Ayer, 7 de octubre, se cumplieron dos años del ataque terrorista perpetrado por Hamás contra Israel durante la festividad de Simjat Torá. Para quienes han tenido la oportunidad de ver videos de las perturbadoras, por inhumanas, imágenes de los vejámenes, secuestros y asesinatos de ciudadanos inermes que estaban en sus hogares a tempranas horas de ese día fatídico, o celebrando animadamente en una fiesta juvenil, como la que ocurría en un festival de música a pocos metros de la frontera con Gaza, se estremecen con la maldad, ferocidad y saña con la que los asesinos desplegaron sus actos de odio, que incluyeron violaciones y la quema de familias enteras transmitidas en directo a sus amigos y parientes que les esperaban en la Franja. Los comandos de Hamás asesinaron a 1.200 personas y secuestraron a 251, 48 de los cuales aún permanecen en Gaza.
Ante la pregunta de qué buscaban los líderes del grupo terrorista al perpetrar tan cruel y despiadado ataque contra la población civil, si era más que previsible que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, contestaría de forma implacable, como en efecto viene ocurriendo, todo lleva a pensar que se prestó un servicio terrible a Irán, frustrando los acuerdos de Israel con sus vecinos, que en nada favorecían a la pretendida influencia del país de los ayatolas y a los terroristas de Hamás.
Es inaudito que a estas alturas haya voces que justifiquen esa masacre como “resistencia armada”, o quienes celebraran lo acaecido, o jefes de Estado que no hayan expresado un claro repudio a la barbarie cometida por Hamás.
Como aquí se ha dicho antes, es claro que la reacción del gobierno de Israel ha sido desproporcionada, al punto que, aunque gane la guerra en el terreno, moralmente la perdió poco después de que superaran en muertes las previsibles en una guerra de reacción o defensa, tras la incursión en Gaza.
No parece coincidencia que justamente ayer se dio inicio público a las negociaciones en Egipto entre Israel y Hamás para implementar un plan de paz de 20 puntos, conocido como el “Plan de Trump”, dirigido a poner fin a la guerra en la Franja mediante el retiro de la ocupación israelí, el intercambio de prisioneros (que incluye el retorno de todos los rehenes israelíes -vivos y muertos, y la liberación de presos palestinos), la dejación de armas de Hamás y la formación de un Gobierno tecnócrata de transición en Gaza.
Es difícil que las negociaciones para la creación del Estado palestino autónomo se concreten bajo el mandato de Netanyahu, a pesar de que Hamás haya manifestado su disposición si se garantiza “estabilidad, libertad, establecimiento del Estado y la autodeterminación”.
Entre tanto, a los ciudadanos de buena voluntad nos corresponde rechazar la guerra y la muerte de civiles inocentes, tanto israelíes como palestinos. También, pedir que cese la ocupación de Gaza y que Hamás libere a los israelíes en su poder.