En editorial que publicamos el pasado 24 de abril, dijimos que la primera carta suscrita y difundida por el excanciller Álvaro Leyva Durán, en relación con la drogadicción del presidente, era una traición en tanto que su salida del Gobierno debió producirse una vez enterado de las situaciones que apenas en ese momento cuestionaba, y no esperar a que lo sacaran del cargo por la puerta de atrás, siendo, como se percibía de su porte de flemática alcurnia, un personaje patético.
Nada podía esperar de él el presidente, pues toda su vida se la pasó en asuntos truculentos, inconfesables, con posiciones que eran evidentes tras una mirada de sus correrías sórdidas y difusas en su periplo vital. El presidente ha bebido de su propia medicina, pues debía saber qué papel ha jugado Leyva en tantos años de vida pública; y, por su veteranía, no le podía ser desconocido que un desaire a las íntimas pretensiones del ministro sólo le traería su energúmena molestia, y de allí a una probable traición.
El episodio del presunto complot para quitar del cargo al presidente Petro y revestir como reemplazo a la vicepresidenta Francia Márquez, incluso buscando el apoyo de altas autoridades de EE.UU. y destacados precandidatos presidenciales, es un acto inane por su imposibilidad lógica, en vista de que no existe manera de que alguna persona con cuatro dedos de frente le hubiese prestado atención, más allá de extraerle información sobre las realidades o no de lo que ocurre dentro de Palacio; es apenas otra movida del nivel de quien ha demostrado no merecer la confianza ni la credibilidad para manejar altos cargos del Estado.
En verdad que existen razones para calificar conductas del presidente Petro como indignas; hay una escala básica de valores que no requiere asumir posiciones pacatas o moralistas, para percatarse que ha desdorado múltiples veces el solio presidencial, empezando por su determinada renuncia a encarnar la unidad nacional, regla obligatoria en la Constitución Política.
Pero de allí a que se plantee la posibilidad de sacarlo anticipadamente del cargo de presidente es absolutamente inaceptable, incluso como mera especulación con un personaje de la talla de Leyva, a quien de seguro nadie de peso le habrá prestado ninguna atención, por más que el presidente quiera y pueda aprovechar la reprochable movida para extraer beneficios políticos, singularmente contra la vicepresidenta, de la que está alejado sin disimulo.
Si el presidente Petro sale de Palacio tendrá que ocurrir por votación popular en las elecciones reglamentadas en la Constitución Política, o por las causales que esta contempla para los casos extraordinarios en los que se necesita surtir su reemplazo con quien ostente el cargo de vicepresidente, entre los que se cuenta la destitución por sentencia.
¡Cualquier otro camino que se intente es intolerable y punible!