Desde el tercer mundo es difícil comprender todo lo que hay y está pasando en la mente de los líderes de las naciones desarrolladas, poseedoras de la más alta tecnología. ¿Qué saben de lo que es realmente una amenaza a sus existencias o de sus aliados y de cómo enfrentar los desafíos de una probable guerra mundial?
Con la decisión del gobierno de EE. UU. de atacar a Irán, un régimen teocrático, hostil hacia la cultura estadounidense y declarado enemigo de su principal aliado en oriente, Israel, del que sus ayatolás han jurado eliminar de la faz de la Tierra, es impredecible el giro que puedan dar las guerras, declaradas o no, que están en curso a lo largo de un planeta que mira impávido cómo el presidente Donald Trump rompió su compromiso de no llevar a su país a nuevas aventuras bélicas.
Por fortuna, China permanece prudente frente a lo que está pasando; mientras esa superpotencia no ingrese de manera directa al conflicto, no hay riesgo de una tercera guerra mundial, y eso lo saben en el Pentágono, que recomendó atacar a Irán pues el momento para hacerlo les era incomparable: los sorpresivos y contundentes ataques de Israel mermaron prontamente la capacidad de reacción de aquel régimen, con sus aliados de Hezbolá y Hamás azorados por un Netanyahu desatado, protegiendo su mandato; la tranquilidad que el desarme de un país dominado por chiitas le causa a sus vecinos sunitas, que son la mayoría (Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar y Omán); y el malestar interno de una población iraní subyugada por un régimen implacable, lo está aprovechando la Casa Blanca.
Sin embargo, de una República Islámica herida, del tamaño, poder e influencia de Irán, puede esperarse una reacción que vaya más allá del ataque a bases estadounidense en países musulmanes.
El mejor de los escenarios es que el gobierno iraní comprenda que no tiene sentido escalar la confrontación con un personaje determinado como Donald Trump al mando de un poder militar casi ilimitado, pues su ira podría incluso acabar con aquel régimen hoy herido de gravedad, siendo la mejor alternativa sentarse a negociar
El peor escenario es que Irán cierre el estrecho de Ormuz, por donde circula cerca del 20% del petróleo global, lo que ya fue aprobado por el parlamento de ese país; que profundice los ataques, y que se activen las incontables células terroristas que están dispuestas a inmolarse contra todo lo que signifique la cultura dominante en Occidente. Y nada garantiza que la caída de su Líder Supremo le dé libertad a su población o mayor estabilidad a esa nación.
Pero siempre será la mayor preocupación el daño que a la anhelada pero esquiva paz global le irrogan este tipo de acciones unilaterales bélicas, que dejan a Naciones Unidas en un plano de irrelevancia, que confirma la necesidad reclamada desde hace años, de una revisión de su papel en las nuevas dinámicas mundiales.