Al tiempo que varias parroquias de la mundana Nueva York registran un incremento notable en el número de adultos que solicitan ingresar en la Iglesia católica, otras noticias reportan que existe un crecimiento entre la juventud de Occidente por la fe en lugares profanos como Inglaterra, Francia, Finlandia o España, especialmente entre los hombres.
Un editorial de periódico no suele ocuparse de temas religiosos; pero no es posible sustraerse de aquellos nuevos fenómenos que podrían calificarse al menos como sociológicos. Algo tiene que estar ocurriendo en la sociedad occidental para que, por ejemplo, en naciones tan profundamente laicas como Inglaterra un porcentaje creciente de ciudadanos (35%) afirma la existencia de Dios con rotundidad entre los 18 a 24, incluso más que entre los mayores de 65 años.
Hay un incontrovertible despertar religioso sobre todo en los países del primer mundo. Por acá, en nuestros lares, el fenómeno social -o espiritual- no resulta tan relevante porque, en cierto sentido, la fe nunca se ha ido. En Colombia, por ejemplo, la población que se reconoce como creyente corresponde al increíble 94,1% (Dane, 2022). Y si miramos a ese “continente” llamado Brasil, es una cifra similar, pero creciente, del 90%.
Inevitable preguntarse, ¿qué es lo que hicieron en los países desarrollados las anteriores generaciones, tan alejadas de la fe, tan profundamente laicas, amantes de la libertad absoluta al punto de erradicar la presencia de toda referencia a Dios en escuelas, despachos públicos y privados, para que la religiosidad esté siendo relevante en las nuevas generaciones, quienes consideran, según variadas encuestas en aquellas naciones, que el cristianismo tiene un papel positivo en la sociedad?
Tal vez no hay mejor resumen de lo que viene ocurriendo entre los jóvenes que el último álbum de la artista Rosalía, muy famosa con sus anteriores discos de pop y reguetón.
Lux, lanzado el pasado 7 de noviembre, ya alcanzó los primeros lugares en prácticamente todos los listados en Occidente, a pesar de su contenido sostenidamente espiritual en todo el disco.
Ya hay teorías que pretenden explicar lo que pudiera estar pasando, como las resumidas en las páginas de Aceprensa, en donde se refieren a que el auge de la religiosidad entre los jóvenes parece ser o una reacción espontánea ante la sensación de caos e incertidumbre que caracteriza la vida moderna, especialmente tras el shock que produjo la pandemia en la salud mental; o que el despertar religioso entre los varones es una puerta de salida para la crisis de la masculinidad; o simplemente una toma de posición frente al vacío existencial de una sociedad por décadas sumida en el consumo y la frivolidad.
Es, claramente, un tema relevante que bien valdría la pena analizar si obedece a otra moda pasajera o, por el contrario, a un efecto esencial del cambio de era.
