuarenta años, Turbaco era un municipio apacible, todavía con muchos rasgos de los asentamientos campesinos de mediados del siglo XX. Era común en todas partes encontrar gente que saludaba a los desconocidos como si fueran vecinos de vieja data. Por las calles se veían labriegos en burro, yendo o viniendo de sus rozas; se podía caminar hasta altas horas de la noche o salir de madrugada, pero poco queda de eso”.
Las mismas personas que describen las bondades del Turbaco de ayer, reiteran que en todo el municipio ocurren asaltos a locales comerciales, protagonizados por delincuentes en moto, dotados de armas de fuego; o atracos en las esquinas, cuyas víctimas son principalmente las mujeres, a quienes despojan de sus bolsos o teléfonos celulares.
Esos mismos dolientes se atreven a utilizar el término “pandillas” para referirse a grupos de jóvenes que se hacen llamar “los Pescaítos”, “los Bacanitos”, “los 16”, “los de San Pedro” y “los de El Ají”, quienes suelen protagonizar riñas y enfrentamientos con la Policía, pero, a la hora de ejecutar atracos, asaltos o atentados, lo hacen de manera individual o en dúo, si se trata de actuar en motos.
Otros lugareños prefieren creer que la mayoría de los delincuentes son antisociales provenientes de otros pueblos, incluso, de barrios de Cartagena. “Lo que pasa --indican-- es que ya tienen bien estudiado el pueblo; eso significa que ya saben por dónde entrar y por dónde escabullirse”.
Pandillas. El vocablo no termina de encajar muy en el aspecto bucólico que todavía (pese a los avances) aromatiza a Turbaco. Verbigracia, para el comandante de la Policía Metropolitana de Cartagena, Henry Sanabria Celis, en el llamado “Balcón turístico de Bolívar”, aún no puede hablarse con la debida convicción de un fenómeno como ese.
“Nosotros --informa-- aún no hemos identificado pandillas en Turbaco. Más bien podemos hablar de grupos de jóvenes que han montado una competencia por el manejo del microtráfico y por el hurto, para la obtención de recursos que permitan la consecución de los alucinógenos”.
Precisamente, en las últimas semanas se presentó una riña de la cual resultaron dos personas asesinadas, cuyo leitmotiv, según el alto oficial, fue el consumo de drogas, que no siempre tiene a los jóvenes como figuras principales, sino también a personas adultas que no han superado el problema.
“Para que se pueda hablar de pandillas en un territorio --explica Sanabria Celis-- tiene que haber un grupo de personas que marquen un territorio y lo defiendan. Luego se auto denominan con un remoquete y pronuncian arengas características. Algunas veces usan tatuajes para identificar a sus integrantes, tienen un líder visible y una organización con carácter jerárquico; buscan el apoyo de la comunidad a la cual pertenecen y casi siempre son aceptados”.
Para el comandante, el que haya algunos grupos que la gente identifica con ciertos nombres, no implica necesariamente que se trate de pandillas a carta cabal, “pero nuestra misión es impedir que alcancen un crecimiento tal que terminen convirtiéndose en verdaderos grupos organizados, rebeldes y delincuenciales”.
“Turbaco no estaba preparado para el auge comercial y urbanístico que está viviendo”, enuncian los discutidores de la plaza, quienes, a la vez, recuerdan que en los años noventa fueron muchos los grupos humanos que llegaron al municipio huyendo de la violencia generada por el narcotráfico, el paramilitarismo y la guerrilla.
“Una buena parte de esas personas --rememoran-- traían costumbres diferentes a las nuestras; y, a parte de eso, necesitaban subsistir, pero desafortunadamente muchas de decidieron hacerlo de cualquier manera. Y si a eso le sumamos el crecimiento del microtráfico, encontraríamos una razón de peso para que se estén formando grupos delincuenciales, aunque supuestamente no se les pueda llamar ‘pandillas’”.
El arribo de foráneos aumento el comercio informal, en cuyo círculo es mucho más notable el mototaxismo que, al igual que en Cartagena, se convirtió en una alternativa de transporte público, que de vez en cuando se ve empañada por algunos actores que han visto en la motocicleta una herramienta eficaz en eso de quebrantar el orden público de diversas maneras.
Para la realización de este texto se buscó el concepto del actual alcalde de Turbaco, Antonio Víctor Alcalá; y del alcalde electo, Guillermo Torres, pero no fue posible dialogar con ellos.
Sin embargo, desde los gremios cultural y de comunicaciones surgen voces (pidiendo discreción) que están de acuerdo con que, posiblemente, se está desaprovechando el material humano joven que en Turbaco engrosa las listas del desempleo.
“A esos jóvenes --señalan-- se les podría incluir en programas productivos, del orden cultural o económico. Allí podrían dar rienda suelta a a esa creatividad que se quema cuando no saben cómo resolver necesidades y usar el tiempo libre”.