Así como la muerte no discrimina entre buenos y malos, la violencia no conoce fronteras.
En el corazón de Mérida (Venezuela) nació la protagonista de esta historia, a quien llamaremos ‘Jane Doe’ por su seguridad, quién desde muy joven se enfrentó a la violencia de género, representada de diversas formas.
Todo comenzó cuando era niña y sus padres se separaron, dejándola ante una ausencia de educación sexual que la hizo vulnerable ante las complejidades que la vida le pondría poco tiempo después, ya que, a muy temprana edad, se involucró sentimentalmente con un hombre mayor.
Así, se enfrentó, no solo a la maternidad, sino a una relación marcada por maltratos y violencia, que la llevó a tomar una decisión crucial: romper con el pasado y buscar su independencia. También te podría interesar: 24 días de activismo por los derechos de las mujeres
La llegada a Colombia
Jane salió de su país buscando mejores oportunidades y llegó a Barranquilla, donde empezó a trabajar para un hombre colombiano que le brindó esperanza. Sin embargo, todo se desvaneció cuando él comenzó a maltratarla físicamente, encerrándola en su casa y robándole su libertad.
Tras varios meses encerrada, ideó un plan y logró escapar, pero en ese momento salió “de un problema, para entrar en otro”, comenta con tristeza la mujer.
Sueños destruidos
“Volví a Venezuela con ayuda de un señor que me dio para los pasajes, pero al llegar todo fue peor”, dice.
Encontró a sus hijos en mal estado, su antigua pareja tenía una nueva compañera y había perdido su casa, así que se apoyó en una “amiga”, que le ofreció volver a Colombia a trabajar en un restaurante que le haría ganar mucho dinero.
“Yo estaba entusiasmada, así que acepté muy rápido”, agrega, y así regresó junto otro grupo de mujeres que estaba a punto de enfrentarse a una realidad oscura, pues la oferta de trabajo en un restaurante en realidad fue una trampa, una enorme mentira, que las dejaría inmersas en un mundo de prostitución y explotación sexual.
Bajo amenazas, sin salida, ni sin solución, Jane empezó a trabajar con su cuerpo y con todo tipo de hombres que llegaban noche tras noche, destrozando sus esperanzas y convirtiendo sus sueños en algo de lo que se avergonzaba.
“Era muy solicitada, mi tipo de cuerpo les llamaba la atención e incluso me pusieron apodos por él”, comentó Jane mientras contiene las lagrimas.
A pesar de esta terrible situación, terminó acostumbrándose y “solo pensaba en generar dinero para buscar a mis hijos”, explica.
Volver a empezar
Con el paso del tiempo, y después de ser obligada a visitar campamentos paramilitares, la luz comenzó a brillar para Jane, pues recuperó a dos de sus hijos y conoció un hombre, con el que chateaba frecuentemente, que la impulsó a conseguir el dinero que le exigían para dejar el lugar, una taberna del departamento de Córdoba, cercana a una zona roja frecuentada por grupos al margen de la ley.
“A veces nos mandaban para arriba para estar con ellos (con paramilitares) y me obligaron a hacer muchas cosas que no quería”, relata.
“Cada cierto tiempo nos mandaban a un hospital de Montelíbano para que nos hicieran pruebas médicas, gracias a Dios no resulté contagiada con ninguna enfermedad”, añade.
Luego de pagarle a los proxenetas cinco millones de pesos por su libertad, llegó a Cartagena con su nuevo compañero, esperando estabilidad, pero fue como volver al inicio, pues con este hombre sufrió infidelidades que, aun hoy, debe aguantar porque no tiene otra fuente de ingresos. Pero lo peor es que sigue enfrentando a maltratos psicológicos que intenta superar apoyándose en su comunidad y manteniendo una esperanza que alimenta con sus sueños de encontrar un empleo que le brinde independencia para ella y sus hijos.
Epílogo
Jane dice haber superado todo aquel horror de vida tras dos años de asistir a terapias sicológicas, entre otras ayudas que recibió por parte de instituciones como la Fundación Renacer.
Hoy los fantasmas del pasado aún se le aparecen en el camino, pero tiene la plena convicción de que el destino tiene preparado para ella caminos más prósperos. Lee también: ‘Mujeres que transforman’, una oportunidad de renacer