Descontado el hecho de que la carta del excanciller es una traición, que no lo sería si, una vez enterado de las situaciones que ahora cuestiona, hubiera renunciado inmediatamente, lo que no hizo; o de que parece una reacción a lo que perdió cuando lo sacaron del cargo por la puerta de atrás siendo, como se percibía de su porte de flemática alcurnia, un personaje patético; y de que sus tardíos señalamientos admiten prueba en contrario con fundamento en el principio de inocencia, con lo cual todo lo que se opine en este delicado tema es especulativo y, por ende, bajo el calificativo de “presuntamente”, al que nos acogemos íntegramente, es imposible sustraerse de la discusión por todo lo que significa para la salud de la República.
De todo lo que él narra, los datos más relevantes son la presunta adicción a las drogas del presidente, que no le permite escapar de la personalísima trampa que lo destruye cada vez más, lo que podría explicar la desazón y desconcierto que a no pocos ciudadanos suscitan sus intervenciones públicas aquí y en el exterior.
Que la inteligencia francesa, y la de cualquier país con militares que tengan más de tres dedos de frente, son capaces de conocer el paradero del presidente cada vez que presuntamente se les ha perdido a sus acompañantes o a la prensa, en lugares que resultan embarazosos, al menos para el canciller cuando se enteró en dónde había estado el primer mandatario en París, ciudad en la que aquel “confirmó” que su exjefe padecía de drogadicción, mal del que no se habría curado; además de ese supuesto mal, afirma que continúa desorientado, lo que dejaría al descubierto el desgobierno en su administración, explicando por qué las amenazas y calificativos innecesarios a sus contradictores constituyen un abuso de poder que se deriva de la Jefatura del Estado, en la medida en que el fuego retórico del presidente Petro ha superado lo tolerable.
Ese resumen de opiniones del excanciller Leyva, que no son distintas de las que buena parte de la opinión pública viene reprochando al primer mandatario, tendrían ahora una explicación que ya no sería por extremismo político, que es de lo que se le viene endilgando, sino por las adicciones que Leyva da como confirmadas, lo que, de comprobarse, cambiaría drásticamente la percepción de quienes, no perteneciendo al 30% que apoya al presidente Petro, haga lo que haga, diga lo que diga, pues ni si esto se comprueba van a dejar de apoyarlo, obligaría a un juicio político por indignidad.
La respuesta del presidente, hasta ahora, pues se espera que diga más sobre las imputaciones de su exsubalterno, no son satisfactorias, pues solo, como para despistar, se han referido a su paso por París; pero nada ha dicho, y tendría que hacerlo, sobre su relación y sostenimiento en el gobierno de tres de sus alfiles (Sarabia, Benedetti y Roa), de la supuesta adicción a las drogas (que no al alcohol) y de las presuntas escabullidas en agendas privadas.