¿A qué se debe el afán del presidente de la República, de designar en puestos claves y en no tan claves a personas que no reúnen el perfil de los respectivos manuales de funciones, o del nivel de responsabilidad al que se enfrentarán tras sus designaciones?
¿Por qué los cargos oficiales pueden ser llenados con personas sin experiencia y conocimiento específicos para estos, o para ningún otro en el Gobierno, yendo incluso contra el sentido de urgencia en el cumplimiento del Plan Nacional de Desarrollo o de la lógica política generalmente aceptada, o de la conveniencia en torno de la importancia que reviste el cumplimiento del programa de Gobierno y los compromisos de campaña?
Son preguntas naturales siempre que se anuncia el nombramiento de ciudadanos con escasa o ninguna preparación para determinados cargos, lo que suele ocurrir con relativa frecuencia, al menos en los cargos visibles, pues podría estar pasando en puestos de menor jerarquía y, por ende, de menos interés para la opinión pública.
El caso de Juliana Guerrero, quien aspira a ser viceministra de la Juventud en el Ministerio de la Igualdad, pese a que no cumplía los requisitos necesarios para el cargo, quien tendrá que responder ante problemas judiciales en su contra, es apenas el más reciente.
Pero como éste, hay más desde el inicio del Gobierno, que le han costado en imagen y eficiencia, lo que no ha impedido seguir esa línea. Por el contrario, se ha ratificado recientemente con la expresión del presidente, en cuanto a que “... no debe haber requisitos para nombrar embajadores y embajadoras de Colombia...”, incumpliendo con ello una de las promesas de campaña.
En reciente columna, en El Tiempo, Moisés Wasserman se quejaba de la lucha no resuelta entre las decisiones promovidas por expertos y las tomadas por impulsos, ocurrencias e intuición, pues en estos lares se prefiere lo último que el conocimiento específico de una materia, la experiencia práctica, por la cual los expertos conocen los errores del pasado y solo cometen errores nuevos; mientras que quien no es experto repite lo que ya fracasó antes.
El mensaje que deja el presidente es deplorable en varios sentidos, singularmente el de que no tiene sentido prepararse en la academia para llegar lejos y merecer los cargos de enorme responsabilidad, después de una esmerada carrera, pues esto ya no es importante, siendo de más valía la relación estrecha que se tenga con el poder.
Otra variable del mensaje es que el nivel de militancia cómplice define más el paso de un ciudadano por la administración pública que el rigor moral, académico o experiencial, con lo cual se abaja la calidad ética de quienes concurren a la administración pública y de quienes pudieran prestar servicios más eficientes y eficaces, en términos de cumplimiento de las promesas y compromisos contraídos con los electores y hacia quienes se gobierna.