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Editorial

El legado de Francisco

“Ese signo de su pontificado manifestó, desde el primer año, que sería un periodo pastoral, entendido este como la acción de la Iglesia Católica para llevar a cabo su misión de evangelización...”.

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Francisco, nombrado en el cónclave de 2013 (el número 266 en la sucesión de Pedro, el primer papa), tras la renuncia de Benedicto XVI, será recordado como el ‘Pontífice de la Misericordia de Dios’. La misericordia fue el tema central, resumido en su mensaje en cuanto a que “Dios no se cansa de perdonar; es el hombre el que se cansa de pedir perdón”.

Ese signo de su pontificado manifestó, desde el primer año, que sería un periodo pastoral, entendido este como la acción de la Iglesia Católica para llevar a cabo su misión de evangelización y servicio a la comunidad, inspirada en la vida y enseñanzas de Jesús. Por esto, su rompimiento con viejas costumbres flemáticas que alejaban a la jerarquía eclesial de los fieles, para ponerse muy cerca de las gentes, llevando a la curia a salir de los templos hacia las periferias para encontrarse con los rostros de los excluidos y los descartados.

Otro tema central fue el de la apelación al discernimiento como símbolo del pensamiento jesuita, que demanda del buen cristiano el hábito de pensar a profundidad todas las cosas para buscar, en lo que se hace, de dar mayor gloria a Dios. Se reconoce que puso un foco sustantivo en el medio ambiente, a semejanza de San Francisco, y en la familia ante las dificultades que esta debe sortear en el actual contexto, recordando que Jesús, al tiempo que proponía una moral sexual exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera.

En similar sentido, una propensión por la evangelización a partir del presupuesto que el anuncio cristiano es un mensaje de alegría que no ignora el dolor ni el mal ni las dificultades, pero renace siempre porque está fundado en la infalible bondad de Dios, razón por la que combatió la inmovilidad de los laicos en el compromiso de transformar la sociedad hasta el fin de las periferias.

Por supuesto que no faltaron -ni faltarán- los críticos, algunos feroces, de su pontificado, pues para no pocos fue extremadamente liberal y, para otros, que al final traicionó a los progres por su posición inflexible contra el aborto, o al que él mismo llamó ‘lobby gay’, cuando lo cierto es que no hubo cambios doctrinales en sus profusos mensajes: el matrimonio entre hombre y mujer sigue siendo indisoluble y abierto a la vida; y los pecados, desde la visión de la Iglesia Católica, siguen siendo los mismos, aunque el tono de la mirada a todos es con los ojos más hermosos de Cristo, esto es, con los de la misericordia.

Más bien, los cambios se dieron en el funcionamiento del Estado Vaticano, sobre todo en las finanzas y en las estructuras, buscando un cambio en la cultura que encontró y que su predecesor, Benedicto XVI, no pudo desmontar. Su crítica a las ideologías, considerando que “La realidad es más importante que la idea”, desmonta su cacareado “progresismo”, pues el mensaje papal no es político, es evangélico. No será fácil lograr un papado más cercano.

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