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Editorial

Las emociones positivas

“Negar el deber del Estado a proveer emociones positivas es suponer que solo está para cubrir las necesidades básicas o los factores que pueden suscitar tristezas...”.

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Los gobiernos también tienen el deber de promover emociones positivas; estas se refieren a la lúdica sana y regulada, porque en la vida hay que aprender a reír, a bailar y divertirse en comunidad a pesar del dolor propio o de las dificultades de la vida.

Negar el deber del Estado a proveer emociones positivas es suponer que este solo está para cubrir las necesidades básicas o los factores que pueden suscitar tristezas y frustración, lo que puede derivar en una cultura del resentimiento y la desilusión como únicas preocupaciones de atención, lo que es propio de pueblos dominados y sometidos por déspotas, como ocurre con Corea del Norte.

Hay seres humanos que parece que hubieran nacido solo para transmitir emociones negativas, que aún pretendiendo hacer el bien solo propinan frustración. Pasa con jefes insoportables, padres de familia inquisitivos y fastidiadores, profesores hirientes; pero es todavía más grave cuando se trata de gobernantes, porque tienen el poder de influir sobre toda la sociedad. Con estos, el insulto se convierte en una razón de Estado y la división en la sociedad en una causa eficiente del sostenimiento poder.

La amargura entonces es confundida con la serenidad, la sobriedad y la sensatez, madres que son estas tres virtudes de otras más, como la concordia, la empatía, y la resiliencia de que a pesar de las dificultades de la vida es posible contar con un horizonte positivo, porque el problema no es tanto la realidad sino cómo la afrontamos.

Hay a quienes molesta que el Estado destine recursos para emociones positivas en el pueblo, de manera directa, como ocurre con las fiestas conmemorativas de fechas y festivales apegados a una larga tradición. Si es un deber del Estado crear las condiciones sociales, económicas y políticas justas que permitan a los individuos perseguir su propia felicidad y bienestar emocional de forma autónoma, también está el de crear espacios en que el individuo salga de sí o de su más próximo entorno, para que participe en la construcción de alegría comunitaria, diseñados para el encuentro colectivo alrededor del esparcimiento y la diversión festiva.

Las emociones positivas son cruciales para el desarrollo personal, la salud y bienestar general a largo plazo, si se manejan con altura, dignidad y propósito. De esta manera, el Estado contribuye a que se amplíen los repertorios de pensamiento y acción de los individuos como paso conveniente para la construcción de recursos personales y sociales empáticos, decentes y respetuosos. 

Por el contrario, forjar desde el poder emociones negativas, singularmente la vulgaridad, la ofensa, la división, el miedo o la ira es una anomalía del alma de sus autores, quienes, por lograr o preservar el poder político o económico, sacrifican la edificación de virtudes sociales positivas, que les resultan o desconocidas o incómodas.

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