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Política

El síndrome que sufriría Putin, quien ladra para que muerdan otros

En las estampas rodeado de militares se muestra al ruso como un Iván el Terrible; pero, su vida habla más de un individuo con síndrome de Hubris.

El síndrome que sufriría Putin, quien ladra para que muerdan otros

David Remnick, editor de la revista The New Yorker, asegura que Vladimir Putin “no desvela nunca nada”.

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En un mundo en el que sus cinco sentidos se habituaron a las explosiones estruendosas, a los colores macanudos que generan inteligencias artificiales y a las bandas sonoras que cantan los que rompen las listas de Billboard, muchos se dormirían frente a una película de cine mudo. El mismo aburrimiento sentiría cualquier psiquiatra si tuviera al frente a Vladimir Putin tumbado en un diván.

George Bush, expresidente de Estados Unidos, acostumbrado a lanzar comentarios incoherentes y tener salidas en falso, dejó el listón muy alto, por lo menos en Rusia, cuando expresó: “Miré a los ojos a Putin y me hice una idea de cómo era su alma”. Hilarante. Lástima que en 2001 no existían los memes porque el líder republicano hubiese sido tendencia en Twitter. Lea: Putin dice querer negociar el fin de la guerra, pero Occidente se niega

Tanto psicoanalistas como periodistas han intentado descifrar cómo son las entrañas del presidente de Rusia, Vladimir Putin, sin que haya un veredicto, un diagnóstico necesario para todos aquellos hombres con el poder de romper la historia en dos, particularmente con eras de terror. Para los rusos, Putin es tan expresivo como una hoja en blanco. Tal vez quien mejor lo logró desentrañar fue David Remnick, editor de la revista The New Yorker, que en el, tal vez, mejor perfil sobre el exagente de la KGB escribió: “Siempre utiliza un lenguaje insípido, su mirada es plana, incluso sin vida y no desvela nunca nada”. Lea: Corte Penal emite orden de arresto contra Vladimir Putin

Al igual que Remnick, muchos aseveran que Putin, a diferencia de Hitler, De Gaulle, Tōjō, Churchill o Mussolini, no llegó a la nube de poder postsoviético que acaudala por su carisma, liderazgo o heridas de guerra. No. Solo estuvo en el lugar y en el momento indicado cuando Boris Yeltsin buscaba como loco a un heredero que no le incomodara sentarse en las piernas de un poder ventrílocuo.

Putin tiene fama del matón más poderoso del mundo. En todos los hemisferios es nombrado en chistes en los que lo ponen en el mismo avión con Osama bin Laden y Satanás, debido a una exitosa campaña mediática de inflar con helio a un político que es más pragmático que pletórico. Lea: Queman figuras de Maduro y Putin para recrear muerte de Judas

Muchos han visto sus fotos con su pecho al viento montando un caballo o bañándose en aguas bajo cero con la pose de quien recibiría reverencias de Terminator y de James Bond; sin embargo, su carrera fue gélida, y no por ser rusa, sino por ser súper sobria: un espía de oficina en la República Democrática Alemana redactando informes de extranjeros mochileando por ahí. Cero balas, cero paracaídas, cero chicas Bond, y sí mucha vida familiar y litros de cerveza. Putin era un espía gordo.

Al volverse añicos el muro comunista en 1994, Putin fue escalando en la burocracia con la astucia del que sabe cuál árbol da más sombra, y así entró en el círculo cercano del presidente Yeltsin. Sumisión, resultados, lealtad y suerte. En 1999, Yeltsin dimite y le dijo a Putin: “Cuida de Rusia”. Sin que se secara el aceite con el que fue ungido, Vladimir Vladímirovich no tardó en demostrar lealtad solo a sí mismo. Fallida la apuesta de Boris. Lea: Putin felicitó a Gustavo Petro por su llegada a la Presidencia, ¿qué dijo?

“No es un hombre imaginativo ni con chispa. Es adusto, inteligente, competente y agradable, pero sin gracia, un burócrata autoritario al que la historia ha dado un espaldarazo. La suya es la actitud del espía que escucha y vigila”, así describió Remnick al oriundo de Leningrado, hoy San Petersburgo.

Siempre utiliza un lenguaje insípido, su mirada es plana, incluso sin vida y no desvela nunca nada”.

David Remnick, editor de The New Yorker.

Putin, al diván

Casi 24 años después, Vladimir Putin ha demostrado ser un líder que se monta en las tendencias populares en su país para cimentar su poder, mientras disfraces y máscaras de él son exportadas al mundo para mostrarse como un perro indomable. En sus inicios defendió las libertades democráticas porque sonaban a júbilo luego del oscurantismo comunista, luego “endureció su autoritarismo”, según Remnick, para montarse en lógicas nacionalistas y nostálgicas soviéticas cuando Occidente y el dólar amenazaron con acampar en la Plaza Roja de Moscú, y hoy arma una guerra, agresión para muchos, solo para demostrar que tiene para gastar en plomo en un mundo en crisis económica, con inflación y con problemas sanitarios por tratar.

Según Mauricio Jaramillo Jassir, doctor en Ciencia Política y docente de la Universidad del Rosario, el presidente ruso logró condensar los ideales y pasiones de su gente con cruzadas como las guerras chechenas, la lucha contra el extremismo islámico y ahora con su batalla contra occidente, pateando las puertas y ventanas de Ucrania. Lea: Biden responde a Putin: “Occidente no quiere destruir a Rusia”

“Recibió un país quebrado por Yeltsin y lo recuperó en poco tiempo gracias al petróleo y al gas, pero su figura se alimenta con visiones positivas en los medios estatales. Sin embargo, pese al autoritarismo y a las represalias, en Rusia hay manifestaciones en contra de sus políticas”, expone Jaramillo.

Para el psicólogo irlandés Ian Robertson, Putin padece síntomas muy marcados del síndrome de Hubris, un héroe griego que embriagado por el poder se aleja de la realidad: narcicismo extremo, la intoxicación del poder, autoglorificación, mesianismo y la no necesidad de rendirle cuentas a nadie. Lea: Putin dice no tener “prisa” por terminar su guerra en Ucrania

Un dato: Putin mandó a construir una estatua de 20 metros de San Vladímir junto al Kremlin, sede presidencial, en 2016.

El poder es una droga dura, advierte el psicólogo español Máximo Peña. Según Visualpolitik, hoy Rusia está en una situación “deplorable”. Tras la caída de la Unión Soviética, las libertades civiles y la democracia son hazmerreíres. “Un agresivo capitalismo oligárquico —marinado con magnates con tendencias mafiosas— ha exacerbado la pobreza. La bonanza del petróleo y el gas son quimeras”, definió Visualpolitik.

Su sueño imperial ruso lo ha relegado de la política exterior y Ucrania se proyecta como su Vietnam. “Putin fue un bravucón que durante años cautivó a muchos, pero que a la hora de la verdad no ha demostrado sino ser el jefe de una banda de ladrones que ha saqueado el país. De esta forma, mientras el mundo ha progresado, Rusia cada vez se ha ido quedando más atrás, así que estamos convencidos de que la historia no será clemente con él”, concluyó Visualpolitik.

Por lo tanto, esta estrecha relación entre poder y conducta aberrante de Putin es como la de un perro doméstico que ladra detrás de una reja de autobombo para que sus generales y subalternos muerdan en la calle. Ya lo dijo Platón: “El poder y la sabiduría se hallan generalmente divorciados”.

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