Los últimos días expertos analistas en las relaciones China - Estados Unidos han contribuido a desentrañar las razones por las que el Gobierno de Donal Trump ha profundizado las políticas proteccionistas que inició en su primer mandato, sostenidas en el paso de Joe Biden, singularmente contra China, que es el verdadero antagonista en esta disputa por el control de la economía global.
Ya sabemos que la globalización terminó y que hay que adaptarse a un nuevo orden mundial, en el que deja de ser un dogma la apertura e internacionalización sin límites de la economía, y el intercambio abierto con cualquier Estado, independientemente de su forma de gobierno, virando ahora a una política económica de bloques, en el que habrá que decidir si se pliega al que comienza a recuperar y conformar EE. UU., o el que pretende conservar y ampliar China, que con la inteligencia de su sabia diplomacia económica, facilitada por el estricto control de Pekín sobre todas sus realidades nacionales, amplió su penetración en casi todo el planeta, desplazando discreta, pero implacablemente a ese coloso del norte, que fue perdiendo su importancia orbital.
Mientras EE. UU., por su visión liberal, centrada en el respeto de la autonomía de la voluntad de sus empresarios para decidir dónde, en qué y con quién invertir, confiaba en que siempre funcionaría la ‘mano invisible del mercado’, el gobierno de China tenía la total capacidad de imponer a los suyos en qué sectores y países llevar sus yuanes para abrir mercados en los qué vender sus productos, siempre más baratos y cada vez mejores que los de occidente.
Así, mientras Pekín podía instruir participar en una licitación en Bogotá o en cualquier otro lugar a sus hábiles y aguzados empresarios, ampliando cada vez más sus fronteras en la guerra que decidieron librar, esto es, la de la expansión económica global, el gobierno de EE. UU. no tenía ninguna capacidad ni la intención de imponer a los suyos en qué convocatorias o licitaciones internacionales participar, pues hacerlo así iba contra sus propias convicciones liberales.
Por supuesto, la mano invisible del mercado no podía funcionar en el tablero de la geopolítica si uno de sus principales jugadores tenía la convicción, como la tuvo y la tiene China bajo la dirección de Xi Jinping, de carecer de la obligación de respetar esas reglas, pues su responsabilidad principal consiste en garantizarle prosperidad al pueblo de la nación que gobierna, primando así los intereses nacionales e ideológicos que han insuflado su férreo mandato sobre cualquier otra consideración.
A esa realidad se enfrenta implacable el actual gobierno de EE. UU. Y el resto del mundo ahora se debate en torno a cuál bloque pertenecer por conveniencia, o si es posible permanecer neutrales sin sufrir las consecuencias de quien encarna hoy al Tío Sam.
¿Cuál camino seguirá nuestro Gobierno?
