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Editorial

Basuras y buenos modales

“No puede ser admitido que un transeúnte se niegue a conservar el desecho de un dulce, refresco, papel o cualquier otra basura, hasta llegar a una cesta pública”.

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Según el último informe de Cartagena Cómo Vamos, el 70 % de la población cartagenera se manifestó insatisfecha por la basura y escombros en las calles, siendo estos dos aspectos los que mayor preocupación generan en relación con el cuidado del medio ambiente. También se evidenció en la aprestigiada encuesta, que llegamos al nivel más bajo del último trienio en la percepción ciudadana de la gestión del espacio público, pues solo un 27 % de las personas encuestadas manifestaron sentirse satisfechas con el uso que se le da a este.

Un buen síntoma del estado de la evolución de la educación, los buenos modales y el respeto por el otro, es el destino que se le da a los desechos o basuras de quien las produce. Por supuesto, no se puede esperar el mismo nivel de armonía con el medio ambiente, de aquellos que cuentan en su entorno con servicio de aseo público urbano y de tinacos en las calles y plazas, que quienes habitan en barrios o corregimientos donde o no se presta el servicio en forma permanente o no existen tinajas donde depositar las basuras, o carecen de sistemas de recolección de desechos o de aguas servidas.

Pero no puede ser admitido que en la ciudad un transeúnte se niegue a conservar el desecho de un dulce, de un refresco, de un papel o cualquier otra basura, hasta llegar a una cesta pública, donde las hay, o a su oficina o a su vivienda para colocarlo en la caneca dispuesta para ello, y prefieran arrojarlo a la calle, en un antejardín o en una plaza pública.

Lo propio pasa con el penoso y frecuente espectáculo de pasajeros que desde automóviles, buses y busetas lanzan desde las ventanas sin contemplación y sin vergüenza toda suerte de basuras, a medida que avanzan estos vehículos por las calles y avenidas de barrios sin distingos.

También es lamentable el estado en que quedan playas y parques los fines de semana, en parte porque no hay suficientes tinacos; pero incluso donde hay canecas y contenedores de basuras, se ven a bañistas, vendedores, carperos y demás personas arrojar sus desechos en la arena, andenes y calles sin ningún pudor.

De Tokio se dice, por ejemplo, que es la ciudad más limpia del mundo, lo cual no pareciera hacer sentido sabiendo que es una de las más pobladas del orbe. No fue casualidad la lección de pulcritud que dieron los japoneses al concluir los partidos del reciente mundial de fútbol, cuando al finalizar los encuentros de su seleccionado con toda naturalidad procedieron a recoger la basura que generaron en los estadios, e incluso de aquellos que no era de su nacionalidad. Explicaron sin vanagloria que eso es parte de su cultura, y que no conciben dejar los restos de sus consumos en ningún lugar que no sea una cesta o tinaco, pues la limpieza del entorno tiene todo que ver con el estado interior del alma.

No es difícil imaginar que llegar a ese nivel de convivencia supone de un trabajo de generaciones. Y, según nos muestra la encuesta de Cartagena Cómo Vamos, pareciera que vamos perdiendo esa batalla. Por eso, debe ser un compromiso colectivo comportarnos con decencia, no arrojando basuras y ponernos en paz con el ambiente.

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