Llegó la hora más esperada durante las últimas doce semanas y mis padres ya están en las gradas. Ellos hacen parte de los miles de familiares que han venido a presenciar nuestro juramento de bandera.
Soy el infante de marina, Junior Alexander Muñoz Posso, uno de los 2 mil 41 jóvenes que hoy 1 de noviembre de 2018, le dirán a la bandera de guerra de Colombia, “juro defenderte hasta la muerte”.
Faltan pocos minutos para eso. Ya formamos y estamos entrando a un solo compás al campo de paradas en donde cada tres meses miles de muchachos como yo se comprometen orgullosamente con la Patria.
Estoy ansioso de que llegue ese momento y abrazar a mi padre y también a mi madre, a quien extraño con locura, pero no puedo distraerme, debo dar lo mejor de mí en esta solemne gala, como lo hacen mis compañeros.
El Comandante de la Base de Entrenamiento de Infantería de Marina de Coveñas, Brigadier Ricardo Ernesto Vargas Cuéllar, está dando su discurso para cerrar estos tres meses de duro entrenamiento y darnos varios días para pasarlos con nuestros seres queridos.
Está diciendo a nuestros familiares que cuando se reencuentren con nosotros y nos abracen sentirán que somos más fuertes, disciplinados, respetuosos y bendecidos por Dios, en quien alimentaremos nuestra voluntad para alcanzar la victoria en caso de guerra.
Dan por terminada la ceremonia y de repente aquel meticuloso orden en el campo de paradas se rompe por completo y las gradas quedan vaciás, mientras una avalancha de padres, hermanos y amigos se viene sobre nosotros gritando nombres y apellidos.
De un momento a otro me veo enlazado en interminables abrazos con mi padre, mi madre y mi hermanito, haciéndose realidad ese instante tan anhelado y ciertamente algo cambió, ahora amo más a mi familia.
Pero al otro lado de ese mar de reencuentros entre uniformados y civiles un infante de marina se quedó inmóvil escondiendo debajo de su camuflado un corazón roto, pues nadie vino a verlo jurar fidelidad al tricolor nacional.
Él es José Esneider Ramírez Murillo, oriundo de la comuna Marroquín, en Cali y quien mientras estudiaba y trabajaba como carpintero esperó la edad para incorporarse a las filas de la Armada Nacional, en donde sueña hacer carrera.
La rudeza que le da su fusil, el cual arropa con sus manos como si fuera su último y verdadero compañero, contrasta con la tristeza que se asoma por sus ojos cada vez más aguados y enrojecidos.
El infante de rostro de niño, de pié aun firme y mirando a todos lados como esperando un milagro, no puede dejar escapar tres lagrimas que se esconden inmediatamente detrás del sudor que dejó esta jornada concluida con dolor.
Pero aunque la pobreza no le trajo a sus padres Luz Elia Murillo Burgos y José Edilberto Ramírez Gutiérrez, el militar suspira, toma moral con nuevo aire en sus pulmones y camina perdiéndose entre uniformados que aun siguen abrazándose sonrientes con sus familiares.



