Hay un sueño que persigue a algunas generaciones: salir de su ciudad natal para triunfar en otras tierras y llegar a ser un orgullo familiar; pero ¿qué pasa cuando te vas porque no hay otra opción? ¿Qué pasa cuando la despedida se siente como un desarraigo más que como una oportunidad? Lea: Así empezó la atención a migrantes venezolanos en Cartagena
Según el DANE, en 2016 más de 378 mil venezolanos llegaron a Colombia buscando un destino que les diera mayor seguridad, cansados de vivir la agobiante crisis que se tomaba el país vecino, crisis que se intensificó y que a 2021 daba cuenta de más de 2,5 millones de venezolanos que habían salido de sus sitios de origen para buscar un espacio de crecimiento en esta tierra. Lea: Video: la inspiradora historia de una barbera venezolana en Cartagena
Audi Núñez, un joven bailarín de Maracaibo que había encontrado desde muy joven su pasión por la danza cuando armaba las coreografías de las canciones favoritas de su papá teniendo como escenario una mesa de trabajo en el taller de tapicería, le tocó en el 2016 despedirse de lo que conocía y amaba para ver de qué forma salir adelante.
“Recuerdo que me subí a un bus y cuando llegué a la frontera me preguntaron a qué venía a Colombia y fui honesto, les dije que a bailar, y me negaron la entrada. Pero no dejé de intentar, el conductor me decía que confiara que seguro sí me dejaban, y así fue, por milagro me dijeron que sí y llegué a Cartagena, una ciudad que no conocía y en la que tenía solo una amiga”, cuenta Audi.
Comenzó a tocar puertas para dar clases de rumba en gimnasios, conjuntos residenciales, y así arrancó su nuevo camino en Cartagena de Indias. Durante ese año, Audi concretó su primer grupo de unas 10 niñas a las que les daba clases de danza, entonces conoció a Joel Soto, otro joven bailarín venezolano que exploraba la posibilidad de emigrar.
“Era una situación tan crítica la que vivíamos en mi país que trascendía a lo económico, era cierto que lo que ganabas y antes te servía para el mes a veces no daba ni para cinco días de comida, pero además eso te afecta emocionalmente, mentalmente, te debilitas”, cuenta Joel, quien comparte con Audi ese gran amor por el arte, por la danza, y ve en ella ese instrumento de salvación que ha permanecido en su vida por más de una década.
Joel y Audi comenzaron a conocerse, Joel con la claridad de la técnica, conectado con el Jazz, con la música clásica; Audi todo un merenguero, de música urbana, creativo. Así nació Ditropa.

Durante este nuevo comienzo, Audi y Joel tuvieron que transitar un largo camino lleno de obstáculos pero también de bendiciones para sacar adelante su “Casa de danza”. Se quedaron sin local por el cierre del gimnasio donde funcionaba, encontraron un nuevo lugar y luego llegó la pandemia. Lea: ‘Mi panita, mi amigo’ llega a Cartagena
“Ha sido una prueba tras otra, todas nos han llevado a reconocer en la fe un elemento vital, en la pasión por lo que hacemos un indispensable, y todo eso nos ha dado la oportunidad de rodearnos de toda esta familia ditropista que está ahí para apoyarnos. Pasamos, por ejemplo, de hacer un show de aniversario en espacios pequeños a estar en el Centro de Convenciones y el Teatro Adolfo Mejía”, explicó Audi.
Ditropa, el empredimiento de este par de venezolanos, comenzó con 10 alumnas y hoy reúne a casi 300 familias alrededor de la danza, que es mucho más que mover el cuerpo de forma coordinada a un ritmo u otro. “Es disciplina, es un descubrir de tus capacidades, es retarte, tenemos procesos maravillosos con niñas que no llegan solo por bailar, llegan con retos para socializar, con preocupación de los padres por su autoestima, y aquí crecen a su ritmo y florecen”, explica Joel.

El tiempo ha puesto todo en su lugar, cada obstáculo se convirtió para Audi y Joel en una oportunidad para crecer y aprender, y aunque el inicio no fue soñado, han alcanzado el éxito y el reconocimiento con el que no contaban cuando salieron de su país en busca de por lo menos proveer a su familia de lo indispensable.
“Recuerdo que cuando mi mamá se enteró de que había comenzado a estudiar danza a escondidas, hubo algo de oposición y yo le dije: un día voy a tener mi casa de danza, no solo tendré para vivir, tendré más y verás que con la danza sí se puede triunfar, y aquí estamos, es ahora ella quien me recuerda esas palabras y vemos cómo mi sueño se hizo realidad”, cuenta Joel.
En una semana Ditropa celebra su sexto aniversario, ya está todo casi listo para el show, una vez más en el Centro de Convenciones este par de emigrantes venezolanos llenos de sueños viven una sexta oportunidad para darle gracias a la vida porque para ellos nunca fue tan cierto eso que tienen grabado en el corazón y como lema de su escuela: bailar no tiene fronteras.