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Editorial

El Cónclave

“Sería demasiado simple esperar que la iglesia gire a la izquierda o a la derecha, cuando su verdadera misión está por fuera de tales conceptos temporales”.

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Hoy comienza el proceso de selección más mediático del planeta, que para los no católicos resulta apenas interesante, pero para los creyentes el trámite necesario para contar con el vicario de Cristo en la tierra, ¡ni más ni menos!

El revuelo que causa en esta ocasión en muchos ambientes tal vez se debe a que se percibe como trascendental para los efectos políticos globales, siendo que es, por sobre todo, un acto de trascendencia religiosa, que está por fuera, o debería estarlo, de las intrigas políticas.

Para no pocos creyentes y no creyentes, lo que está en juego no es la selección de quien se sentará en la cátedra del que dirigirá los destinos de la fe católica, sino la designación de un líder de amplia influencia política.

Pero lo que va a suceder desde esta madrugada en la Capilla Sixtina, entre los 133 cardenales electores, no es solo para reemplazar al jefe del Estado Vaticano. El sentido prístino de un Cónclave, por su carácter originario, es para darle a los cristianos un líder espiritual sobre el cual se soporta el catolicismo y, por ende, el factor de unión de esta milenaria confesión, fundada, según sus creyentes, por el mismo Dios en su segunda persona.

Por esto, pretender que el nuevo papa sea elegido principalmente o por la corriente progresista o por la conservadora, como si la iglesia católica fuera parte de las tendencias y agrupaciones políticas o ideológicas, es una comprensión muy parcial de lo que ocurrirá en estos días, que es de esperar concluya a más tardar este viernes.

El papa no es el sucesor de Francisco ni de ningún otro pontífice. El papa, cada papa, tiene nombre propio y, por ende, significación singular para cada momento de la historia, con lo cual es erróneo plantearse la cuestión como si de un partido político fuera una iglesia que ya cuenta con dos mil años y que está prometida por su fundador para toda la eternidad.

El mensaje cristiano, antiguo y siempre actual, se va actualizando aunque el papa correspondiente no lo quiera; pero se espera de un papa, cualquiera que este fuere, que ese mensaje sea interpretado desde las ideas fundantes, esto es, desde la esperanza, la caridad, la compasión y la misericordia, siempre privilegiando a los más débiles de la sociedad, no tanto para satisfacer las necesidades del cuerpo como las del alma, que es un punto ante el cual no hay partido político, ONG u otra organización que tenga alcance global, que pueda acercarse a esta definición.

No hay duda que esto lo tienen claro quienes tomarán la esperada decisión a partir de hoy, los que, además, aunque para buena parte del planeta parezca ridículo o desconcertante, confían en que una de las tres personas que sostienen su fe, el Espíritu Santo, sea el elector más determinante de estas jornadas.

Sería demasiado simple esperar que la iglesia gire a la izquierda o a la derecha, cuando su verdadera misión está por fuera de tales conceptos temporales.

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