A unos 50 kilómetros de Cartagena, emprendí un viaje por carretera hacia el primer pueblo libre de América, San Basilio de Palenque. El recorrido entre el verde paisaje característico de la carretera que recubre los Montes de María, mientras el auto avanzaba, sentía que me alejaba del ruido de la ciudad para llegar a un lugar regido por su propio ritmo, su propia cadencia.
Al acercarme a la entrada del pueblo me encontré con enormes letras que forman su nombre en lengua Palenquera: “PALENGE”. No era solo un letrero de bienvenida, sino una afirmación de resistencia, una declaración de que este pueblo sigue en pie. En la plaza principal me recibió el fuerte calor, el sol que azota sin piedad a las 10:00 a.m. y Juan Manuel Márquez, el encargado del recorrido por la historia de este valioso asentamiento de Colombia. Con su tez característica y sonrisa franca, me saludó con la voz firme de quien conoce su legado.
“Bienvenidos a San Basilio de Palenque, el primer territorio libre de América”, dijo con orgullo. “Aquí no nos liberaron. Aquí peleamos por nuestra libertad.” Sus palabras me golpearon más que el calor sofocante. No hablaba con nostalgia, sino con victoria. Lee también: Crucero fluvial en Bolívar: 5 destinos, un solo recorrido unido por el Río Magdalena.
En la plaza, frente a Benkos Biohó
En San Basilio las calles del pueblo parecen contar historias. La plaza principal rodeada de casas de colores, puestos de artesanía y todo lo que representa a este sitio y a sus costumbres, llenaron mis ojos y me hicieron querer conocer a voz de un nativo el relato de victoria que tanto los enorgullece, que los ha convertido en un pueblo patrimonio de Colombia, en un destino turístico que recibe cálidamente a sus visitantes.
Allí al pie de la plaza principal, visualicé una estatua de bronce que se alza desafiante; es la Benkos Biohó, el artífice de la revolución esclavista, un guerrero sin más. Lo observé con detenimiento: su rostro serio, su postura firme, lo muestran como el héroe que es para esa comunidad en ese instante Juan Manuel me invitó a rodearla y comenzó su relato. Te podría interesar: Vive la Semana Santa en Bolívar: 5 municipios que debes visitar.
“Benkos no fue un esclavo, fue un guerrero”, dijo. “Lo capturaron en África, lo trajeron encadenado a Cartagena. Pero él se fugó y en vez de esconderse, regresó a liberar a otros. Creó este palenque, organizó la resistencia y derrotó a los españoles tantas veces que tuvieron que ofrecerle un tratado de paz. Claro, lo traicionaron y lo asesinaron, pero ya era tarde: la libertad había echado raíces.”
Miré a mí alrededor y reafirmé que no era solo una historia. Era un legado que aún se respira en cada persona que camina por los alrededores de esta plaza, en los niños que corretean sin miedo y en el orgullo que se siente en cada palabra de él.
El alma de Palenque, su lengua, su gente
A medida que recorrí el pueblo noté algo que al principio no logré identificar. Luego me di cuenta: las palabras no son español. Es otro idioma, uno que suena como música, con un ritmo propio.
Juan Manuel me miró y sonrió. “Eso que escuchas es palenquero. Nuestra lengua, nuestra identidad.”
Me explicó que el palenquero es un idioma criollo, una mezcla de español, kikongo, kimbundu y portugués, y hasta de un poco de italiano. Durante años, su lengua tradicional fue considerada un “castellano mal hablado”, un estigma que casi lo condena a la desaparición. Pero ahora, es una bandera de resistencia y apropiación que quieren que sea amada por los más pequeños que se levantan en la comunidad.
Al llegar a un lugar del pueblo me detuve ante un mural con varias palabras escritas en palenquero, Juan al ver tal admiración por aquello, me explicó diestramente algunas palabras significativas. “Apréndete esto”, me dijo. “Asina ria, se usa para preguntar cómo estás y Ataúto Vega, para decir hasta luego.”
Intenté repetir las frases, torpemente al principio. Pero hay algo en la lengua palenquera que se siente natural, como si llevara siglos esperando en la memoria de quienes la escuchamos por primera vez.
‘Kombilesa Mí’: agrupación de música palenquera
El recorrido continuó hasta la casa de la agrupación musical ‘Kombilesa Mí’. Entre vestuarios e instrumentos tradicionales, Juan Manuel me contó que la banda ha viajado dos veces a África para reconectar con sus raíces. Al ver las paredes cubiertas de nombres de quienes, como yo, se dejaron envolver por la esencia de Palenque, comprendí cuánto impacta este lugar en quienes lo visitan.
Al contemplar aquella casa, sede de la agrupación. Sus paredes todas tachadas con los nombres de cientos de visitantes que al igual que yo, se habían dejado envolver por la esencia e historia de esta comunidad, dejando con estas huellas, creando así conexión con aquel lugar, con aquel pedacito del continente africano en el país.
Casa Museo, un refugio en el tiempo
Me detuve frente a una casa de bahareque, palma y paredes de barro. Al entrar, la temperatura bajó de inmediato y un olor terroso y antiguo, como si cada pared guardara secretos de hace siglos, invadió el lugar.
En ese punto Juan Manuel me dejó con el encargado de relatar y brindar el recorrido por esta casa tradicional que es muestra de cómo vivía esta comunidad. El guía me llevó a un rincón donde cuelgan imágenes de peinados tradicionales. Los diseños son complejos, llenos de patrones intrincados y explica que estos servían en la época esclavista para señalar las rutas de escape.
“Nuestras madres trenzaban mapas en nuestras cabezas”, dice. “Cada línea era una ruta de escape. Cada patrón, una señal secreta.” Me cuesta procesar esa información. No era solo una forma de llevar el cabello. Eran planos de libertad. Mujeres que escondían caminos en sus cabellos para que sus hijos encontraran la salida, la libertad.
Me habló también de la Guardia Cimarrona, el sistema de justicia del pueblo. Allí no hay policía. “Aquí la justicia es palabra. No necesitamos armas. Solo respeto por nuestros mayores y por nuestra comunidad.” Con esto, me di cuenta que Palenque no solo se liberó de la esclavitud, sino también de muchas estructuras que otras sociedades dan por sentadas.
Pambelé y la lucha que nunca termina
La caminata continuó, hora y media, el sol siguió su ritmo y el calor igual. Llegué al gimnasio de boxeo. Un espacio modesto, con sacos de arena y un ring gastado por los años. Allí entrenó Antonio Cervantes, más conocido como Kid Pambelé, el primer campeón mundial de Colombia. En el lugar, aún entrenan niños que sueñan con ser como él.
Juan Manuel contó cómo Pambelé llevó el nombre de Palenque al mundo y cómo, gracias a él, el gobierno llevó electricidad al pueblo. Antes, vivían en la oscuridad. “Él peleó dentro y fuera del ring por su gente”.
Para vivir la experiencia completa, me puse los guantes. Entré al ring y probé algunos golpes. Risas, movimientos torpes. “El boxeo aquí es como nuestra historia”, dice uno de los entrenadores que se encontraba en aquel lugar. “Nos golpean, pero nos levantamos y seguimos peleando”.
El poder de la medicina ancestral: el anamú, la guanábana, la caña de mico
Antes de marcharme, visité a un médico tradicional, el señor Ambrosio Herrera. Su casa estaba llena de frascos con raíces, hojas secas y un licor oscuro que me intrigó.
“El ron compuesto”, dijo el médico, con una sonrisa. “Sirve para todo.” En ese instante, cuenta que cuando llegó el COVID-19, Palenque no perdió a nadie. No porque fueran inmunes, sino porque allí la medicina ancestral sigue viva. Continuó su conversación en la cual mencionó varias plantas medicinales como el anamú, la guanábana, la caña de mico. Plantas que según a voz y experiencia curan, sanan y protegen.
Con esa intervención y la muestra del poder de las creencias en la medicina ancestral, la medicina natural en el territorio y en general podría atreverme a decir que en la mayoría de los pueblos que comprenden al departamento de Bolívar donde ese arraigo hacia lo botánico está intrínseco en la raíz, los dotes son transmitidos de generación en generación.
Ataúto Vega, pero no un adiós
Casi dos horas duró el recorrido por los principales puntos turísticos de Palenque, casi dos horas en las que conocí la historia, la cultura, la identidad de este pueblo y la calidez de su gente. Conocí la importancia de este a nivel regional y de primera mano, la ruta que harán aquellas personas a bordo del crucero AmaMagdalena que navegará por el Río Magdalena y que tendrá parada en esta población y otros cuatro municipios bolivarenses.
Allí nuevamente en el inicio, en el punto de partida la plaza principal del pueblo, llegó la despedida y el enorme agradecimiento a Juan Manuel quien en su lengua pronunció la frase “Ataúto Vega”, con la tranquilidad de quien sabe que nadie se va del todo de Palenque. Subí al auto con la sensación de que este no es un adiós. Palenque se ha quedado en mi piel, en mi memoria, en cada palabra que ahora llevo dentro y que ahora recobra fuerzas en este relato.
Palenque, una grata experiencia para vivir y contar.