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Editorial

Nuestros corregimientos

“No sentir dolor cuando se visitan algunos de nuestros corregimientos puede ser un síntoma de insensibilidad, tanto por la visión de deterioro (...)”.

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No sentir dolor cuando se visitan algunos de nuestros corregimientos puede ser un síntoma de insensibilidad, tanto por la visión de deterioro del entorno en que los raizales viven, como por la manera como están enfrentando la rutina de sus vidas.

En efecto, el espectador desprevenido puede preguntarse por qué se acumulan las basuras en las esquinas, o se amontonan desechos plásticos y escombros sin que pareciera inquietarle a nadie; por qué es tan aguda la falta de planificación urbanística, con confusos trazados de calles que se entrecruzan con paredes de casas que cortan la lógica del trayecto de una vía; o la ausencia de antejardines que exponen a niños y a desprevenidos a accidentes con mototaxis que andan raudas en un tropelín como de competidores, bajo el descontrol más absurdo y agobiante.

Los ojos de adolescentes, que parecen incendiados con los restos del microtráfico que se ha ensañado en algunos de esos poblados, son una muestra de cómo los jóvenes quedan al servicio de jíbaros y matones que se comportan como reyezuelos en tierras sin Dios ni ley.

Los pandillas que desatan sus furias contra parientes inocentes de hijos o sobrinos de bandas contrarias, en una guerra de pausas y explosiones que solo acrecientan la zozobra con que las madres y abuelas esperan a sus consentidos en el calor de las casas atormentadas con los parlantes de equipos y picós que celebran nuestra cultura festiva, pero que no dejan concentrarse en sus tareas a estudiantes que sueñan con salir al mundo a cambiar la historia familiar que se repite, en la profundización de la pobreza y el hastío.

Matronas y lideresas sacan fuerzas y recursos de donde la lógica no asoma un atisbo de posibilidades, para cumplir de la manera más digna posible su papel de faros en medio de las dificultades; cómo les resulta difícil guiar a sus amados por la senda del bien, sin el apoyo suficiente del Estado y con la esperanza que con el próximo proyecto turístico o industrial se generen espacios de consulta previa para que los empresarios sí cumplan las promesas que los políticos ofrecen en tiempos electorales.

Salir a buscar el sustento a Cartagena puede suponer dejar expuesta a las niñas y adolescentes a los depredadores sexuales. El incremento del embarazo en menores de edad no solo comporta la reedición de historias de frustración, sino que genera deserción escolar y la tolerancia de delitos contra la libertad y el pudor sexual, que quedan legitimados por la ausencia de denuncias o por la admisión de hechos que, constituyéndose en actos punibles, se toleran como parte de una realidad cultural que agrede la capacidad de las mujeres de forjar destinos reivindicadores.

Se valora el esfuerzo de fundaciones y otras iniciativas privadas, así como la labor que el Distrito, el Bienestar Familiar y otras entidades oficiales despliegan en los corregimientos. Pero no son suficientes.

La situación crítica de algunos -sino todos- los corregimientos del Distrito, demanda un plan especial de intervención. No esperemos más a que se profundicen las causas del acelerado deterioro de la calidad de vida de nuestros raizales.

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