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Editorial

La Cumbre de las Américas

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Cumbres como la que acaba de realizarse en Panamá tienen poca utilidad práctica y su valor principal es la ejecución de gestos simbólicos que faciliten la integración y la coexistencia pacífica, aunque sea diplomáticamente, de Estados que son opuestos en sus concepciones políticas e ideológicas pero hacen parte del mismo continente.

En esta oportunidad, ese gesto simbólico correspondió a los presidentes de Estados Unidos, Barack Obama; y de Cuba, Raúl Castro, que con una reunión y un apretón de manos han hecho exclamar a muchos líderes políticos de las Américas que esta fue una reunión histórica, incluso calificándola como el fin de la guerra fría en esta región del mundo.

En la Séptima Cumbre de las Américas se discutieron numerosos temas, como la democracia en Venezuela o las conversaciones de paz en Colombia. Pero ninguno tuvo tanta atención como el proceso de normalización de las relaciones entre esos dos países, rotas hace más de 50 años, debido a las consecuencias geopolíticas de la adopción del socialismo en Cuba.

El tema principal de la Cumbre –Prosperidad con equidad: el desafío de cooperación en las Américas– tuvo resonancia reducida y escaso efecto práctico, ante otros asuntos más polémicos que se tomaron la reunión de Panamá, especialmente el encuentro de Obama y Castro, y después algunos eventos como los foros paralelos en los que participaron cientos de representantes de la sociedad civil, el encuentro de empresarios, y la declaración firmada por 24 expresidentes iberoamericanos en favor de la liberación de los presos políticos en Venezuela.

Todos ellos se escenificaron en un ambiente de grandilocuencia verbal, pero ninguno tuvo conclusiones efectivas que auguren un cambio  significativo en el estilo o los logros de los gobiernos de América, que permita hablar del inicio de una nueva era en la historia hemisférica. Fue una discusión que no derivó en medidas concretas para que fueran adoptadas por los países.

Ni siquiera puede afirmarse que el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos es un logro de la Cumbre de las Américas, pues antes de ella ya se habían consolidado las posiciones de ambos países, y en su desarrollo no se produjo ninguna acción que facilitara o acelerara este proceso.

No hubo novedades tampoco en los discursos de los mandatarios más polémicos como Correa, Cristina Fernández y Raúl Castro, empeñados en una retórica antiimperialista, anacrónica y alejada de las realidades contemporáneas. Al presidente cubano hay que abonarle la coherencia, y el respeto y reconocimiento a Obama en su intervención.

La trascendencia de la Cumbre de las Américas puede medirse en el espacio que le dan los medios de comunicación estadounidenses y europeos, los primeros menos justificados por tratarse de una reunión continental.

Sin embargo es bueno que nuestros mandatarios se reúnan de vez en cuando.

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