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La saga de la seño Margareth

Semblanza de Margareth Sofía Ibáñez Díaz, docente de Ciencias Naturales de la Institución Educativa Gabriela Mistral, de El Carmen de Bolívar, nominada Premio Compartir.

La saga de la seño Margareth
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Así empieza la vida de la docente Margareth Sofía Ibáñez Díaz, como le gusta que la llamen.

Cuenta que antaño vivió con tres hermanas --el padre campesino y la madre ama de casa--, donde el pan se servía sin más manjares, pero con la certeza de aplacar el hambre.

“El sentimiento, la poesía, el dolor y el verso se cuentan en cada vida como la luna se oculta en la oscuridad de la noche lluviosa”, leyó Margareth Sofía en alguna página poética, que aún está latente en sus sueños, y como un relato de la mejor de las anécdotas.

Recuerda que en su casa siempre existió el amor y el beso, la mágica esperanza rodeada de paredes de ladrillos espesos, que mostraban siempre su abrigo para el frío en el invierno y árboles esponjosos y delirantes, de ramas suaves que brindaban sombra a los juegos alborotados entre cercas, que muchas veces las brisas de agosto se llevaban.

Siempre le gustó escribir, relatar, jugar a las muñecas, al desfile... Pero, sobre todo, dibujar personajes de tiras cómicas como Kalimán, Centella y Memín. Solo dejó de leer y dibujar cuando llegó la violencia. Su creatividad para el dibujo se transformó en imágenes sobre muertos de la calle donde quedaba su casa, que se conocía en aquel entonces como --¡vaya ironía! -- “La calle del crimen”.

La escena que más recuerda es la de unos vecinos y un intento de secuestro por parte de guerrilleros de la alta montaña, quienes llegaron con sus fusiles a llevárselos a ultrajos, golpes y tiros sin que nadie pudiera evitarlo. Ella miraba desde la rendija de su puerta de madera sin poder hacer algo.

Otro día, mientras almorzaba, un disparo sonó. La bala había cegado la vida del hijo de Petra. Cuando lo vio, ya estaba tirado en la calle mientras su verdugo lo remataba. Ese año fue de muchos muertos a tiros, como el desconocido en la tienda, quien fue baleado ante los ojos de una mujer embarazada. Le cuesta seguir contando, se le hace un nudo en la garganta.

Gracias a su gusto por relatar la vida a través de imágenes y textos, ganó un premio escolar con el dibujo del hombre tirado en la Calle del crimen. De ese premio solo queda un poema que ella tituló “De la violencia y otros demonios”, donde interpreta el sentimiento de esos niños montemarianos que no perdieron a nadie, pero que están llenos de malos recuerdos.

Margareth Sofía afirma constantemente que “tenemos el deber de florecer y ser luz donde Dios nos ha plantado”. Por esto y por el camino que ha recorrido en El Carmen, decidió acudir a un llamado que le pareció un poco extraño: laborar en la docencia cuando apenas cumplía los 17 años. Lo cuenta con un tono de sarcasmo y desparpajo, porque no se lo creía, pero así fue como en 1994 inició la enseñanza, rodeada de estudiantes, maestros experimentados y una rectora rígida, quien al principio quiso verla como secretaria, al punto de que le encargó un mimeógrafo viejo, equívoco que cambió cuando Margareth Sofía logró mostrar su verdadera vocación de servicio; y, con tablero y tiza en mano, se dispuso, en aquel quinto grado, a dictar la primera clase hasta su grado de licenciada en la Universidad Javeriana. Aún enfatiza en que le costó un ojo, que el lío era grande; pero la meta y el galardón, mayores.

Siempre se ha calificado como una mujer muy terca, que tiene un dispositivo que se activa cuando le proponen un desafío. Es casi un acto de magia cuando alguien le dice que “no se puede”; pero, gracias a su enjundia, todo se aclara y fluye. Fue así como el día menos pensado se atrevió a participar en el “Premio Compartir”, uno de los mejores galardones a la docencia colombiana.

Cuando recibió el correo de su nominación, no lo abrió inmediatamente hasta que se sentó, con el fin de no dejarse caer de la emoción. Presentía que iba a llorar. Sabe que es fuerte, pero al mismo tiempo sensible. Fue justo ahí cuando entendió que todo se puede lograr. Así mismo logró la beca del Ministerio de Educación, con la que consiguió el grado de Magister en Educación.

Hace poco, para su blog, escribió un poema titulado “Maldito tiempo, el traidor”. Ahora cree que no la traicionó y que solo ha sido un perro fiel, que camina a su lado esforzándose por dejarla ser.

Contar su vida en el aula sería tan extenso como el regreso de Ulises a Ítaca. Han sido días de emprendimiento, de lucha, de poemas, de risas, llantos, aprendizajes, experiencias, cansancio, proyectos, angustias, amigos, esperanzas, desesperanzas y hasta decidia. Pero de muchas fábulas con moralejas de las que está infinitamente agradecida, porque le aportan a su compromiso de crecer y de hacer crecer a quienes la miran.

Todo ese devenir fue el que la inspiró, después de 26 años de docencia, para asumir la redacción de “Construye una vida de la que no necesites escapar”, su libro, ese que soñó en noches de depresión --o alegrías-- rendidas a veces bajo la gota de lluvia que humedecía el hambre o con el sol ardiente que hacía crecer el pasto.

Margareth personifica a la auténtica “dama de hierro”: es inquebrantable. No se rinde con ningún tropiezo. Así la reconocen en su entorno. Es de una sola palabra y nunca se amedrenta ni retrocede cuando de defender a quien tiene la razón se trata. Todo eso, porque piensa que cada cual tiene una verdad que se justifica en un plan de vida, mas no en lo que está socialmente establecido.

Por eso escribió su libro incluyendo subtítulos como “¿Y por qué está muerto, por qué lo mataron?”, pregunta que se hacen los padres cuando ya es demasiado tarde.

Respecto a este título afirma que es uno de los más dolorosos, dado que le tocó ver cómo uno de sus estudiantes moría, en la localidad de Carreto, al ser arrollado, después de tirarse de una mula, mientras iba a ver un partido del Real Cartagena. No culpa a la madre del estudiante, pero sí le duele ver cómo algunos padres abandonan a sus hijos innecesariamente.

Lamenta que este libro aún esté inédito, por falta de recursos para su impresión. Pero sonríe augurando que muy pronto el dispositivo que nos contó se activará, y el impreso se hará realidad.

“Tengo la esperanza guardada detrás de las orejas y en el corazón”, musita y explica que su escrito versa sobre la esperanza, las experiencias y lo implícito de la vida, ya sea desde el aula, la calle, el amor, el desamor, el llanto, la alegría, la gente de a pie, la que sufre, la que llora, la que es relegada, abandonada y mal querida. Habla del que critica, del que es criticado, del que merece el cielo, aunque haya pecado por el hambre; del que se da golpes de pecho, pero la misma Biblia lo sacude; o de ese sacerdote mundano, quien desde su altar no construye, sino que destruye. “Este libro es parte de mi vida. Él mismo se ha escrito y hoy quiere contarse”, detalla la docente y lee un pasaje que escribió al cumplir sus 40 años:

“Hoy, en el cuatrienio de mi vida, resiliente y apostándole a la vida, ya me siento orgullosa de mis años, de mis canas, que, amarrándose a mis sueños, hoy se muestran por mis luchas ya ganadas, en la tierra de esperanza que me acoge. Maestra, amiga, madre, hermana, hijos tengo de mis entrañas y por docenas que no he parido. Pero maestra ellos me llaman. Son los hijos de la vida y de la suerte que acompaña nuevos días, nuevos retos, sin excusas y sin tramas”.

Margareth Sofía abriga la certeza de que su libro ya no sea solo suyo, sino de cada corazón.

“Encontrar nuestro derrotero es fácil –sostiene-- cuando hacemos lo que nos gusta, porque queremos, podemos y no tenemos miedo al fracaso o al éxito. Cada día viene con su propio afán, su propia enseñanza y un nuevo compromiso con nosotros y con la sociedad, que tiene mil problemas, pero también mil soluciones. Mi esencia de vida siempre fue la docencia. Amo mi carrera, porque es libre, empoderada y con ella construyo mi propio ‘Yo’, una realidad que me transforma cada día, una vida de la que no necesito escapar”.

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